sábado, 6 de octubre de 2012

DEPRISA DEPRISA (1981), DE CARLOS SAURA. TOMA EL DINERO Y CORRE.


Recién inaugurada la democracia, la crisis económica de los setenta hizo que la pobreza se instalara, de manera más acentuada que hasta entonces (obviando los años de postguerra) en la periferia de las ciudades. Los jóvenes hijos de inmigrantes de otras regiones de España que habían llegado a las grandes capitales buscando una vida mejor se encontraron sin perspectivas de futuro, confinados en barrios construidos en cualquier parte a toda prisa para dar cabida a los excedentes de población. Y la vida del extrarradio hizo surgir nuevas formas de delincuencia, vinculada al tráfico de drogas, ahora incipiente. Delincuentes, cada vez más jóvenes, violentos y osados a los que mitificó un subgénero del cine español de esta época, cuyos iconos son "Deprisa deprisa" y las películas del José Antonio de la Loma.

Y estos personajes, habitantes de este territorio fronterizo de la ilegalidad viven frenéticamente: saben que su única oportunidad de salir temporalmente de su miseria existencial es la de jugarse el todo por el todo, cometer atracos rápidos y suculentos, arriesgando cada vez más, esperando que la fortuna siempre esté de su lado. En el fondo se saben condenados a un pronto fracaso: a la cárcel, a una muerte violenta o por sobredosis, pero eso les lleva a exprimir cada momento, disfrutando a su manera de lo que hacen. Si la sociedad les ha relegado a la marginalidad, ellos se vengan tomando de ella por lo fuerza lo que se les antoja. Son gente despreciable, sí, pero ¿qué otro camino se esperaba que tomasen?

Las criaturas que retrata Carlos Saura son ya veteranos delincuentes, a pesar de no tener veinte años. La primera escena es ya reveladora: los dos protagonistas roban un coche con toda la tranquilidad del mundo y cuando la gente que se ha dado cuenta, les rodea excitada, no tienen más que sacar una pistola para imponer su ley: la falsa seguridad que da el poder de sentirse armado, que acabará costándoles cara. El personaje más enigmático es el de la muchacha interpretada por Berta Socuéllamos. Si lo pensamos bien, su actitud es poco creíble: el protagonista le dirige unas torpes palabras y ella se enamora de inmediato, hasta el punto de formar parte de su banda y erigirse en su miembro más frío y sanguinario. Si obviamos este sinsentido, podremos disfrutar de una inmersión en la vida marginal de principios de los ochenta, años de crisis económica, de auge de las drogas duras y de estos héroes efímeros, cuyas hazañas son narradas al ritmo de la música de Los Chunguitos. 

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