lunes, 2 de julio de 2018

1968 (2018), DE RICHARD VINEN. EL AÑO EN EL QUE EL MUNDO PUDO CAMBIAR.

A comienzos de 1968, nada hacía presagiar que aquel año iba a estar tan repleto de acontecimientos singulares y que, cincuenta años después, sería recordado por muchos - de manera nostálgica e idealizada - como la última oportunidad que tuvieron las masas de cambiar el rumbo del capitalismo neoliberal. En realidad en 1968 las políticas económicas socialdemócratas vivían su momento culminante, logrando que el llamado Estado del bienestar llegara a cada vez más ciudadanos en occidente. A la vez, los gobiernos invertían en educación y la creación de centros universitarios se multiplicaba. Las nuevas generaciones, que no habían conocido los horrores de la Segunda Guerra Mundial, miraban con desconfianza a sus mayores y, dando el bienestar actual por sentado, como algo que se había conseguido sin esfuerzo, pretendieron reivindicar un cambio social radical, aunque fuera de manera confusa, un cambio más idealizado que realista. Esta división generacional se daba entre unos hijos estudiantes y unos padres obreros que, si bien en principio marcharon juntos en contra del poder establecido, pronto rompieron, por la diferencia de intereses entre ambos grupos y el pragmatismo a la hora de negociar de obreros y sindicatos.

Lo cierto es que en Francia, durante un par de semanas del mes de mayo, el país pareció estar al borde de una revolución, aunque nadie supiera definir exactamente de qué tipo. Con la misma rapidez con la que todo tipo de colectivos sociales se iban adhiriendo a las protestas, aquello se desinfló, sobre todo después de la arrolladora victoria de la derecha de De Gaulle en las elecciones de finales de junio. Todas esas protestas, todos esos enfrentamientos con adoquines contra la policía y todos esos ocurrentes eslóganes quedaron como un momento único y especial en el imaginario colectivo, aunque debajo de todo ello no existiera una organización fuerte ni unos objetivos comunes. Muchos estudiantes europeos y estadounidenses que empezaron viendo el movimiento con simpatía, como una especie de vendaval de aire fresco contra la burocracia, retrocieron espantados cuando las protestas violentas se generalizaron. Para muchos que las vivieron desde dentro, la insurrección tuvo mucho de irracional e intolerante.

El legado del 68 no es solo el de sus manifestaciones. Es evidente que produjo un enorme cambio social: educativo, sexual y político. Minorías como las feministas o los afroamericanos pudieron levantar la voz para exponer sus reivindicaciones, aunque muchos jóvenes acogieron aquellos días caóticos como una fiesta (no hay que olvidar que uno de los detonantes del conflicto era la prohibición universitaria de que los chicos visitaran los dormitorios de las chicas):

"Sexo, emoción y política estrecharon a menudo sus vínculos durante las protestas estudiantiles. Las ocupaciones de edificios universitarios eran sinónimo de juventud apiñada en espacios pequeños sin supervisión externa. En estas circunstancias, las mujeres podían sentirse intimidadas: algunas recordaron verse acosadas o incitadas a quitarse la ropa. Sin embargo, Laura Derossi - una de las mujeres que desempeñó un papel destacado en las ocupaciones de la Universidad de Turín - insistió en el hecho de que la falta de intimidad en los espacios ocupados vino acompañada de una sensación de liberación. (...) El hecho de que las mujeres habían tenido, en general, unas vidas más coartadas que los hombres significó que la "emancipación" pudiera consistir, simplemente, en hacer aquello que los hombres daban por sentado para sí mismos, como pasar una noche entera en una ocupación, decir tacos en público o apagar cigarrillos en el suelo. Las mujeres podían ver en la novedad de tales actos una experiencia intensamente emocional, y los hombres, convencidos de que su enfoque se basaba en una especie de compromiso político más intenso, a veces insinuaban que esa respuesta emocional era "irracional".

Muchas de las protestas del 68 sí que tuvieron sentido: las incesantes noticias de aquel año extraordinario sumían al ciudadano en una sensación de vértigo, como si las seguridades que sostenían su vida hasta aquel momento se resquebrajasen bajo sus pies: la guerra de Vietnam, que empezaba a abisbarse como una catastrófica derrota estadounidense, los asesinatos de Robert Kennedy y Matin Luther King, que desmoronaron la esperanza de de regeneración política y social por vías pacíficas, la primavera de Praga, que a su vez acabó con los sueños de reformar el llamado socialismo real desde dentro, así como la incipiente creación de nuevos grupos terroristas que golpearían, sobre todo en Alemania e Italia, a lo largo de los años siguientes. 

1968 sigue ejerciendo una enorme influencia en el mundo actual. Muchos de los asuntos que hoy están en la agenda prioritaria de los políticos comenzaron a ser popularizados en aquella época. Luciana Castellina los resume en un artículo publicado en la revista La maleta de Portbou de mayo de este año:

"(...) los daños del consumismo sobre la sociedad y su ambiente; la alienación en el trabajo; las enfermedades sociales; la privatización del conocimiento; la meritocracia exasperada; la reducción de la democracia..."

El ensayo de Richard Vinen constituye un meritorio resumen de todas las tendencias y acontecimientos sucedidos en el caótico 68 y la influencia que han ejercido en nuestra realidad del siglo XXI y que nos sirve también para recordar que el llamado desorden del mundo, del que tanto se habla en la actualidad, es una realidad tan vieja como el mismo ser humano.

1 comentario:

  1. la historia es casi cíclica. Esa revolución francesa de la humanización de la sociedad fue un episodio cargado de esperanza. El estado del bienestar se está desmantelando en España, pero hubo una década prodigiosa que aún respira.

    Muy buen post. Un abrazo

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