Me ha interesado muchísimo esta novela de James Joyce no solo, como es evidente, desde el punto de vista literario, sino también desde el antropológico, pues pocas visiones más certeras pueden escribirse acerca de lo que significa padecer una educación por parte de unos jesuitas integristas que tratan de impresionar a sus alumnos con sádicas visiones de un castigo eterno tan insoportable como injusto. Todos sabemos en que ha derivado al final tantos años de educación estrictamente católica en Irlanda: cientos de casos de abusos o instituciones tan abominables como las hermanas de la Magdalena (veáse la película homónima). Tanto esta novela, como los cuentos de "Dublineses" constituyen una excelente plataforma de lanzamiento para enfrentarse a esa cumbre de la literatura llamada "Ulises". Yo todavía no me he atrevido, pero lo haré en un futuro próximo. Aquí el artículo:
A la hora de leer a James Joyce, es muy difícil entender su escritura sin conocer las costumbres irlandesas tradicionales, donde el catolicismo lo impregna todo. Aunque Joyce pasó gran parte de su vida adulta fuera de su país natal, su obra le hace volver constantemente a los escenarios de su juventud. Todos los días 16 de junio se celebra en Dublín el Bloomsday, en el que los aficionados realizan el mismo recorrido que Leopold Bloom, el protagonista de "Ulises", por las calles de la capital irlandesa. Joyce es un ejemplo de escritor (existen otros, como Marcel Proust en Francia) que suscitan auténtica devoción y cuyas obras se leen y se reinterpretan una y otra vez.
Usualmente se clasifica a James Joyce
en el grupo de escritores difíciles, cuya escritura plena de
experimentalismo e innovaciones estilisticas, requiere un esfuerzo extra
en el lector. Esto puede ser cierto respecto al "Ulises" y sobre todo
con "Finnegans Wake", un libro cuya dificultad de lectura es altísima,
que ni siquiera cuenta con una traducción solvente en castellano. Pero
esto no ocurre con las primeras obras de Joyce, como los cuentos
recogidos bajo el título de "Dublineses"
o en este "Retrato del artista adolescente", de escritura muy clásica,
aunque no exenta de sus primeros intentos de creación de un lenguaje
literario original.
"Retrato del artista adolescente" se publicó en 1916, en plena Guerra Mundial, el año en que se produjo el levantamiento de Pascua, en Dublín, que inicia la Guerra de la Independencia contra los ingleses. La novela tiene mucho de autobiográfico. Su lectura es casi como un viaje al alma del Joyce adolescente, a sus anhelos, a sus miedos y a sus primeras experiencias, aunque comienza con una hermosa y tierna escena protagonizada por Stephen Dedalus cuando todavía es "el nene de la casa" y vive sin preocupaciones recibiendo todas las atenciones familiares.
Al igual que el autor irlandés, Stephen Dedalus va a estudiar con los jesuitas, toda una institución en Irlanda. Se trata de una educación en la que los castigos físicos están a la orden del día. En protagonista es víctima de una injusticia por parte de uno de sus profesores, pues, aunque Dedalus está exento de hacer los deberes por haber roto sus lentes, el jesuita cree que se trata de un ardid. La descripción del dolor y la humillación ante un palmetazo en su mano, dan idea de la maestría de Joyce a la hora de plasmar toda clase de sentimientos:
"Un golpe ardiente, abrasador, punzante, como el chasquido de un bastón al quebrarse, obligó a la mano temblorosa a contraerse toda ella como una hoja en el fuego. Y al ruido, lágrimas ardientes de dolor se le agolparon en los ojos. Todo su cuerpo estaba estremecido de terror, el brazo le temblaba y la mano, agarrotada, ardiente, lívida, vacilaba como una hoja desgajada en el aire. Un grito que era una súplica de indulgencia le subió a los labios. Pero, aunque las lágrimas le escaldaban los ojos y las piernas le temblaban de miedo y de dolor, ahogó las lágrimas abrasadoras y el grito que hervía en la garganta."
Las páginas más impresionantes de "Retrato del artista adolescente" son las que describen la visión más integrista de la religión católica, ofrecida en un retiro espiritual al que han de asistir los alumnos de la Escuela Belvedere. En los meses precedentes, Stephen ha ganado un concurso literario, ha subido su ego y, lo que es más grave para un cristiano, se ha dejado llevar por sus deseos carnales y ha ido de prostitutas.
El panorama que se le ofrece ante la gravedad de sus pecados es desolador, pues el retiro está dedicado en gran parte a gráficas descripciones de los tormentos que habrán de sufrir los pecadores que se hayan apartado, aunque sea un ápice, de los preceptos dispuestos por la Santa Madre Iglesia. Una eternidad de sufrimientos, expuestos con particular sadismo por el orador, terribles palabras que hacen mella en un impresionable Stephen:
"Siempre sufrir, nunca gozar, siempre estar condenado, nunca obtener salvación, siempre, nunca; siempre, nunca. ¡Oh, cuan horrendo castigo! Una eternidad de inacabable agonía, de inacabable tormento espiritual y corporal, sin un rayo de esperanza, sin un momento de descanso. Una eternidad de agonía ilimitada en intensidad, de tormento infinitamente variado, de tortura, que alimenta eternamente aquello que eternamente devora, de angustia que perdurablemente oprime el espíritu mientras despedaza la carne, una eternidad, cada instante de la cual es ya de por sí una eternidad de dolor. Tal es el terrible tormento decretado, para que aquellos que mueren en pecado mortal, por un Dios justo y todopoderoso."
No obstante, la doctrina católica ofrece solución a los terribles remordimientos del protagonista: la confesión sincera de los pecados, el propósito de enmienda y por fin, el anhelado perdón, que es casi como conquistar una vida nueva e inmaculada, presidida por una mezcla de temor y amor a Dios. Stephen se toma en serio su nuevo papel y se somete a sí mismo a una disciplina despiadada, donde el sufrimiento y la penitencia son virtudes que le van haciendo ganar el cielo peldaño a peldaño:
"Cada momento del día, dedicado ahora los que miraba como deberes de su paso por la vida giraba en torno de su actividad espiritual. Su vida parecía haberse aproximado a la eternidad. Podía lograr que cada uno de los pensamientos, palabras y obras, revibrara radiantemente en el cielo; y a veces la sensación de ese repercutir inmediato era tan intensa, que le parecía que su alma devota obraba como los dedos sobre el teclado de una gran caja registradora y que podía ver la suma de su adquisición aparecer inmediatamente inscrita en el cielo, no como una cifra, sino como una débil columnilla de incienso o como una delicada flor."
La vida en la Tierra como una mera transición, una prueba de la que depende lo verdaderamente importante: una eternidad de cielo o infierno. He aquí la propuesta del catolicismo como modelo de vida, una apuesta personal en la que está en juego la vida futura, la auténtica. Aunque posteriormente Dedalus-Joyce se volverá un descreído y decide dedicarse plenamente a la literatura, una educación como esta marca para toda la vida. Es conocido el pavor de Joyce ante las tormentas, que interpretaba inconscientemente con manifestaciones de la ira divina. En realidad, lo que hacen los jesuitas es impregnar en el joven un sentimiento permanente de angustia, de prevención en las acciones, como si estuviera eternamente vigilado y juzgado.
Las palabras de Vargas Llosa, escritas para el prólogo de "Dublineses", pero perfectamente aplicables a esta novela resultan también iluminadoras en este aspecto:
"(...) unas historias que revelan toda la complejidad psicológica de un mundo, y, principalmente, las frustraciones sentimentales y sexuales de una sociedad que ha metabolizado en instituciones y costumbres las restricciones de índole religiosa y múltiples prejuicios."
James Joyce se convirtió en el mejor cronista de una sociedad dominada por la Iglesia Católica (cuyos casos de abusos a los más inocentes, encubiertos durante décadas, comienzan a salir a la luz), realizando un estudio casi antropológico, a la par que literario, de las consecuencias sobre la conciencia de tan estricta imposición y sobre la misma identidad nacional y política de Irlanda, que no puede despegarse de una influencia religiosa que le impide acercarse a la modernidad en muchos aspectos.
"Retrato del artista adolescente" se publicó en 1916, en plena Guerra Mundial, el año en que se produjo el levantamiento de Pascua, en Dublín, que inicia la Guerra de la Independencia contra los ingleses. La novela tiene mucho de autobiográfico. Su lectura es casi como un viaje al alma del Joyce adolescente, a sus anhelos, a sus miedos y a sus primeras experiencias, aunque comienza con una hermosa y tierna escena protagonizada por Stephen Dedalus cuando todavía es "el nene de la casa" y vive sin preocupaciones recibiendo todas las atenciones familiares.
Al igual que el autor irlandés, Stephen Dedalus va a estudiar con los jesuitas, toda una institución en Irlanda. Se trata de una educación en la que los castigos físicos están a la orden del día. En protagonista es víctima de una injusticia por parte de uno de sus profesores, pues, aunque Dedalus está exento de hacer los deberes por haber roto sus lentes, el jesuita cree que se trata de un ardid. La descripción del dolor y la humillación ante un palmetazo en su mano, dan idea de la maestría de Joyce a la hora de plasmar toda clase de sentimientos:
"Un golpe ardiente, abrasador, punzante, como el chasquido de un bastón al quebrarse, obligó a la mano temblorosa a contraerse toda ella como una hoja en el fuego. Y al ruido, lágrimas ardientes de dolor se le agolparon en los ojos. Todo su cuerpo estaba estremecido de terror, el brazo le temblaba y la mano, agarrotada, ardiente, lívida, vacilaba como una hoja desgajada en el aire. Un grito que era una súplica de indulgencia le subió a los labios. Pero, aunque las lágrimas le escaldaban los ojos y las piernas le temblaban de miedo y de dolor, ahogó las lágrimas abrasadoras y el grito que hervía en la garganta."
Las páginas más impresionantes de "Retrato del artista adolescente" son las que describen la visión más integrista de la religión católica, ofrecida en un retiro espiritual al que han de asistir los alumnos de la Escuela Belvedere. En los meses precedentes, Stephen ha ganado un concurso literario, ha subido su ego y, lo que es más grave para un cristiano, se ha dejado llevar por sus deseos carnales y ha ido de prostitutas.
El panorama que se le ofrece ante la gravedad de sus pecados es desolador, pues el retiro está dedicado en gran parte a gráficas descripciones de los tormentos que habrán de sufrir los pecadores que se hayan apartado, aunque sea un ápice, de los preceptos dispuestos por la Santa Madre Iglesia. Una eternidad de sufrimientos, expuestos con particular sadismo por el orador, terribles palabras que hacen mella en un impresionable Stephen:
"Siempre sufrir, nunca gozar, siempre estar condenado, nunca obtener salvación, siempre, nunca; siempre, nunca. ¡Oh, cuan horrendo castigo! Una eternidad de inacabable agonía, de inacabable tormento espiritual y corporal, sin un rayo de esperanza, sin un momento de descanso. Una eternidad de agonía ilimitada en intensidad, de tormento infinitamente variado, de tortura, que alimenta eternamente aquello que eternamente devora, de angustia que perdurablemente oprime el espíritu mientras despedaza la carne, una eternidad, cada instante de la cual es ya de por sí una eternidad de dolor. Tal es el terrible tormento decretado, para que aquellos que mueren en pecado mortal, por un Dios justo y todopoderoso."
No obstante, la doctrina católica ofrece solución a los terribles remordimientos del protagonista: la confesión sincera de los pecados, el propósito de enmienda y por fin, el anhelado perdón, que es casi como conquistar una vida nueva e inmaculada, presidida por una mezcla de temor y amor a Dios. Stephen se toma en serio su nuevo papel y se somete a sí mismo a una disciplina despiadada, donde el sufrimiento y la penitencia son virtudes que le van haciendo ganar el cielo peldaño a peldaño:
"Cada momento del día, dedicado ahora los que miraba como deberes de su paso por la vida giraba en torno de su actividad espiritual. Su vida parecía haberse aproximado a la eternidad. Podía lograr que cada uno de los pensamientos, palabras y obras, revibrara radiantemente en el cielo; y a veces la sensación de ese repercutir inmediato era tan intensa, que le parecía que su alma devota obraba como los dedos sobre el teclado de una gran caja registradora y que podía ver la suma de su adquisición aparecer inmediatamente inscrita en el cielo, no como una cifra, sino como una débil columnilla de incienso o como una delicada flor."
La vida en la Tierra como una mera transición, una prueba de la que depende lo verdaderamente importante: una eternidad de cielo o infierno. He aquí la propuesta del catolicismo como modelo de vida, una apuesta personal en la que está en juego la vida futura, la auténtica. Aunque posteriormente Dedalus-Joyce se volverá un descreído y decide dedicarse plenamente a la literatura, una educación como esta marca para toda la vida. Es conocido el pavor de Joyce ante las tormentas, que interpretaba inconscientemente con manifestaciones de la ira divina. En realidad, lo que hacen los jesuitas es impregnar en el joven un sentimiento permanente de angustia, de prevención en las acciones, como si estuviera eternamente vigilado y juzgado.
Las palabras de Vargas Llosa, escritas para el prólogo de "Dublineses", pero perfectamente aplicables a esta novela resultan también iluminadoras en este aspecto:
"(...) unas historias que revelan toda la complejidad psicológica de un mundo, y, principalmente, las frustraciones sentimentales y sexuales de una sociedad que ha metabolizado en instituciones y costumbres las restricciones de índole religiosa y múltiples prejuicios."
James Joyce se convirtió en el mejor cronista de una sociedad dominada por la Iglesia Católica (cuyos casos de abusos a los más inocentes, encubiertos durante décadas, comienzan a salir a la luz), realizando un estudio casi antropológico, a la par que literario, de las consecuencias sobre la conciencia de tan estricta imposición y sobre la misma identidad nacional y política de Irlanda, que no puede despegarse de una influencia religiosa que le impide acercarse a la modernidad en muchos aspectos.
A propósito de Joyce y el nacionalismo irlandés, de lo que hay una mención en el artículo de "suite", me parece que hay que puntualizar que Joyce no era nacionalista irlandés, sino más bien lo contrario. El rechazo de Joyce a las verdades eternas de la religión católica se hacía extensivo al rechazo a las verdades eternas del nacionalismo. Por ese motivo Joyce no ha sido nunca considerado un gran escritor nacional de Irlanda.
ResponderEliminarSin duda Joyce se vio afectado por el fracaso de las grandes expectativas morales que en la infancia puede despertar la religión. Se ofrece claridad, pero al alumno inteligente la claridad eclesial revela el turbulento inconsciente del que se origina el catolicismo militante del 1900. Y hay que recordar que en Irlanda el catolicismo estaba en constante lucha contra el protestantismo, de forma que hacía recurso de sus trucos efectistas más morbosos.
Es cierto que no es el escritor nacional de Irlanda, pero en Dublín se le venera. Yo también identifico muchas veces nacionalismo con religión. Joyce era demasiado inteligente como para caer en esa trampa.
ResponderEliminarSaludos.