Podríamos calificar a Edith Wharton como la Jane Austen
estadounidense. La mayoría de sus historias son tratados acerca de las
relaciones amorosas dentro de un determinado contexto social, de la
necesidad de la mujer de conseguir un buen matrimonio para consolidar su posición económica y prestigiarse dentro de una comunidad cerrada, la llamada alta sociedad.
Nueva York a principios del siglo XX comenzaba a construir la posición que en pocos años la convertiría en la capital del mundo. Ya en 1835 se había convertido en la ciudad más poblada de Estados Unidos. Poco a poco iría dotándose de un singular poder económico dando lugar a dinastías familiares dueñas de inmensas fortunas, protagonistas de las novelas de Wharton. Personas que han hecho del dinero una forma de vida:
"(...) el único modo de no pensar en el aire es tener el suficiente para respirar. Es muy cierto en un sentido, pero los pulmones no dejan de pensar en el aire, aunque uno no lo haga. Y lo mismo ocurre con la gente rica: tal vez no piense en el dinero, pero lo respira. ¡Trasládeles a otro elemento y les verá retorcerse y jadear!"
"La casa de la alegría" cuenta la historia de Lily Bart, una muchacha nacida en el seno de una familia de la aristocracia económica venida a menos. El dilema de Lily es que no conoce otra vida que la continua asistencia a fiestas y veladas elegantes. Las grandes familias de Nueva York rivalizan entre sí para ofrecer las celebraciones más refinadas, que a veces pueden durar varios días. El principal problema al que se enfrentan estas damas de la alta sociedad es la elaboración de listas de invitados brillantes. Los nuevos ricos, como el judío Rosedale, sueñan con formar parte de ese mundo. Lily es una pieza más en este juego de intereses.
Y es que la protagonista brilla en las fiestas por su belleza. Su objetivo, no declarado abiertamente, pero sí asumido por la sociedad en la que se mueve, es seducir a un hombre rico y hacerlo su esposo. Pero Lily es una persona dubitativa y pierde sus mejores oportunidades. La presencia del abogado Selden, un hombre mucho más modesto económicamente, pero más sensato, del que está enamorada sin aceptarlo plenamente, le hace vivir en una perpetua indecisión. Sus antagónicas visiones del mundo quedan patentes en este diálogo:
"Selden se echó el sombrero hacia atrás y la miró de reojo.
- El éxito... ¿qué es el éxito? Me interesa conocer su definición.
- ¿Del éxito? - Lily titubeó - . Bueno, supongo que es obtener de la vida todo lo que se puede. Es una cualidad relativa, después de todo. ¿No coincide su idea con la mía?
- ¿Mi idea? ¡En absoluto! - Se incorporó con súbita energía (...) - Mi idea del éxito - dijo - es la libertad personal.
- ¿Libertad? ¿De las preocupaciones?
- De todo... del dinero, de la pobreza, de la comodidad y de la ansiedad, de todos los accidentes materiales. Mantener una especie de república del espíritu: a eso llamo yo éxito."
La señorita Bart se desliza por un mundo presuntamente refinado, pero que puede ser muy cruel con quien no sigue ciertas reglas no escritas. Una serie de malentendidos y fatalidades la van a hacer caer en desgracia ante sus antiguos valedores. Lily irá advirtiendo cómo poco a poco las puertas enormes de las mansiones se le van cerrando y a su angustiosa situación económica se une la humillación de las continuas murmuraciones. Y comprenderá amargamente el sentido de las palabras de Selden.
La novela de Wharton sigue la estela de una temática típicamente decimonónica, la de la muchacha de belleza deslumbrante procedente de buena familia, pero en decadencia económica. No hay más que recordar "La desheredada", de Benito Pérez Galdós, donde la protagonista, Isidora Rufete, se endeuda llevando la vida que cree corresponderle como presunta hija ilegítima de una marquesa. Algo parecido le ocurre a la señorita Bart, que no es consciente de que el nivel de vida al que está acostumbrada no corresponde al nivel de sus ingresos, una pesadilla recurrente para alguien acostumbrado al lujo.
Lo cierto es que la protagonista de la novela lo ha apostado todo a una carta: su propia belleza, que cree suficiente para salir triunfante en un mundo que cree conocer bien, pero cuyos resortes más íntimos se le escapan. Su momento culminante (y el más escandaloso) llegará cuando aparezca en una fiesta ataviada como una cortesana de un cuadro de Lloyd Reynolds. Al final el dinero acaba ganándole la partida. Lo más paradójico para Lily es que se le acaba considerando poco menos que una prostituta, cuando la narración nos da a entender que, habiendo cumplido la treintena, es todavía una mujer virgen.
Edith Wharton ofrece en "La casa de la alegría" un perfecto retrato de la alta sociedad neoyorkina de su tiempo, que conocía tan bien porque había formado parte de ella. Nos hace ver su mezquindad, su frivolidad y su continua preocupación por exhibir su poderío económico, sin asomo de iniciativa cultural o social alguna, más allá de la organización de fiestas en sus inmensas mansiones:
"En este ambiente de tórrido esplendor se movían seres tan ricamente tapizados como los muebles, seres sin metas definidas ni relaciones permanentes que vagaban en una lánguida marea de curiosidad, de restaurante a sala de concierto, de invernadero a sala de música y de "exposición de arte" a desfile de modelos de alta costura."
El estilo de la escritora es sencillo, pero hay una extraña precisión en sus palabras. A veces hay que pararse a leer dos veces alguna frase donde están contenidas las claves de las ideas que pretende transmitir. Hay que tener en cuenta que Wharton se mueve a caballo entre el siglo XIX y el XX, donde la novela tradicional y realista decimonónica va a ir progresivamente pasando de moda. El único defecto que se le puede reprochar a Wharton es alargar demasiado un argumento que podría haberse resuelto en menos páginas.
En todo caso, eso no va a empañar el disfrute del lector que busque literatura de calidad, pues la neoyorkina es una escritora dotada de una particular intuición, con lo cual establece desde el principio un diálogo fluido y fértil con el lector, ya que posee la rara facultad de saber describir el mundo.
Nueva York a principios del siglo XX comenzaba a construir la posición que en pocos años la convertiría en la capital del mundo. Ya en 1835 se había convertido en la ciudad más poblada de Estados Unidos. Poco a poco iría dotándose de un singular poder económico dando lugar a dinastías familiares dueñas de inmensas fortunas, protagonistas de las novelas de Wharton. Personas que han hecho del dinero una forma de vida:
"(...) el único modo de no pensar en el aire es tener el suficiente para respirar. Es muy cierto en un sentido, pero los pulmones no dejan de pensar en el aire, aunque uno no lo haga. Y lo mismo ocurre con la gente rica: tal vez no piense en el dinero, pero lo respira. ¡Trasládeles a otro elemento y les verá retorcerse y jadear!"
"La casa de la alegría" cuenta la historia de Lily Bart, una muchacha nacida en el seno de una familia de la aristocracia económica venida a menos. El dilema de Lily es que no conoce otra vida que la continua asistencia a fiestas y veladas elegantes. Las grandes familias de Nueva York rivalizan entre sí para ofrecer las celebraciones más refinadas, que a veces pueden durar varios días. El principal problema al que se enfrentan estas damas de la alta sociedad es la elaboración de listas de invitados brillantes. Los nuevos ricos, como el judío Rosedale, sueñan con formar parte de ese mundo. Lily es una pieza más en este juego de intereses.
Y es que la protagonista brilla en las fiestas por su belleza. Su objetivo, no declarado abiertamente, pero sí asumido por la sociedad en la que se mueve, es seducir a un hombre rico y hacerlo su esposo. Pero Lily es una persona dubitativa y pierde sus mejores oportunidades. La presencia del abogado Selden, un hombre mucho más modesto económicamente, pero más sensato, del que está enamorada sin aceptarlo plenamente, le hace vivir en una perpetua indecisión. Sus antagónicas visiones del mundo quedan patentes en este diálogo:
"Selden se echó el sombrero hacia atrás y la miró de reojo.
- El éxito... ¿qué es el éxito? Me interesa conocer su definición.
- ¿Del éxito? - Lily titubeó - . Bueno, supongo que es obtener de la vida todo lo que se puede. Es una cualidad relativa, después de todo. ¿No coincide su idea con la mía?
- ¿Mi idea? ¡En absoluto! - Se incorporó con súbita energía (...) - Mi idea del éxito - dijo - es la libertad personal.
- ¿Libertad? ¿De las preocupaciones?
- De todo... del dinero, de la pobreza, de la comodidad y de la ansiedad, de todos los accidentes materiales. Mantener una especie de república del espíritu: a eso llamo yo éxito."
La señorita Bart se desliza por un mundo presuntamente refinado, pero que puede ser muy cruel con quien no sigue ciertas reglas no escritas. Una serie de malentendidos y fatalidades la van a hacer caer en desgracia ante sus antiguos valedores. Lily irá advirtiendo cómo poco a poco las puertas enormes de las mansiones se le van cerrando y a su angustiosa situación económica se une la humillación de las continuas murmuraciones. Y comprenderá amargamente el sentido de las palabras de Selden.
La novela de Wharton sigue la estela de una temática típicamente decimonónica, la de la muchacha de belleza deslumbrante procedente de buena familia, pero en decadencia económica. No hay más que recordar "La desheredada", de Benito Pérez Galdós, donde la protagonista, Isidora Rufete, se endeuda llevando la vida que cree corresponderle como presunta hija ilegítima de una marquesa. Algo parecido le ocurre a la señorita Bart, que no es consciente de que el nivel de vida al que está acostumbrada no corresponde al nivel de sus ingresos, una pesadilla recurrente para alguien acostumbrado al lujo.
Lo cierto es que la protagonista de la novela lo ha apostado todo a una carta: su propia belleza, que cree suficiente para salir triunfante en un mundo que cree conocer bien, pero cuyos resortes más íntimos se le escapan. Su momento culminante (y el más escandaloso) llegará cuando aparezca en una fiesta ataviada como una cortesana de un cuadro de Lloyd Reynolds. Al final el dinero acaba ganándole la partida. Lo más paradójico para Lily es que se le acaba considerando poco menos que una prostituta, cuando la narración nos da a entender que, habiendo cumplido la treintena, es todavía una mujer virgen.
Edith Wharton ofrece en "La casa de la alegría" un perfecto retrato de la alta sociedad neoyorkina de su tiempo, que conocía tan bien porque había formado parte de ella. Nos hace ver su mezquindad, su frivolidad y su continua preocupación por exhibir su poderío económico, sin asomo de iniciativa cultural o social alguna, más allá de la organización de fiestas en sus inmensas mansiones:
"En este ambiente de tórrido esplendor se movían seres tan ricamente tapizados como los muebles, seres sin metas definidas ni relaciones permanentes que vagaban en una lánguida marea de curiosidad, de restaurante a sala de concierto, de invernadero a sala de música y de "exposición de arte" a desfile de modelos de alta costura."
El estilo de la escritora es sencillo, pero hay una extraña precisión en sus palabras. A veces hay que pararse a leer dos veces alguna frase donde están contenidas las claves de las ideas que pretende transmitir. Hay que tener en cuenta que Wharton se mueve a caballo entre el siglo XIX y el XX, donde la novela tradicional y realista decimonónica va a ir progresivamente pasando de moda. El único defecto que se le puede reprochar a Wharton es alargar demasiado un argumento que podría haberse resuelto en menos páginas.
En todo caso, eso no va a empañar el disfrute del lector que busque literatura de calidad, pues la neoyorkina es una escritora dotada de una particular intuición, con lo cual establece desde el principio un diálogo fluido y fértil con el lector, ya que posee la rara facultad de saber describir el mundo.
Wharton es materia pendiente en mi caso, no hace mucho conseguí "Ethan Frome" y reposa en mi estantería esperando. Una que otra vez la he oído nombrar en cierto paralelismo con Austen, narradora que me gusta especialmente y con Henry James, cuyos cuentos estoy por comenzar a leer y con novelas que me encantan... ¿Que opinas? ¡Saludos!
ResponderEliminarCreo que aciertas plenamente, Maya, al establecer paralelismos con estos autores. En el caso de Henry James, también se trata el complejo de inferioridad que sentían los norteamericanos frente a la cultura europea.
ResponderEliminarSaludos.