sábado, 6 de octubre de 2012

UN CORAZÓN INVENCIBLE (2007), DE MICHAEL WINTERBOTTON. LA LIBERTAD DE PRENSA Y SUS ENEMIGOS.


Esta semana Amnistía Internacional ha programado en Málaga una serie de películas relacionadas con los derechos humanos, invitando a interesantes personalidades para los debates posteriores a las proyecciones. El miércoles, invitado por un amigo, tuve la oportunidad de asistir a una de ellas. Michael Winterbottom es uno de esos directores del panorama actual que no suele decepcionar con unas propuestas de la más variada temática. En esta ocasión se propuso contar la historia de los últimos días del periodista Daniel Pearl, corresponsal de Wall Street Journal en Asia, que fue capturado por un grupo talibán en Pakistan, para ser finalmente decapitado, en represalia por las condiciones de los presos de Guantánamo. El punto de vista que adopta Winterbottom es el de su mujer, magníficamente interpretada por Angelina Jolie, que atraviesa un calvario de incertidumbre y horror con una entereza admirable, tal y como hizo su modelo de la vida real, Mariane Pearl.

Más allá de los indudables valores cinematográficos de la propuesta, Un corazón invencible invitó a reflexionar acerca de la siempre amenazada libertad de prensa. En el caso aquí expuesto, son unos fanáticos los que asesinan a un periodista acusándolo de espía al servicio de los Estados Unidos. Como bien se argumenta en la cinta, la pobreza es un caldo de cultivo excelente para el integrismo: la falta de cultura y de información hacen de estos seres que no tienen nada que perder candidatos perfectos para ser manipulados al servicio de grupos terroristas fanáticos. Aunque tampoco hay que llevarse a engaño al respecto: los pilotos suicidas del 11 de septiembre eran universitarios formados en occidente. Lo que sí que se ve afectado en estos países, cuyos ciudadanos tienen que moverse entre un gobierno corrupto y represor y unos clérigos fanáticos, es el derecho a una información independiente: simplemente no existe y lo peor es que ni siquiera cuentan con la base educativa suficiente como para echarlo en falta.

En el debate posterior tuvimos la oportunidad de escuchar el terrible testimonio de una joven periodista colombiana, cuyo nombre me abstendré de decir, que se encuentra amenazada en su país por haber denunciado, entre otras cosas, un caso de corrupción policial. La sensación de impotencia de quien es puesto en el punto de mira por el mero hecho de cumplir su trabajo de servicio ciudadano debe ser tremenda. También se habló de la crisis de la prensa independiente en nuestro país, algo que compartimos con muchos estados de occidente. La concentración de medios en pocas manos consiguen que el periodista se autocensure para no perder su empleo y que el periodismo de investigación clásico esté en vías de desaparición. El gran tema de nuestro tiempo, la gran crisis, todavía no ha sido explicada de una manera objetiva y comprensible: parece como si los medios de comunicación tuvieran una nueva función: difundir un miedo paralizante entre la ciudadanía y hacerla sentirse culpable de los excesos de otros. 

Hay excepciones, claro está, intelectuales de prestigio que todavía tienen su espacio de opinión independiente en los medios, pero en general da la impresión de que el cuarto poder capitula cuando se enfrenta a la misión de ofrecernos una explicación coherente de lo que está sucediendo, porque la crisis afecta también a los propios periodistas, que ven día a día como se reduce su número y deben, para no caer ellos también en el abismo del desempleo, adaptarse a la línea editorial de quien les paga. Y recurrir a internet buscando información independiente resulta toda una aventura, porque resulta cada día más difícil separar el trigo de la paja.

Hoy mismo, hemos tenido el enésimo ejemplo de agresión a la libertad de prensa: a la colaboradora de El País en Cuba, Yoani Sánchez, se la ha detenido para que no asista al juicio del español Ángel Carromero. Un ejemplo más de una práctica tristemente muy común.

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