A lo primero que apelan estos niños cuando comprenden que no hay ningún adulto en quien apoyarse es a la enseñanza transmitida por estos últimos. "Los ingleses somos los mejores en todo y saldremos adelante", dicen, mientras entonan cánticos vestidos con las togas de sus colegios. Aunque hay un voluntarioso intento de establecer una democracia, pronto abandonarán estas actitudes y estas ropas y tendrán que ir adaptándose a un nuevo entorno que, si bien les ofrece lo necesario para sobrevivir, resulta inhóspito y demasiado alejado de casa. Además, empieza a hablarse de una bestia oculta que ataca de noche y se esconde de día. Poco a poco los usos de la civilización se van olvidando y toma posesión de la mayoría de los chicos un pensamiento salvaje y primitivo. Sin haber leído textos de antropología, adoptan las conductas más ancestrales: cánticos repetitivos, danzas, camaradería de cazadores e incluso un involuntario asesinato ritual: la capa más primitiva de la naturaleza humana solo necesita un pequeño empujón para salir a flote. Piggy, el único ser racional del grupo, es ridiculizado constantemente, a pesar de ser uno de los de mayor edad: es gordito, miope y débil. Si ya era tratado mal por sus compañeros en la civilización, ahora su vida va a convertirse poco a poco en una grotesca pesadilla.
Es curioso que al final, cuando llegan los marinos a rescatarlos, aparezcan casi como dioses a los ojos de los habitantes de la isla. Algo parecido debieron sentir los pueblos americanos o del Pacífico cuando aparecieron los occidentales en sus costas. La versión de Peter Brook, realizada con pocos medios, usa unas imágenes de gran fuerza visual y simbólica, en un poderoso blanco y negro. Las interpretaciones de sus jóvenes actores son muy correctas, destacando la de Hugh Edwards, que compone a un Piggy tan lúcido, humano y atormentado como el de la novela. Aquí dejo el enlace al artículo que escribí hace cuatro años:
http://elhogardelaspalabras.blogspot.com.es/search?q=el+se%C3%B1or+de+las+moscas
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