La obligación de hablar en público siempre ha sido la pesadilla recurrente para mucha gente. Lo cierto es que la sensación de ser el centro de atención, de sentirte juzgado por el público asistente es algo difícil de superar. Hay trucos para ello.
En esta película el protagonista es nada menos que rey, por lo que leer discursos es una de sus obligaciones. No parece difícil, pero el rey es tartamudo y las circunstancias, con una guerra a la vuelta de la esquina, mandan.
"El discurso del rey" ha sido la gran triunfadora de esa ceremonia absurda que tanta expectación levanta todos los años. A mí me ha parecido una película bien hecha, con sólidas interpretaciones, pero no mucho más. Deja un sabor de boca agradable, pero da la sensación de que se han centrado demasiado en la intimidad del protagonista y han dejado de lado el desarrollo de otros temas interesantes que estaban sucediendo a su alrededor. La abdicación de su hermano, sin ir más lejos, que se trata muy de pasada. En todo caso, es recomendable ir a verla. Aquí el artículo:
El periodo de entreguerras en Gran Bretaña resultó ser políticamente muy ambiguo. Si bien finalmente, gracias a la influencia de Churchill, los ingleses se lanzaron a la guerra contra el expansionismo alemán, los años anteriores están dominados por una política dubitativa y de apaciguamiento a Hitler, permitiéndole anexionarse territorios a través de tratados diplomáticos. De las intrigas de ciertos aristócratas británicos, partidarios de la amistad con el dictador alemán habla magistralmente la novela "Los restos del día", de Kazuo Ishiguro.
En esta tesitura, la monarquía británica no pasaba por sus mejores momentos. A la muerte de Jorge V, en 1936, le sucedió su hijo mayor, que reinaría brevemente con el nombre de Eduardo VIII. A su llegada al trono, Eduardo mantenía relaciones con Wallis Simpson, una mujer estadounidense en trámites de divorcio. Cuando el rey pretendió contraer matrimonio con su amante, los impedimentos tradicionales y religiosos se impusieron. Para evitar el escándalo, Eduardo abdicó en su hermano Jorge, que llegó al trono con el nombre de Jorge VI.
La historia de Eduardo VIII no es exactamente la de un rey que abdicó por amor. Sus simpatías por los nazis eran evidentes y, de hecho, quizá hubiera vuelto a ocupar el trono de Inglaterra si los nazis hubieran ocupado este país. Su hermano Jorge no estaba preparado para ser rey. Era un ser tímido, al que no le gustaba estar bajo los focos. Su tartamudez le invalidaba para la que es una de las principales funciones de todo monarca: la lectura de discursos dirigidos a sus súbditos.
La película de Tom Hooper, gran triunfadora de los Óscar este año, se ocupa de la historia de superación personal del nuevo rey. Colin Firth interpreta a un monarca desconfiado y gruñón, que arrastra su problema como una fatalidad insuperable. Después de probar diversos métodos, va a parar a la consulta de Lionel Logue (Geoffrey Rush), un terapeuta sin título, pero que posee un método infalible para curar un defecto que tiene mucho más de psicológico que de físico.
En medio de todo esto, en Europa soplan vientos de guerra y los británicos esperan que su rey sepa inspirarlos con discursos de carácter épico. La presión sobre Jorge VI es considerable. Algo tan sencillo como leer unas palabras escritas en un papel se convierte para él en un abismo casi insalvable. Su discurso al comienzo de la guerra, es histórico. A pesar de distar mucho de la perfección, supo aprovechar su defecto para establecer pausas que conseguían un efecto dramático muy apropiado para tan grave momento. En realidad, como es sabido, la fama como orador se la llevó el primer ministro Winston Churchill, personaje que aparece brevemente en la película y que supo galvanizar la resistencia de los británicos en sus horas más desesperadas.
En "El discurso del rey" descubrimos que los miembros de la familia real también pueden tener infancias maltratadas. Jorge VI es un personaje casi siempre a la defensiva. La principal labor de su terapeuta va a ser bajarle los humos y hacerle sentir cómodo en las sesiones. Su batalla no es hacer de él el mejor orador del mundo, sino potenciar su autoestima y conseguir que sea competente para un trabajo al que no puede renunciar. El gritar tacos al aire y trivializar la solemnidad de su cargo pueden ser elementos de gran ayuda.
La película de Tobe Hooper es una típica producción histórica de las que acostumbra a producir con cierta frecuencia el cine británico. Películas con ambientación muy cuidada y bien interpretadas. No se trata de un film épico, sino de una historia íntima, de superación personal que, según parece, ha ayudado a la sociedad a comprender el estigma social que ha arrastrado desde siempre el colectivo que comparte el defecto del habla del protagonista.
La abdicación del famoso Príncipe de Gales es una verruga en la nariz de la realeza británica.A tantos años de distancia de ese hecho aún no parecen estar en condiciones de asumirlo.Lo cierto que gozó del amor de la gente allí donde el se presentara. Fué un gran hombre, consciente de sus debilidades como ser humano,y que tuvo el tacto y la inteligencia de planificar su abdicación de un modo impecable.El resto de su vida continuó gozando de la simpatía y admiración de la gente.Y aún hoy, innumerables anécdotas que le conciernen van nutriendo la leyenda del hombre que renunció al trono por Amor.
ResponderEliminarCompletamente de acuerdo, si obviamos sus veleidades pro-nazis... En todo caso, mi opinión es que la monarquía es una institución absolutamente parasitaria.
ResponderEliminarUn cordial saludo.