viernes, 9 de marzo de 2012

EL PROBLEMA DE LA CULPA (1946), DE KARL JASPERS. ALEMANIA, AÑO CERO.


Comencé a aficionarme por la Segunda Guerra Mundial de una manera muy curiosa: en la pequeña biblioteca de mi casa había un único tomo de una enciclopedia dedicada al conflicto. Se trataba del último volumen, que trataba del proceso de Nuremberg. Así yo leía acerca del juicio a unos hombres que habían desencadenado una guerra de agresión brutal y eran responsables de la muerte de millones de personas. Mis ojos, poco habituados a este tipo de cosas, se paseaban entre fotos de seres humanos sometidos a los más terribles experimentos médicos, de esqueletos vivientes cuyos ojos habían perdido todo hálito de vida y de montañas de cadáveres. Las fotografías del proceso estaban tomadas con un blanco y negro turbio, que resaltaba la palidez de los acusados, en cuyos hombros debía caer la responsabilidad de una nación que, de un modo u otro, había participado en la consecución de este desastre.

"El problema de la culpa" recoge las conferencias que dictó Jaspers durante el invierno de 1945-46. La población alemana se encontraba en aquel momento abrumada por la sensación de derrota y sometida a la merced de los vencedores. Muchos no querían ni oír hablar de culpa, cuando ellos habían sufrido tremendos bombardeos, perdiendo a sus seres más queridos y sus viviendas. Pero Jaspers sostiene con contundencia la necesidad de que Alemania realice un examen de conciencia acerca de unos crímenes que no se parecían a ningún otro de los registrados hasta la fecha, por haber sido realizadas con una planificación inhumana.

El libro distingue entre cuatro clases de culpa: culpa criminal, que es la que soportan los responsables y ejecutores de los peores crímenes, culpa política, que es la que tienen los ciudadanos de un Estado criminal, por sostener a ese estado, culpa moral, que es la que tiene el individuo que actúa por indicación de otro, sin poder escudarse en el principio de obediencia debida y en la que el acusador es la propia conciencia y culpa metafísica, que es la que tiene todo hombre que no ha hecho lo suficiente para impedir un crimen.

Es lógico pensar que el régimen de Hitler no podía funcionar con la voluntad de un solo individuo: la mayoría de la población debía colaborar activa o pasivamente con el mismo. Después de la guerra, era corriente que la gente acusara a sus dirigentes de haberles llevado a hacer el mal mediante una especie de seducción demoniaca, pero es evidente que para Jaspers siempre existe la posibilidad de oposición y se dio muy escasamente entre los alemanes, que de una forma u otra se aprovecharon de las ventajas que les ofrecía el régimen, mientras sus vecinos judíos eran deportados ante sus ojos.

Karl Jaspers se erigió con estas ideas como una especie de guía moral de Alemania en su hora más oscura, cuando sus habitantes eran odiados por el resto del mundo y el peso de inmensos crímenes caía sobre su población. Había que realizar una reconstrucción nacional, no sólo de las ruinas de las ciudades, sino también de la ruina moral que dejaba el nazismo. Jaspers creía que era justa una expiación colectiva, algo que se llevó a cabo en la parte occidental con bastante honestidad. Hay que recordar gestos tan importantes como la genuflexión de Willy Brandt en el gueto de Varsovia. Las nuevas generaciones de alemanes han asumido su pasado y la época de Hitler ha quedado muy atrás. Otros países, como España, aún se enfrentan a los fantasmas del pasado y no saben como abordarlos sin que se desaten pasiones que se creían enterradas hace décadas. Quizá el método de Karl Jaspers fuera una buena guía para todas esas naciones.

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