Las relaciones entre amos y criados han sido desde siempre un motivo de inspiración para la literatura y el cine. Esa relación casi íntima entre clases sociales que a la vez se desprecian y se necesitan - aunque existan excepciones de criados perfectamente intregrados en su papel, como el protagonista de Lo que queda del día - da mucho juego. El criado - la criada en este caso - vende sus servicios al mejor postor, pero una vez que comienza su labor ésta se convierte en una servidumbre de características muy especiales, sobre todo si la criada duerme bajo el mismo techo que sus señores. Célestine, la protagonista de este diario, es una joven de espíritu rebelde, pero que sabe que necesita integrarse y disimular su desprecio a la clase social a la que sirve, para poder sobrevivir. Su opinión acerca de su posición en el mundo resulta muy lúcida:
"Un criado no es un ser normal ni un ser social. Es alguien disparatado, fabricado con piezas y fragmentos que no se ajustan unos a otros, ni pueden yuxtaponerse. Es algo peor: un monstruo híbrido humano. Ya no pertenece al pueblo, del que proviene, tampoco a la burguesía, entre la que vive y a la que tiende. Ha perdido la sangre generosa y la fuerza inocente de ese pueblo del que reniega. Ha adquirido los vicios vergonzosos de la burguesía sin haber podido obtener los medios para satisfacerlos; y también, sus sentimientos viles, sus temores cobardes, sus delictivos apetitos, sin la cobertura y, en consecuencia, sin la excusa de la riqueza."
Sin embargo, siendo joven y bonita, sabe que despierta el deseo de los hombres de cualquier clase social. Esto la asquea, pero a la vez le otorga una cierta posición de poder que podría aprovechar para mejorar sus condiciones de vida: en más de una ocasión ha podido casarse con alguno de sus amos, pero ha rehusado hacerlo. Sin embargo, cuando conoce a Joseph, un criado maduro y canalla (hasta el punto de sospechar que es un asesino de niñas), va sintiendo poco a poco una atracción irresistible por él. Quizá su mejor salida sea tomar lo que el taimado Joseph le ofrece. O quizá no le quede más remedio que aceptarlo:
"Es curioso, siempre he sentido debilidad por los canallas. Hay en ellos algo imprevisto que enciende la sangre, un olor muy especial que embriaga, algo fuerte y acre que atrae sexualmente."
La novela de Mirbeau, de tono vagamente erótico, no ahorra cargas de profundidad contra la condición burguesa, una clase social que retrata como parásita e inútil, aburrida e insustancial. La señora de Célestine se pasa el día quejándose, como si todas las circunstancias de la vida diaria conspiraran para amargarle la existencia. Una existencia que resulta también profundamente amarga para un señor absolutamente dominado por su esposa y cuyos instintos eróticos se centran en torpes intentos de seducción a su criada.
Otro de los aspectos más interesantes de la novela es su crítica al movimiento nacionalista y antisemita de derechas que tomó impulso en aquella época con el caso Dreyfus. Lo que cuenta Mirbeau a las puertas del siglo XX es muy consecuente con los desastres que vendrían después.
Todo este material fue bien aprovechado por Luis Buñuel - sobre todo sus escenas más fetichistas - para realizar una versión muy personal de la novela. El aragonés obvia los episodios del pasado de Célestine y se centra en el nudo principal de la obra, mateniéndose fiel al mismo hasta que cambia por completo el final.
No sabía que la obra de Buñuel estaba basada en esta novela. Bien es cierto que no soy nada cinéfila. Esa peli me gustó, por la genialidad y ambientación del director, pero ahora intentaré leer la novela
ResponderEliminarUn saludo