martes, 26 de mayo de 2009
EL DILUVO, (Hitler, el final II). Comedia.
Cuando regresaba a Berlín para hacerse cargo de la defensa de su capital, un coronel de las SS comentó: "Berlín será el más práctico de nuestros cuarteles generales, ya que pronto podremos ir en tranvía al frente del Este y al frente del Oeste". Hitler se partía de la risa y ascendió al coronel a general por tan jugoso comentario. En su filosofía no cabía el pesimismo y estaba convencido de que iba a ganar la guerra. La circunstancia de que rusos, ingleses y americanos estuvieran invadiendo Alemania con bastante éxito era considerada por él como "dificultades pasajeras". De hecho estaba escribiendo un libro de autoayuda para dictadores y en aquel momento anotaba en su cuaderno: "Entre fraudes electorales, golpes de Estado, desastres militares, bombardeos terroristas y atentados contra tu persona, la dictadura pasa como un suspiro..." Cerró la libreta como nostálgico. Su heroica epopeya estaba llegando a su fín.
Al llegar encontró la ciudad algo alicaída, quizá debido al diluvio de bombas que tiraban los rusos, algo picados por la invasión sufrida cuatro años atrás. "¡Qué rencorosos!", pensó, "y tener que venir yo a ocuparme de esta tontería..." En el bunker encontró al algunos generales bajos de moral. Decían que algunos berlineses querían huir. "Vaya, vaya, no os preocupéis, que ya está aquí vuestro viejo tío Adolf". "Solo medidas de bárbara dureza pueden salvar a Alemania y estimular a sus soldados. ¿Qué les parece si proclamo a los cuatro vientos que si ganamos me afeito el bigote?, o mejor ¿y si organizamos una cabalgata por todo Berlín, un desfile de carrozas en el que vayamos repartiendo caramelos? Podríamos llamarlo el día del orgullo nazi". Hitler no podía quedarse sentado, algo tenía que hacer para ayudar a su pueblo, pues se sentía algo responsable de sus males. Había tenido un malentendido con Stalin. "Cuando expresé mi firme voluntad de arrasar Moscú y Leningrado se me entendió mal, en realidad quise decir "abrazar". Así cuando entramos para abrazarnos como hermanos con los rusos se nos recibió con mala cara. Una cosa llevó a la otra y al final tuvimos esta aburrida guerra, que ya empieza a resultar un poco pesada". A todo esto avisaron al Fuhrer de que tenía una conferencia con Mussolini. Al tomar el auricular encontró a su amigo un poco consternado: "¡Benito, hombre! ¿Qué tal te va, sinvergüenza? A ver quién de los dos dura más, jajaja. Espero que tus camisas negras estén un poco menos blandengues que de costumbre. Menudo aliado que me busqué..."
En aquel momento se cortaron las comunicaciones en el bunker. Los rusos disparaban directamente a la Cancillería. Hitler se enfadó bastante por la descortesía y expresó su firme convicción de no invadirlos más, por maleducados. "¡Eso no vale, encima de que todos van contra mí me bombardean en mi propia casa! ¡Yo así no juego!"
Como se aburría, decidió organizar su boda con Eva Braun, por pasar el tiempo. Tras una noche de despedida de soltero sin alcohol ni mujeres y con comida vegetariana, llegó el gran día. El juez que celebraba el casamiento preguntó a los contrayentes si eran de raza aria pura. Hitler, juguetón, casi revela que su padre era judío, pero logró callarse, tapándose la boca de la risa. Dejó la tarea de descubrir ese detalle de su biografía a los historiadores. La boda fue una boda de tronío. Se llevaron a la novia aparte, y tras comprobar su virginidad, una de las secretarias salió con una toalla manchada de sangre. Los miembros de las SS y generales presentes se rompieron la camisa entre exclamaciones. La fiesta fue tan animada que hasta se descorchó una botella de champán. El romántico Hitler no le dio a elegir el destino de su viaje de novios a su esposa, aunque sí que le dejó escoger el medio de transporte: "¿Prefieres veneno o pistola, cariño?"
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