miércoles, 11 de julio de 2018

LA EDAD DE LA PENUMBRA (2017), DE CATHERINE NIXEY. CÓMO EL CRISTIANISMO DESTRUYÓ EL MUNDO CLÁSICO.

Las imágenes de hace un par de años, de soldados del Estado islámico destruyendo los valiosos restos de Palmira estremecieron al mundo entero y fueron calificadas de manera unánime como un acto de barbarie, contra la cultura y la civilización. En aquella ocasión, pocos comentaristas se acordaron de que, dieciseis siglos antes, los primeros cristianos que consigueron hacerse con el poder temporal, emprendieron una campaña igualmente brutal contra los símbolos paganos, contra los templos, contra las estatuas y contra los escritos de una cultura que había durado mil años. La historia oficial del cristianismo siempre ha enseñado que dicha transición fue un proceso esencialmente pacífico y que la mayor parte de la gente aceptó con entusiasmo la llegada de la nueva religión. Catherine Nixey, consciente de que la historia la escriben los vencedores, intenta acercarse en esta obra memorable a la verdad de aquellos hechos tan remotos y nos muestra un auténtico genocidio cultural que fue silenciado durante siglos. La victoria final del cristianismo fue total, pero lo fue a costa de la completa aniquilación y humillación de la religión y las costumbres de los habitantes del Imperio romano.

Entre otras cosas, Nixey revela que la tan cacareada persecución contra los cristianos no fue tan intensa ni tan terrible como comúnmente se cree. Es posible que sus víctimas fueran cientos, en vez de miles. Si una organización con tanto poder como el Imperio romano hubiera querido exterminar una religión de su seno, sin duda habría tenido éxito. Las campañas de represión contra los cristianos fueron pocas y esporádicas. Lo normal fue una especie de tolerancia vigilante, hasta que, poco a poco, el cristianismo fue logrando un número cada vez mayor de adeptos, seducidos por la promesa de una vida eterna, una oferta sin competencia en el mercado religioso romano. Muchos intelectuales del Imperio se mofaban de la nueva religión. Han llegado hasta nosotros textos enormemente críticos, como el de Celso y se han perdido otros, como los quince volúmenes que dedicó Porfirio a rebatir la fe en Cristo. Un hito importantísimo en esta historia se produjo en el año 313, cuando el Edicto de Milán, promulgado por un recién convertido emperador Constantino decretó una tolerancia a todas las religiones que terminaría allanando el camino al cristianismo hacia el poder absoluto sobre los cuerpos y sobre las almas.

Bien pronto la autodenominada religión del amor empezó a utilizar tácticas de intimidación e incluso de violencia contra los que no eran sus acólitos. Para san Agustín, impedir pecar a un pecador no era crueldad, sino bondad, por lo que podían usarse para ese fin todos los medios que se consideraran necesarios. Acostumbrados a la aceptación de dioses extranjeros en su propio panteón, muchos romanos miraban asombrados y preocupados cómo los seguidores de Cristo predicaban la intolerancia frente al resto de creencias y se burlaban de los cultos paganos, considerando que eran obra del demonio. Ya en el siglo IV, voces como la de Quinto Aurelio Símaco seguían implorando que se siguiera un camino de tolerancia religiosa, mientras los viejos cultos romanos se desmoronaban frente al rodillo cristiano:

"Por eso os rogamos que haya paz para los dioses patrios (...). Es razonable considerar único lo que todos honran. Contemplamos los mismos astros, el cielo es común a todos, nos rodea el mismo mundo. ¿Qué importancia tiene con qué doctrina indague cada uno la verdad?"

El genocidio cultural fue impresionante: uno tras otros los templos de los dioses tradicionales romanos fueron atacados y destruidos con saña. Quienes se oponían, eran asesinados. Las estatuas (algunas, obras maestras de la escultura), eran decapitadas y mutiladas, para hacer salir de ellas los presuntos demonios que moraban dentro. Se produjo también una campaña implacable contra la cultura escrita: tan solo el diez por ciento de la literatura romana ha llegado a nuestros días, a consecuencia de ésta. Los monjes no tenían reparo en tomar piedras pómez y raspar los antiguos manuscritos para escribir sobre ellos obras de doctrina de la Iglesia. La prohibición de libros por parte de la Iglesia es una antigua tradición que se remonta a casi nuestros días. 

La puntilla al paganismo la puso la infame Ley 1.11.10.2, dictada por Justiano en el siglo VI, que prohibió cualquier enseñanza que no se ajustase a la doctrina cristiana y prácticamente instó a toda la población que no lo hubiera hecho ya, a convertirse. Así también se acabó con los últimos filósofos que enseñaban en la Academia de Atenas. Su último director, Damascio, que ya había tenido que abandonar Alejandría algunas décadas antes, debido a la violencia religiosa, se exilió de Atenas, cerrando para siempre el espacio que había sido símbolo del conocimiento durante tantos siglos. Un velo de oscuridad e intolerancia cayó entonces sobre un mundo que se volvió mucho más ignorante. La doctrina cristiana daba sus últimos pasos para convertirse en una religión totalitaria que regulaba todos los aspectos de la vida de la gente a través del miedo: miedo a la autoridad y miedo a un Dios todopoderoso que vigilaba a los hombres hasta en sus pensamientos más íntimos:

"Una clase muy particular de miedo empezó a aparecer. Como ha señalado Peter Brown, se trata de la perpetua ansiedad de una gente que creía que no solo todos sus hechos, no solo todas sus palabras, sino además todos sus pensamientos estaban siendo observados."

La historia la escriben los vencedores. El advenimiento del cristianismo quedó como un relato heroico repleto de santos y mártires. El trabajo del historiador cristiano no era registrarlo todo, sino solo aquello que ejerciera un bien en los cristianos que lo leyeran, por lo que se aseguraron de que la visión de los vencidos quedara borrada. Un libro como La edad de la penumbra, riguroso, divulgativo y admirablemente escrito, ayuda a recuperar la verdad de aquel proceso y nos hace escuchar la voz de unas víctimas perdida en el devenir de los siglos. 

1 comentario:

  1. Totalmente de acuerdo con la autora. revisar la historia es comprobar el daño que han hecho las religiones. En concreto la católica fue artífice de retraso, de oscurantismo y de dolor.

    Buena reseña. Gracias por compartir. Un saludo

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