El miedo ha sido desde siempre un compañero inseparable del ser humano. A diferencia del resto de animales, nosotros contamos con la capacidad extraordinaria de evocar el pasado y de representarnos el futuro. Esta aptitud para no vivir solo en el presente amplía nuestras expectativas y es un mecanismo imprescindible para el desarrollo de nuestra principal arma de supervivencia: la inteligencia. Pero a la vez también supone una enorme carga para el hombre: ser consciente de los peligros que nos rodean continuamente, reales o imaginarios, es un enorme lastre. Todos sentimos miedo de vez en cuando, ya sea en forma de ansiedad, de pánico o fobia. Algunos lo sienten casi todo el tiempo. Las cuatro respuestas posibles ante el mismo a veces resultan una difícil elección: la huida, el ataque, la inmovilidad o la sumisión.
Lo cierto es que uno de los asuntos que producen mayor temor es la falta de explicación de nuestra misma existencia. Somos arrojados al mundo sin propósito, sin saber exactamente qué se espera de nosotros. Además, tenemos fecha de caducidad y tampoco estamos seguros de si nos espera algo después de la muerte, uno de los terrores más universales. Respecto a las relaciones sociales entre seres humanos, el miedo es un instrumento de poder. Nada como la intimidación, el temor al castigo, para conseguir la obediencia de los semejantes. En épocas pasadas (y también presentes, por desgracia) la tortura fue moneda corriente para cualquiera que cuestionara el poder o la religión establecida:
"Uno de los hilos que trenzan la historia de la humanidad es el continuo afán por librarse del miedo, una permanente búsqueda de la seguridad y, recíprocamente, el impuro deseo de imponerse a los demás aterrorizándolos. Hobbes descubrió en el miedo el origen del Estado. Maquiavelo enseñó al príncipe que tenía que utilizar el temor para gobernar, le proporcionó un manual de instrucciones. La terribilitá como herramienta. Ambos coincidían en una cosa, a saber, que el miedo es la emoción política más potente y necesaria, la gran educadora de una humanidad indómita y poco de fiar. «Es terrible que el pueblo pierda el miedo», advertía Spinoza, un cauteloso."
Conseguir un sentimiento de seguridad, aunque sea falso, aún a costa de la propia esclavitud, es el deseo de la mayoría de los hombres. Por eso en épocas de miedo, cuando se agitan amenazas como el terrorismo o la crisis, es más fácil que la gente renuncie a sus derechos. Marina dice con gran acierto que la obediencia es un buen antídoto contra la ansiedad. Si no tengo que decidir por mí mismo, no seré el responsable de mi futuro, ya que se lo estoy confiando a otra persona que estimo más sabia. Más grave es cuando un sentimiento nacionalista o religioso fanatiza a la persona hasta el punto de estar dispuesto a dar su vida en nombre de estas creencias irracionales.
El autor también se acerca al existencialismo, a la visión de la realidad como un gran absurdo sin sentido. Es el peligro de perder el norte, las motivaciones vitales que, sin saber si son verdaderas o falsas, distraen al hombre mientras transcurren sus días. La angustia vital es un gran peligro, en muchas ocasiones inevitable:
"Hay un sentimiento de angustia peculiar que nos acomete ante la pérdida de sentido. Es una vivencia del absurdo, de la insignificancia, de la finitud. Nuestro asiduo Kafka lo cuenta: «Me encuentro sobre la plataforma de un tranvía, y advierto una incertidumbre respecto a mi posición en el mundo, en esta ciudad, en la familia. No sé dar justificación clara al hecho de encontrarme en pie sobre esta plataforma, de agarrarme a esta correa, de dejarme llevar por este tranvía». Se parece al brusco sentimiento de extrañeza que experimentan algunas personas."
Con Anatomía del miedo, José Antonio Marina pone otra piedra en su gran proyecto de divulgación filosófica, equivalente al que lleva años realizando Punset con la ciencia. El libro no contiene ideas originales, pero sabe sintetizar las de los más importantes pensadores en torno al miedo y la angustia. La primera parte del libro es mucho más coherente con el título que la segunda, que se centra más en el concepto de heroísmo, vinculándolo al comportamiento ético. Me quedo con esta frase, que habla de la dignidad para con uno mismo:
"La obligación de comportarnos justa, respetuosa, valientemente no afecta sólo a nuestro trato con los demás, sino también al trato con nosotros mismos. Si no debemos atentar contra la dignidad de otra persona, tampoco debemos atentar contra la nuestra. Si la dignidad implica libertad, no podemos abdicar de nuestra libertad, por ejemplo mediante las adicciones o la cobardía; si la dignidad implica conocimiento, no podemos permanecer en la ignorancia; si la dignidad implica rechazar la tiranía, no podemos claudicar ante nuestros tiranos interiores."
Lo que no queda claro en el libro es en qué medida es importante combatir el miedo, ya que partimos del hecho de que el miedo es imprescindible para la vida humana. ¿Cuál es el límite de miedo no tolerable y cómo podemos solventarlo?
ResponderEliminarOtro problema es el prejuicio de que "no tener miedo" es bueno y virtuoso, después de que los psicólogos admitan que los más valientes del mundo son los psicópatas. El viejo hábito de confundir "valentía" con "virtud" no ayuda nada a definir la actitud ante el miedo.
Es verdad que la última parte del libro quizá se aleja un poco del rigor mantenido hasta entonces y quiere ser humanística, pero se parece más a los libros de autoayuda, en los que el lector lee lo que necesita leer.
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