miércoles, 24 de octubre de 2012

MENDEL EL DE LOS LIBROS (1929), DE STEFAN ZWEIG. EL MÁRTIR DE LA LETRA IMPRESA.


Nadie como Stefan Zweig, que narró magistralmente en su autobiografía el paso, que produjo la Primera Guerra Mundial, del plácido mundo burgués decimonónico al turbulento siglo XX. Mendel el de los libros cuenta la historia de un ser improbable y singular: un viejo judío que, aposentado en un café, pasa el día ensimismado en sus lecturas, sin apenas apreciar lo que sucede a su alrededor:

"Leía con un ensimismamiento tan impresionante que desde entonces cualquier otra persona a la que yo haya visto leyendo me ha parecido siempre un profano."

El apasionado lector sólo vuelve al mundo cuando alguien le visita para hacerle una consulta bibliográfica. Por complicada que sea el dictamen que se le encarga, Mendel responderá en pocos segundos exponiendo al asombrado interlocutor la relación completa de libros que pueden encontrarse acerca del tema y las librerías de todo el mundo donde pueden ser encontrados. Mendel es como el moderno google, pero aún más efectivo, porque sus respuestas están colmadas de pasión humana, y por qué no decirlo, de cierta complacencia producida al comprobar que su extraordinaria habilidad ayuda a otras personas.

Lo más conmovedor de la novela de Zweig es comprobar cuan trágicamente ausente de la realidad se encuentra el protagonista, hasta el punto de desconocer que su país está en guerra. Cuando Mendel escribe a libreros de países enemigos reclamándoles el envío de los habituales catálogos, la inteligencia militar sospecha que puede tratarse de un espía y lo saca de su hábitat natural para  internarlo en un siniestro campo de concentración. Así es la realidad del siglo XX, donde no hay sitio para soñadores como Mendel, que prefiere vivir en su propio mundo, mucho más rico que el que le rodea físicamente. Qué difícil es que surjan seres como Mendel, sabios generosos que ponen su erudición al servicio de cualquiera. Y qué fácil es destruirlos a base de estupidez y fuerza bruta. A Mendel los libros le ofrecían la comprensión de los secretos del Universo, de la conformación del mundo, pero no le prepararon para comprender su propio destino, pues este fue dictado por hombres irracionales.

Todavía existen seres como Mendel, capaces de relacionar cualquier hecho mundano con las lecturas realizadas en el pasado. Muchos dirán que ya no son tan necesarios como antes, puesto que la tecnología puede almacenar millones de datos y podemos tener acceso a ellos en un instante. Pero la tecnología es fría, nos distrae y nos hace descentrarnos de nuestro objetivo, algo que nunca haría un sabio humanista. Si tuviera que proponer a un santo laico para que presidiera las reuniones de los clubes de lectura, optaría sin duda por Mendel. Que sea un personaje literario y no real, no hace sino reforzar su candidatura.

No puedo sino transcribir las últimas palabras del personaje-narrador de Zweig, sintiéndose culpable por haber olvidado durante años a un ser tan singular como Mendel:

"Precisamente yo, que debía saber que los libros sólo se escriben para, por encima del propio aliento, unir a los seres humanos, y así defendernos frente al inexorable reverso de toda existencia: la fugacidad y el olvido."

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