A veces uno se asoma, a través de la literatura, a culturas hermanas, como la colombiana y se estremece al pensar en el primitivismo de ciertas formas de vida, sobre todo si nos alejamos del ámbito urbano. La narración de Vallejo transcurre entre los últimos noventa y los primeros meses del nuevo siglo y narra la experiencia de su hermano como alcalde de un pueblo colombiano del departamento de Antioquía. Un lugar que en aquella época estaba azotado por la violencia del tristemente famoso guerrillero Tirofijo y de los distintos capos de la droga, aunque el azote más evidente que deja entrever la novela es el de la ignorancia: los habitantes de Támesis utilizan la idea de democracia como una auténtica subasta en la que se elige al mejor postor, al candidato que más promesas absurdas (y personalizadas) consiga realizar.
Pero la cosa no queda ahí: el falseamiento de las elecciones y el voto de personas ya muertas son asuntos que están a la orden del día. Además, al candidato no le basta con recorrer su distrito electoral lanzando discursos: las puertas de su finca deben estar abiertas a todos, aunque dicha generosidad extrema le sitúe cerca de la bancarrota. En cualquier caso todos suponen que la llegada al cargo compensará suficientemente los gastos previos. La democracia colombiana que describe Vallejo es un pequeño infierno en el todos se niegan a pagar impuestos, pero a su vez todos quieren vivir del dinero público:
"Porque el funcionario colombiano no raja ni presta el hacha, no deja ni deja hacer. Ah, pero eso sí, cuando agarra la teta no la suelta. Es más fácil fajar una ventosa de una barriga preñada o una sanguijuela de una pierna."
Y escribe también más adelante este párrafo demoledor con el propio país:
"Colombia en sus constituciones parte de la base de que hay ciudadanos honrados que la quieren gratis. Inmenso error. Si los hay, no los conozco y si los hubo, idos son: ya los anotó el sastre en su puerta. Hoy por amor nadie gasta su tiempo en ti, Colombia. Todos van detrás de algo: un puesto público o la comisión de un contrato."
Con este panorama, es muy difícil que un cargo público sea honrado, pues con la sola candidatura al mismo, ya se le supone la pillería. Por supuesto, el mandato de Carlos, el hermano de Vallejo quiere ser diferente. Quiere hacer progresar al pueblo, quiere mejorar la educación, las comunicaciones, la tecnología y las oportunidades de todos, pero al final su recompensa es el oprobio. Mi hermano el alcalde está escrito con la ironía y la mala leche características del autor de La Virgen de los sicarios y, aunque no llega al nivel de su obra más conocida, constituye un valioso testimonio de cómo se las gasta el sistema en la Colombia profunda. Para leer, reflexionar y rezar pidiendo que jamás veamos en nuestro país tal degeneración de la idea de democracia.
Interesante reseña de un libro que plasma una manera de hacer.
ResponderEliminarGracias por compartir. Un abrazo