Casi todo lo poco que sé acerca de Corea del Norte lo aprendí leyendo un cómic excepcional: Pyongyang, de Guy Delisle. En él se describía la visita que un occidental realiza a la capital de Corea del Norte por motivos de trabajo y sus impresiones de un país que puede considerarse como la gran distopía de nuestro tiempo. Un lugar en el que la gente es adoctrinada en el culto al líder desde el mismo instante en que empieza a tener uso de razón, como si de una inmensa secta se tratara. La gran pregunta que se hacía Delisle en su obra era la siguiente: ¿son conscientes los coreanos de estar siendo manipulados o han sufrido tal lavado de cerebro que obedecen las consignas con sumo gusto?
Como en Pyongyang, en el film del que nos ocupamos, también hay dos occidentales que se desplazan a Corea del Norte por motivos laborales, aunque en este caso sean mucho más relevantes: entrevistar en exclusiva a un Kim Jong-Un que, como buen dictador, es toda una estrella mediática. Nada como una buena ración de amenazas diarias para despertar el interés de la prensa. De existir hoy, Hitler también sería una estrella codiciada por los programas de mayor audiencia. Porque en realidad al presentador Dave Skylark y a su productor y amigo Aaron Rapoport no se les puede considerar ni por asomo como periodistas. Son más bien hijos de nuestro tiempo, profesionales al servicio del espectáculo más zafio (hurgando en los secretos más escabrosos de sus entrevistados) al servicio de la audiencia más amplia posible. En cierto sentido su modo de manipular se parece al del dictador de Corea del Norte, con la salvedad de que el caso de éste último, no hay manera de apagar el televisor para librarse de él: Kim Jong-Un está presente las veinticuatro horas del día en la vida de sus súbditos: ha de ser amado y venerado en cada instante y en cada acción.
Con estos ingredientes, The interview podría haber derivado en una gran película de sátira política. Ridiculizar al régimen de Corea del Norte no es algo demasiado difícil: posee una mezcla de arrogancia y pensamiento infantil irresistible para cualquier humorista, pero la propuesta de Goldberg y Rogen prefiere centrarse más en el retrato de sus dos protagonistas y en sus relaciones personales, aunque tampoco profundice demasiado en ellas. La vocación principal de The interview es la de ser una película gamberra, en la que se pronuncien muchas frases escatológicas y en la que el dictador coreano no sea más que un juguete en manos de estos dos impresentables. Es innegable que hay muy buena química entre los personajes y que algunas escenas me han provocado carcajadas muy gozosas, pero en todo momento está presente la sensación de que la película prefiere quedarse en lo anecdótico y no posar su mirada en lo que debería importar más, aunque lo hiciera desde un punto de vista cómico: el bienestar de cartón piedra al que está sometido el pueblo coreano, más allá del retrato del ridículo ambiente cortesano que rodea a Kim Jong-Un, un tipo capaz de caer bien en las distancias cortas: gordito, poco inteligente, acomplejado, pero con ganas de agradar a su interlocutor.
Si me preguntaran si merece la pena gastar el dinero de una entrada de cine en ir a ver The interview, respondería que sí, pero sin esperar nada trascendente en torno a un tema tan interesante, solo a pasar el rato con un espectáculo que no tiene más pretensiones que el de ser divertido. Como el programa que presenta Skylark, que sube su audiencia cuando anuncia la entrevista con el dictador, la película se ha beneficiado enormemente del ataque informático del régimen coreano a Sony Pictures, amenazando con todos los males a Estados Unidos si se estrebaba la cinta. Como es lógico, esta polémica no ha hecho más que impulsar la taquilla de una producción que seguramente en otras circunstancias hubiera pasado bastante desapercibida. Quizá después de todo Kim Jong-Un tenga derecho a un porcentaje de la recaudación...
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