La lectura de la trilogía de Arturo Barea está resultando una tarea apasionante, por lo que tiene de crónica de España, de explicación a pie de calle de las raices de nuestra Guerra Civil y por la diferencia entre la primera y la segunda parte. Si en la primera la visión comienza siendo ingenua y va madurando con el paso de los capítulos, en la segunda Barea expresa con una lucidez total su visión de la guerra de Marruecos. La tercera parte no la he comenzado aún. He publicado un artículo en "Suite 101" acerca del primer volumen "La forja":
La agitada vida de Arturo Barea tuvo su reflejo en la celebrada trilogía "La forja de un rebelde", libros autobiográficos que recogen las experiencias de uno de los testigos más singulares de la España de la primera mitad del siglo XX.
Nacido en 1897, tras vivir su infancia y adolescencia en Madrid, conoció de primera mano la Guerra de Marruecos, la República, la Guerra Civil
y el exilio. Su vocación innata de escritor se desborda en estas
páginas escritas por un testigo que se implica en los acontecimientos
que le tocó vivir.
El primero de los volúmenes que compone la trilogía, "La forja", se dedica a la infancia y adolescencia del autor en el Madrid de principios de siglo. Lo primero que llama la atención es el perfecto retrato del Madrid de la época, donde todos los ambientes y clases sociales tienen cabida, a la manera de Galdós, aunque el estilo de escritura de Barea diste mucho del de don Benito.
Cualquier lector que conozca mínimamente el centro de Madrid puede seguir a la perfección los itinerarios del personaje por la ciudad: la casa donde vive, el colegio, el lugar de trabajo, las tabernas... Un Madrid cuyos barrios están divididos por clases sociales: si bien el autor proviene de Lavapiés, la fortuna hace que vaya a vivir con unos tíos que gozan de una buena posición social, cuya vivienda se encuentra cerca del Palacio Real.
La madre, viuda, no puede hacerse cargo de sus hijos y ha de distribuirlos entre distintos familiares. A Arturo le corresponde la mejor suerte y eso le hace ser envidiado por el resto de su hermanos, amén de recibir una educación muy aceptable para la época, aunque controlada por la Iglesia. El reflejo de las desigualdades sociales es una constante durante toda la narración y sirve para comprender cuales fueron los auténticos orígenes de la Guerra Civil.
Renunciando a la posibilidad de estudiar una carrera, el protagonista querrá hacer honor a sus orígenes y ganarse la vida a través de su trabajo, primero como aprendiz de dependiente y después como empleado de un banco. La descripción de las condiciones laborales de la época resulta magistral, así como la referencia a los primeros pasos de la lucha sindical en nuestro país, del riesgo que corrían sus afiliados a ser despedidos del trabajo.
En realidad, los gremios considerados "inferiores", como los albañiles, se encontraban mucho mejor organizados frente a sus patronos que los "señoritos" empleados en bancos y oficinas, que eran explotados sin piedad por sueldos de miseria con el fin de labrarse una carrera incierta. Todo esto va a ir despertando la conciencia social del protagonista. Barea se retrata a sí mismo como un personaje barojiano, sumamente inteligente, pero desorientado, incapaz de adaptarse al medio en el que vive, aunque sepa disimularlo bien ante los demás:
"Yo sería socialista de buena gana, pero la cuestión es saber si soy un obrero o no. Esto parece muy sencillo pero no lo es. Indudablemente, si cobro por trabajar soy un obrero, pero no soy un obrero más que en esto. Los mismos obreros nos llaman "señoritos" y no quieren nada con nosotros" (pag. 233).
Las semillas de las que va a germinar nuestra Guerra Civil están presentes en este primer volumen. A las ya comentadas desigualdades sociales se unen la omnipresencia de la Iglesia, aliada casi siempre de las clases pudientes y la inutilidad de unos políticos que van a permitir la inmensa corrupción que devorará como un cáncer al ejército español en la Guerra de Marruecos, a la que se dedica el segundo volumen.
El primero de los volúmenes que compone la trilogía, "La forja", se dedica a la infancia y adolescencia del autor en el Madrid de principios de siglo. Lo primero que llama la atención es el perfecto retrato del Madrid de la época, donde todos los ambientes y clases sociales tienen cabida, a la manera de Galdós, aunque el estilo de escritura de Barea diste mucho del de don Benito.
Cualquier lector que conozca mínimamente el centro de Madrid puede seguir a la perfección los itinerarios del personaje por la ciudad: la casa donde vive, el colegio, el lugar de trabajo, las tabernas... Un Madrid cuyos barrios están divididos por clases sociales: si bien el autor proviene de Lavapiés, la fortuna hace que vaya a vivir con unos tíos que gozan de una buena posición social, cuya vivienda se encuentra cerca del Palacio Real.
La madre, viuda, no puede hacerse cargo de sus hijos y ha de distribuirlos entre distintos familiares. A Arturo le corresponde la mejor suerte y eso le hace ser envidiado por el resto de su hermanos, amén de recibir una educación muy aceptable para la época, aunque controlada por la Iglesia. El reflejo de las desigualdades sociales es una constante durante toda la narración y sirve para comprender cuales fueron los auténticos orígenes de la Guerra Civil.
Renunciando a la posibilidad de estudiar una carrera, el protagonista querrá hacer honor a sus orígenes y ganarse la vida a través de su trabajo, primero como aprendiz de dependiente y después como empleado de un banco. La descripción de las condiciones laborales de la época resulta magistral, así como la referencia a los primeros pasos de la lucha sindical en nuestro país, del riesgo que corrían sus afiliados a ser despedidos del trabajo.
En realidad, los gremios considerados "inferiores", como los albañiles, se encontraban mucho mejor organizados frente a sus patronos que los "señoritos" empleados en bancos y oficinas, que eran explotados sin piedad por sueldos de miseria con el fin de labrarse una carrera incierta. Todo esto va a ir despertando la conciencia social del protagonista. Barea se retrata a sí mismo como un personaje barojiano, sumamente inteligente, pero desorientado, incapaz de adaptarse al medio en el que vive, aunque sepa disimularlo bien ante los demás:
"Yo sería socialista de buena gana, pero la cuestión es saber si soy un obrero o no. Esto parece muy sencillo pero no lo es. Indudablemente, si cobro por trabajar soy un obrero, pero no soy un obrero más que en esto. Los mismos obreros nos llaman "señoritos" y no quieren nada con nosotros" (pag. 233).
Las semillas de las que va a germinar nuestra Guerra Civil están presentes en este primer volumen. A las ya comentadas desigualdades sociales se unen la omnipresencia de la Iglesia, aliada casi siempre de las clases pudientes y la inutilidad de unos políticos que van a permitir la inmensa corrupción que devorará como un cáncer al ejército español en la Guerra de Marruecos, a la que se dedica el segundo volumen.
Oye, Miguel que estupendo el artículo de Suit.
ResponderEliminarYo aún voy por la primera parte, claro nada más que leyendo blogs, así no avanzo.
Saludos
L;)
Muchas gracias Loli. Leetelo, que si no te va a pillar el toro. Lo cierto es que son libros muy amenos y muy lúcidos en cuanto a las explicaciones que deja entrever acerca de episodios decisivos de la historia de nuestro país.
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