Cuando pensamos en novelistas pioneras, aquellas que abrieron nuevos espacios para la creación literaria femenina, es inevitable referirse a Virginia Woolf, cuya escritura innovadora la convierte en una de las más importantes creadoras del siglo XX.

La biografía de la autora de La señora Dalloway (1925) está marcada por la enfermedad. Tras una infancia relativamente feliz en el seno de una familia que se relacionaba con eminencias literarias como Henry James o William Thackeray, su mundo se puso del revés con ls muertes sucesivas de su madre y su hermanastra. Estos hechos desencadenaron los primeros episodios de depresiones que le acompañarían durante el resto de su existencia, que se acentuaron con el posterior fallecimiento de su padre y los abusos sexuales que sufrió por parte de sus hermanastros, hasta el punto de que se le diagnosticó un transtorno bipolar.

Virginia Woolf formó parte del conocido como Grupo de Bloomsbury al que pertenecieron personalidades de la cultura tan influyentes como Bertrand Russell, Gerald Brenan o Ludwing Wittgenstein, lo que estimuló su ambición literaria creando obras tan perdurables como Al faro (1927) u Orlando (1928), que está considerada como una larga declaración de amor a Vita Sackville-West, su famosa amante. Su suicidio, en 1941, debido a un empeoramiento de su enfermedad, es uno de los más citados de la historia de la literatura.

Una habitación propia (1929), constituye toda una declaración de principios por parte de su autora y es uno de los textos reivindicativos más famosos de la literatura feminista. Lo primero que sorprende al lector, que cree conocer más o menos el contenido del texto por referencias externas, es el estilo tan directo que utiliza la escritora, como si estuviera describiendo en directo el flujo incesante de sus pensamientos. A la vez que escribe el ensayo, Woolf narra sus procesos mentales creativos, los caminos errados que ha seguido antes de llegar a las conclusiones definitivas y las dificultades superadas a la hora de abordar una temática que en aquellos años todavía estaba casi inédita.

La escritora comienza indagando el papel de la mujer en la historia, marcado por el continuo patriarcado en el que ha vivido la humanidad y se lamenta de la esclavitud que ha soportado el sexo femenino, al que nunca se ha dado la más mínima oportunidad de consagrarse al arte, provocando seguramente miles de frustraciones a lo largo de los siglos. Ni siquiera la historia oficial nombra a las mujeres, cuyas vidas son silenciadas con la más absoluta indiferencia. A Virginia Woolf le hubiera gustado tener a mano la monumental Historia de las mujeres ,que dirigió Georges Duby en la década de los noventa del pasado siglo, a la hora de abordar su trabajo.

Una de las teorías más interesantes de las que propone la escritora tiene que ver con la confianza en sí mismos que muestran los hombres en su vida cotidiana, propia de quienes tienen claro su lugar en el mundo. Para Woolf tiene mucho que ver con el sentimiento de superioridad que se consigue al creer que existen seres que están por debajo de ellos, las mujeres en este caso:

"Más que nada, viviendo como vivimos de la ilusión, quizá lo más importante para nosotros sea la confianza en nosotros mismos. Sin esta confianza somos como bebés en la cuna. Y ¿cómo engendrar lo más deprisa posible esa cualidad imponderable y no obstante tan valiosa? Pensando que los demás son inferiores a nosotros. Creyendo que tenemos sobre la demás gente una superioridad innata (...) De ahí la enorme importancia que tiene para un patriarca, que debe conquistar, que debe gobernar, el creer que un gran número de personas, la mitad de la especie humana, son por naturaleza inferiores a él. Debe ser, en realidad, una de las fuentes más importantes de su poder."

La lucha de la mujer por encontrar su lugar en el mundo ha sido lenta y silenciosa. Sólo a finales del siglo XVIII se empieza a generalizar la literatura escrita por mujeres y surgen figuras como las hermanas Brönte, George Eliot o Jane Austen, que ofrecen un punto de vista prácticamente inédito de la novela, en el que la mujer se retrataba por primera vez a sí misma y no mediante la visión que tenían los hombres de ellas. Pero a ellas les precedieron otras, mucho menos conocidas, como Frances Burney, Eliza Carter o Aphra Behn, que vivió en la segunda mitad del siglo XVII fue la primera escritora profesional de la literatura inglesa.

En cualquier caso las reivindicaciones de Virginia Woolf nunca son agresivas. Ella sabe perfectamente que el deseo de ver más libros escritos por mujeres no es un debate que esté en la calle y que a la gran mayoría de las personas que observa paseando desde su ventana es algo que les trae sin cuidado. Más bien intenta ser conciliadora y en ningún momento habla de superioridad de la mujer sobre el hombre, sino de naturalezas distintas. Es más, para ella la escritura más interesante surge siempre de una colaboración entre las partes masculina y femenina del cerebro humano.
Además, en su denuncia de la discriminación del grupo humano al que pertenece, la escritora tiene el acierto de incluir a una clase social: la de los pobres. Y citando al poeta Sir Arthur Quiller-Couch, escribe:

"(...) en Inglaterra un niño pobre no tiene muchas más esperanzas que un esclavo ateniense de lograr esta libertad intelectual de la que nacen las grandes obras literarias."

Desde la publicación de esta obra, ya sabemos, gracias Virginia Woolf, cuales son los elementos necesarios para consagrar una vida a la escritura: una renta de quinientas libras al año y una habitación propia, con pestillo en la puerta, para poder escribir novelas o poemas. Una reivindicación sencilla y nada utópica en nuestros días, pero de gran importancia para las mujeres en la historia de la literatura.