Aunque la historia es algo tópica, Los ingratos se lee con interés gracias al buen oficio literario de su autor. En todo momento se intenta describir la realidad de aquellos años con el filtro de la mirada de la infancia, de una comprensión del mundo que va perfeccionándose poco a poco, pero en la que prima una visión todavía inocente del mismo. Con esta premisa, los conflictos que surgen alrededor del niño, como el posible divorcio de sus padres o la soledad de su madre, son temas difícilmente comprensibles por su inocencia, aunque terminen afectándole. La ingratitud del título surgirá con la pubertad, cuando los intereses del protagonista empiezan a ser otros y se olvide de la segunda madre que tuvo en el pueblo y cuyo amor fue uno de los pilares de su felicidad absoluta.
Con una influencia obvia de Miguel Delibes, Pedro Simón ha escrito un libro en el que se cruzan voces y puntos de vista de una manera sutil, para que el lector pueda conocer la parte más oscura de un mundo rural que solo se idealiza hasta cierto punto, aunque si hay algo que sepa evocar la novela es esa sensación de libertad que nos proporcionó el tiempo infinito del que gozamos en la infancia.
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