Como escribió León Tolstoi, todas las familias felices se parecen, pero cada familia desgraciada lo es a su manera. Los Blake lo son de una manera muy particular, pues pretenden estar integrados perfectamente en la sociedad estadounidense, pero en realidad son víctimas de todos sus males: dificultad de acceso a una vivienda digna, falta de asistencia médica para quien no la puede pagar y sensación generalizada de fracaso vital, a pesar de que todos lo quieran disimular en la peculiar cena de acción de gracias que muestra esta película. La vivienda en la que transcurre la acción - solo unas pocas horas en una sola noche - situada en el Chinatown neoyorkino es un personaje más de la historia. Emplazada en un lugar con una vista privilegiada a la Torre de la libertad (el edificio que sustituyó a las Torres gemelas) la calle donde se sitúa parece acariciar la riqueza de la zona financiera distante algunos kilómetros, pero en realidad es el lugar dónde van a parar los perdedores del sistema que quieren seguir probando suerte en una ciudad que les ha tratado mal. La oscuridad de la vivienda y los ruidos inquietantes que produce son la perfecta metáfora de la situación de una familia que, pese a todo, quiere permanecer unida a en la adversidad. Aunque es evidente que The humans está basada en una obra de teatro, por lo que transcurre prácticamente en todo su metraje en el mismo escenario, su director trata de aportar algo de dinamismo con esos perturbadores paseos con la cámara por las estancias del dúplex. A destacar la interpretación de Richard Jenkins, un actor al que siempre es un placer contemplar en pantalla.
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