Existen novelas - pocas - que uno lee con un goce extraño, porque incluye un sentimiento que parece contrapuesto: el estremecimiento de leer y sentir que lo que te está contando un maestro como Steinbeck es auténtico, como si fuera nuestro guía en una visita a los años terribles de la Gran Depresión en Estados Unidos. Quizá esto sucede porque Las uvas de la ira trasciende los límites de la novela y llega a ser una narración ética, además de muy necesaria en la época en la que fue escrita.
No es necesario recordar aquí las circunstancias del crack del 29, que a tanta gente arruinó en Estados Unidos y en el extranjero, pero sí conviene mencionar que a estos males se unió la gran sequía de mitad de los años treinta, el llamado dust bowl, tormentas de arena que asolaron especialmente el Estado de Oklahoma y que provocó la emigración forzada de cientos de miles de individuos, que se dirigieron a la desesperada hacia California, con la esperanza de encontrar trabajo en sus ricos campos. Aún hoy se utiliza el término despectivo okie como sinónimo de miseria. La emigración pronto tomó un cariz casi bíblico, como una marcha hacia una tierra prometida que iba a ser la salvación contra el hambre, en la que los parias se hacen compañía en su desgracia:
"Los coches de los emigrantes que salían de las carreteras secundarias fueron desembocando en la gran carretera que atravesaba el país y tomaron la ruta migratoria hacia el oeste. Durante el día corrían como insectos en dirección oeste; y cuando la oscuridad les alcanzaba, se reunían como insectos, refugiándose junto al agua. Se arrimaban juntos porque todos estaban solos y confusos, porque todos provenían de un lugar de tristeza y preocupación y derrota y porque todos se dirigían a un sitio nuevo y misterioso; hablaban juntos; compartían sus vidas, su comida y las esperanzas que tenían puestas en su destino. Así, se daba el caso de que una familia acampaba a la orilla de un arroyo, y otra acampaba allí por el arroyo y por la compañía, y una tercera lo hacía porque dos familias habían sido pioneras en la acampada y habían encontrado que era un buen lugar. Y al ponerse el sol, quizá se hubieran reunido allí veinte familias con sus veinte coches."
Cualquier lector actual de Las uvas de la ira apreciará que el tema tratado constituye un espejo para nuestra época, también de crisis profunda, dominada por la rapacidad de unos bancos que desahucian a familias todos los días y acumulan beneficios después de haber sido rescatados con el dinero de todos. Los Joad son expulsados de su hogar, al igual que sus vecinos, de la manera más humillante, sin defensa posible y sin ningún respaldo de un Estado que en aquella época se encontraba aún más ausente que en la nuestra. El liberalismo salvaje de los años veinte, basado en las ganancias especulativas en la Bolsa, desembocó en una crisis criminal para los más pobres. En el río revuelto de la depresión, algunos supieron realizar buena pesca y engordar sus ganacias, a costa del sufrimiento de la mayoría:
"Y las compañías, los bancos fueron forjando su propia perdición sin
saberlo. Los campos eran fértiles y los hombres muertos de hambre
avanzaban por los caminos. Los graneros estaban repletos y los niños de
los pobres crecían raquíticos, mientras en sus costados se hinchaban las
pústulas de la pelagra. Las compañías poderosas no sabían que la línea
entre el hambre y la ira es muy delgada. Y el dinero que podía haberse
empleado en jornales se destinó a gases venenosos, armas, agentes y
espías, a listas negras e instrucción militar. En las carreteras la
gente se movía como hormigas en busca de trabajo, de comida. Y la ira
comenzó a fermentar."
Cuando fue publicada la novela, a Steinbeck se le tildó de agitador y muchos ejemplares ardieron en piras, pero pronto el éxito de la novela acalló a estas voces malintencionadas. En realidad al autor no le interesa adoctrinar acerca de ninguna ideología concreta. Él solo describe unas determinadas circunstancias que vio con sus propios ojos y deja que los hechos hablen por sí mismos. Quizá la versión cinematográfica de John Ford sea algo más política, sobre todo cuando muestra el campamento organizado por el gobierno y el cartel de la puerta deja claro que aquel sitio civilizado y semiutópico es responsabilidad del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos, como apoyo al New Deal y a las políticas keynesianas de Rooselvelt, que empezaban a dar sus resultados por aquella época, impulsadas, por desgracia, por la necesidad de preparar al país para la Segunda Guerra Mundial.
Fue una suerte para los emigrantes que el gobierno habilitara esos refugios temporales, porque fuera de ellos reinaba la esclavitud laboral y la opresión de las fuerzas del orden compradas por los terratenientes. Los primeros intentos de organizar huelgas son duramente reprimidos. Lo único que interesa es un trabajador dócil, que gane poco y que desaparezca cuando acabe la época de la cosecha. Las condiciones de vida de los campesinos importaban poco, ni siquiera si sus hijos pasaban un hambre atroz que mataba a muchos. Era como un regreso a las condiciones del medievo, a las figuras de siervo y señor. Además, los pobres eran constantemente deshumanizados, un método muy efectivo para evitar empatizar con su situación:
"Esos condenados okies no tienen sensatez ni sentimiento. No son humanos. Un ser humano no podría vivir como viven ellos. Un ser humano no resistiría tanta suciedad y miseria. No son mucho mejores que gorilas."
Steinbeck aboga por la Justicia Social, por la dignidad de los oprimidos, en contra de la idea de caridad porque, como dice uno de los personajes "cuando uno acepta caridad, eso deja una señal que no se va". Uno no puede estar más de acuerdo con esta afirmación, sobre todo porque en cierta forma experimenta el sufrimiento de una familia a la que el autor ha dotado de unos rasgos muy humanos y creíbles, quitando la razón a quienes acusan a la narración de exceso de sentimentalismo. Entre todos los personajes, es la madre (y esto la película de John Ford lo refleja de manera sublime) la que constituye el nexo de unión de la familia, la que hace que todos salgan adelante y no pierdan la esperanza, aun con las pérdidas humanas que se suceden. El mismo autor explicó el sentido de su narración en una entrevista en la radio de aquella época:
"He puesto por escrito lo que amplias capas de nuestra sociedad hacen y buscan, y simbólicamente lo que todo el mundo en cualquier tiempo hace y busca. Esta emigración Okie es, simplemente, la manifestación o signo externo de esa búsqueda."
Las uvas de la ira es una narración ética y fuertemente simbólica. La odisea de sus personajes adquiere un sentido casi religioso en muchas de sus escenas y especialmente en su final, muy distinto al de la versión de Ford, que, a pesar de todo, resulta muy fiel al original y una obra maestra que le hace plena justicia al contenido de la novela. Cine y literatura que utilizan los sentimientos humanos de los más desfavorecidos en pos de su mejora social. Pocas veces una obra ha servido tanto como ésta para concienciar y para actuar en consecuencia, tratando de que el Estado sea el garante de la redistribución más justa de la riqueza, algo hoy tan prioritario como hace ochenta años.
Añadir que "Las uvas de la ira" es lectura habitual de los estudiantes de secundaria yankees (un poco como aquí "La colmena", de Cela), y que el término "okie" se sigue usando en California para referirse a los blancos pobres.
ResponderEliminarPorque lo más peculiar a nivel sociológico del caso de los desplazados del "dust bowl" durante la depresión es que se les estigmatizó igual que si hubieran pertenecido a una minoría étnica, a pesar de que eran blancos, anglosajones y protestantes. Esto demuestra que para que se creen minorías discriminadas basta simplemente con que se identifique a los más desfavorecidos.
Y señalar que estos desplazados, discriminados y reprimidos eran los descendientes directos de los que desplazaron, discriminaron y reprimieron a los "nativoamericanos" que ocupaban antes las tierras de Oklahoma...
Por lo demás, el caso de los "okies" fue una anécdota en la historia de la discriminación a minorías desfavorecidas en Estados Unidos. En unos pocos años consiguieron buenos empleos y se incorporaron a la clase privilegiada. Otros no han tenido tanta suerte.
Perfecta intervención para complementar algunos aspectos del artículo, y del debate que mantuvimos. Cierto que al final EE UU terminó siendo la tierra de las oportunidades. Para casi todos.
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