lunes, 30 de noviembre de 2009

GOD & GUN. APUNTES DE POLEMOLOGÍA (2008), DE RAFAEL SÁNCHEZ FERLOSIO. LA INERCIA DE LA HISTORIA.


"También al contemplar la historia se puede tomar la felicidad como punto de vista; pero la historia no es un suelo en el que florezca la felicidad. Los tiempos felices son en ella páginas en blanco".

Hegel. Filosofía de la historia.

Rafael Sánchez Ferlosio es uno de los grandes lujos de nuestra literatura. Su obra más conocida es la novela "El Jarama", que él desprecia. Es en los ensayos polémicos (a veces tiene auténticas "peleas" argumentales con algunos de sus colegas en las páginas de algún periódico) donde se siente más a gusto. A pesar de no contar más que con el título de Bachiller, una vida de lecturas autodidactas le ha llevado a ser uno de los hombres más sabios y reflexivos de nuestro país. Sus opiniones nunca son complacientes, sino incómodas para el poder y para los usos comunes de los ciudadanos. Sus fuentes son inagotables: filósofos, historiadores, novelistas o antropólogos de todas las épocas, analizados y traídos a colación con precisión milimétrica con el fín de reforzar sus propios argumentos. Recientemente ha sido galardonado con el Premio Nacional de las Letras. Antes ya lo fue con el Cervantes.

"God & Gun" no es un libro complaciente con el lector. Pocas veces tenemos ocasión de acercarnos a ideas tan profundas y fundamentadas, por lo que en ocasiones el seguimiento de argumentaciones tan densas puede ser complicado y frustrante. Pero el esfuerzo merece la pena, pues Ferlosio es capaz nada menos que hacernos cambiar nuestra visión del mundo.

La actividad guerrera , presente desde siempre como una de las más antiguas tradiciones de la humanidad, constituye la espina dorsal del relato. Paradójicamente, el deseo de conquista y de dominio de unos pueblos sobre otros es un factor imprescindible en el contacto de culturas muy distantes. También lo es como nexo de unión entre los habitantes de un pueblo: nada une más que la conciencia de combatir contra un enemigo común. Como ejemplo más claro, y que a nosotros nos toca más de cerca, está el de los Estados Unidos, desorientados después de vencer en la guerra fría:

"El enemigo ideal de Estados Unidos tenía que ser ideológicamente hostil, racial y culturalmente diferente, y suficientemente fuerte a nivel militar para plantear una amenaza creíble a la seguridad estadounidense. Los debates sobre política exterior durante la década de 1990 giraron fundamentalmente en torno a dónde encontrar ese enemigo.

(...) lo que, en verdad, se demanda no es un ejército para un enemigo, sino un enemigo para un ejército, como muy bien lo explicaba Charles Krauthammer: "las naciones necesitan enemigos"; la caída de la Unión Soviética había dejado el lugar vacío correspondiente; era preciso cubrir esa vacante. Lo que se constataba era que toda "identidad" es antagónica, y la de la nación en grado más mortífero: la patria es hija de la guerra, se crece con ella, desmedra con la paz." (pag 270-271)

En este punto cabría decirle a los Estados Unidos aquello de "cuidado con lo que deseas...", porque el enemigo al que ahora se enfrenta es formidable, escurridizo y capaz de golpear en su propia casa. La llamada "guerra contra el terrorismo" constituye el último capítulo de apelación al patriotismo con el fín de que los ciudadanos secunden las decisiones de sus dirigentes sin apenas pensar en las consecuencias.

Estas reflexiónes estarían incompletas sin la mención de otro factor fundamental para que la fórmula funcione: la apelación a Dios. Si bien en la Antiguedad se invocaba a los dioses para que hicieran propicia la batalla, certificando con las victorias que unas divinidades eran más poderosas que otras, la fórmula israelí, la del pueblo elegido por el Dios único es la que mayor fortuna ha hecho en nuestros días. El presidente Bush ha sido un alumno aventajado de esta técnica y ha justificado sus desmanes en la apelación a un Dios que ha elegido al pueblo americano para establecer la justicia en el mundo. La invasión de Irak no fue decisión suya, sino una orden divina, según él mismo declaró. La irracionalidad, cuando no locura, de estos argumentos no parecen haber calado en gran parte del pueblo norteamericano, que más bien se unió a ellos con singular entusiasmo: la evocación de Dios y la patria en peligro ha sido de una efectividad abrumadora a lo largo de la historia. Los poderosos lo han tenido siempre así de sencillo para manipular a su antojo a las masas, siempre dispuestas a sacrificarse por un ideal vacío. Sin enemigo común no hay manipulación posible. Por eso la guerra siempre ha sido tan útil. No es preciso convencer con la inteligencia, sino a través de las premisas más básicas. Nada más manejable que un pueblo unido por la creencia de que ciertas victorias le dan "honra" y humillan al adversario:

"La Batalla de Lepanto no demostró sobre la calidad de religión del Cristianismo más de cuanto las cinco victorias de Indurain en el Tour de France hayan podido demostrar sobre la calidad bancaria de Banesto o la calidad como nación de España" (pag. 15).

Y es que resulta más sencillo para un Estado apelar al orgullo de ciertas victorias bélicas o deportivas que "unen" a la nación que trabajar por la felicidad de los súbditos o procurarles una instrucción que les haga críticos o independientes. Lo que viene a decir Ferlosio es que, en realidad, aunque tecnológicamente lo hayamos hecho, histórica y moralmente hemos avanzado muy poco:

"Lo que en la historia hace alegóricos los hechos mismos es el sistema de subrogación simbólica que tiene por paradigma y arquetipo la que rige en la batalla. La batalla (...) es la verdadera madre de los pueblos o patrias o naciones en cuanto a personajes de esa Alta Alegoría que se llama "historia"" (pag. 16).

miércoles, 25 de noviembre de 2009

SALVAR AL SOLDADO RYAN (1998), DE STEVEN SPIELBERG. LA GUERRA HIPERREALISTA.


Una de mis películas favoritas, sobre todo su primera media hora, un retrato perfecto de lo que significa estar inmerso en el horror de una batalla. Recuerdo que hace diez años cuando fui a verla al cine me estremeció. Al día siguiente estaba otra vez en la sala. Al hilo de mi lectura del libro de Beevor, he vuelto a verla y he publicado un artículo en Suite 101. Aquí el enlace:


No es ningún secreto la obsesión de Steven Spielberg con la Segunda Guerra Mundial. El acontecimiento bélico ha estado presente en buena parte de su filmografía. Ya sea en una comedia como "1941" (1979), en dos de las partes de la saga de Indiana Jones, "En busca del arca perdida" (1981) e "Indiana Jones y la última cruzada" (1989), o en las más serias "El imperio del Sol" (1987) y "La lista de Schindler" (1993), nazis y japoneses han estado habitualmente en el objetivo de la cámara del gran director de Cincinnati.

Después de componer con "La lista de Schindler" una de las más estremecedoras visiones del Holocausto que se han visto en la pantalla, el director quiso rendir homenaje a los soldados que se sacrificaron en el campo de batalla y lo hizo filmando desde el punto de vista del combatiente de a pie, como si de un documental se tratara.

Al no poder usarse las playas originales para el rodaje, se eligieron unas muy parecidas en Irlanda. Miembros del ejército de este país, que ya habían participado en "Braveheart", hicieron de figurantes en la escena del desembarco, la que abre la película. Los actores principales recibieron un duro entrenamiento militar antes de comenzar a rodar. Tanto, que alguno estuvo a punto de abandonar la empresa.

La escena del desembarco en la playa Omaha es, para el firmante de este artículo, que no tiene rubor en confesar que la ha repasado muchas veces, lo mejor que se ha filmado nunca en el género bélico. Después de un pequeño prólogo que acaece en la actualidad, en los enormes cementerios junto a las playas de Normandía, los recuerdos de un anciano nos llevan directamente al de 6 junio de 1944, precisamente al peor lugar en el que se podía estar aquella jornada: la playa Omaha, en el sector norteamericano de los desembarcos.

Como es sabido, la operación de Omaha estuvo a punto de convertirse en el peor de los desastres para los Aliados. Los bombardeos previos erraron el blanco y los soldados se encontraron con unas defensas alemanas casi intactas y dispuestas a repeler el ataque. Esto lo advierte el espectador desde el primer momento: nada más abrirse la compuerta de la lancha donde viaja el capitán Miller (Tom Hawks), una ametralladora alemana hace estragos entre los primeros hombres, que ni siquiera pueden poner pie en la arena.

Los demás solo pueden salir por los laterales. Muchos hombres se ahogan por el peso de sus equipos, las balas silban al penetrar en el agua y el rugido de las explosiones retumba en nuestros oídos, mientras atonta y mutila a muchos soldados.

Las imágenes que siguen son realmente espantosas y dificilmente soportables para los espectadores más sensibles: dan fe del caos en el que se transformaron esas horas: muchos combatientes están paralizados o lloran invocando a sus madres después de meses de entrenamiento, otros salen de su lancha envueltos en llamas, el de más allá se agacha a recoger su propio brazo para seguir avanzando. Los hombres no mueren al instante, sino que sufren largas agonías.

La cámara de Spielberg, como si la de un reportero de guerra se tratara, no duda en mostrarnos la sangre, vísceras y suciedad que jalonan cualquier batalla y nos recuerda lo poco heroico que puede resultar un combate cuando el miedo y la muerte dominan el escenario.

Los veinte minutos de esta escena están perfectamente planificados en todos sus detalles. Muchas de sus imágenes recuerdan a las fotografías que Robert Capa tomó aquel día. Los uniformes, las armas y la ingeniería bélica se encuentran recreados hasta el último detalle y los sonidos son tan escalofriantes como los que se pudieron oir en aquella jornada. Se trata de un prodigio técnico y narrativo pocas veces igualado, el acercamiento más fiel que se ha dado nunca en el cine a la realidad de la guerra, en la que gobiernan el horror y el caos, en unas imágenes que desbordan autenticidad.

Como es lógico, después de haberse puesto el listón tan alto al principio, la película pierde algunos enteros en su desarrollo posterior, cuyo argumento principal se basa en la misión encomendada a la patrulla del capitán Miller: buscar a un determinado soldado al que le han fallecido sus tres hermanos en la guerra, para devolverlo a casa.

A partir de aquí, los hombres de Miller conocerán la confusa situación de los paracaidistas que intentan asegurar un camino para sus compañeros de la playa. Habrá momentos de gran tensión, como el de los disparos del francotirador alemán, escena que en cierto modo homenajea el enorme sufrimiento de la población civil francesa en aquellos días o la batalla final contra los monstruosos Tiger de las SS.

Ciertamente si hay que ponerle algún pero a esta enorme producción, aparte del contraste entre su apabullante principio y su correcto desarrollo posterior, sería la actuación de Matt Damon, que resulta poco creible en su papel de soldado Ryan, al contrario que el resto del elenco protagonista, que nos regalan un conjunto de actuaciones memorables.

El final patriotero, con la bandera americana de fondo, puede resultar incoherente con el mensaje antibelicista que se pretende, pero no empaña en absoluto una prodigiosa función que nos muestra la guerra al desnudo de una manera absolutamente naturalista, tanto que es capaz de herir al espectador. Y esta es la pretensión de Spielberg en todo momento.

martes, 24 de noviembre de 2009

LAS TEMPORADAS UNO Y DOS DE "24". FICCIÓN Y REALIDAD.


Acabo de publicar un artículo para "Suite 101" en el que analizo las dos magníficas primeras temporadas de la serie protagonizada por Kiefer Sutherland, haciendo hincapié en sus paralelismos con nuestra realidad, tanto en lo concreto (elección de un presidente negro, conspiración y engaño por parte de Estados Unidos para invadir países), como en lo general, con la guerra contra el terrorismo y los miedos colectivos del siglo XXI como telón de fondo. Aquí el enlace:



Se acabaron los tiempos de series como "El equipo A" o "El coche fantástico", series que repetían una y otra vez la misma fórmula en blandos episodios autoconclusivos. Desde hace algunos años, los creadores de televisión se han puesto las pilas y entregan series de calidad con argumentos originales y lujosos presupuestos. "A dos metros bajo tierra", "Perdidos", "Los Soprano", "Héroes" o la que nos ocupa "24", con claros ejemplos de respeto al buen juicio del telespectador al que, salvo escasas excepciones, el desarrollo de los episodios suele dejarle pegado en el asiento, con los ojos fijos en una "caja tonta", que como por arte de magia parece haber adquirido súbitamente una buena dosis de inteligencia.

Al contrario que en una película, en la que en dos horas deben presentarnos a una serie de personajes, desarrollar una historia y concluirla, las series de televisión pueden permitirse el lujo de hacer evolucionar con más lentitud a los protagonistas, por lo que el espectador puede llegar a una más profunda identificación con ellos. Además, no solo los conocemos en los momentos trascendentales de su existencia, sino que asistimos a acontencimientos más anodinos e íntimos, lo que nos hace comprender mucho mejor sus motivaciones y sus actos.

El primer capítulo comienza con la voz en off de alguien que se presenta como "Jack Bauer" y nos asegura que éste va a ser el día más largo de su vida. Ya desde este momento el telespectador advierte lo que va a ser una constante en la serie, y su característica más original: la utilización del tiempo real.

Cada episodio toma una hora del tiempo de los personajes (40 minutos para el espectador, ya que se van produciendo de vez en cuando pequeños saltos temporales, informados puntualmente por un reloj) y la acción tiene lugar en varios lugares diferentes, donde van sucediendo acontecimientos cruciales que agobian al espectador a cada instante y no le dejan apenas respirar y aún menos asimilar los constantes giros de la trama.

Uno de los mayores aciertos de la serie, al menos para el autor de este artículo es el personaje de David Palmer, que en esta primera temporada resulta ser el primer candidato de color con posibilidades de alzarse con la presidencia de los Estados Unidos. Dennis Haysbert compone magistralmente un personaje íntegro, de discurso hipnotizante que intenta llevar con la mayor dignidad posible la responsabilidad presidencial que se le va a otorgar.

Enfrentado a decisiones imposibles capítulo tras capítulo, va a ser uno de los mejores aliados de Jack Bauer a la hora de detener las más terribles conspiraciones terroristas, aún cuando tenga que recurrir a la tortura (uno de los aspectos más polémicos de la serie). Como sabemos, se trata de un personaje adelantado a su tiempo, pues unos años después de su aparición, Barack Obama se alzaría con la presidencia.

Obama es un político de características muy similares a las de Palmer. Da imagen de honestidad y posee el don de emocionar a través de la palabra. Esperemos que no tenga nunca que enfrentarse a situaciones límite tan espeluznantes como las de David Palmer.

En la segunda temporada, Estados Unidos debe enfrentarse a un intento de detonación de una bomba nuclear en Los Ángeles por parte de un grupo terrorista islámico. Parte del gobierno de Palmer está unido secretamente a esta conspiración, dejando que el ataque llegue hasta su última fase y detenerlo en el último momento con el fín de obtener la excusa perfecta para atacar a ciertos paises de Oriente Medio.

El argumento nos recuerda inevitablemente las mentiras que patrocinaron la guerra de Irak, un gran desastre para Occidente. Evidentemente, las cosas se complicarán y los episodios transcurrirán en una carrera contra reloj liderada por Jack Bauer para evitar el estallido de la bomba y la guerra subsiguiente.

El escritor Mario Vargas Llosa es uno de los grandes admiradores de esta serie. En un artículo publicado en "El diario de hoy" (24 de septiembre de 2006), se refiere a la facilidad con la que recurre a la tortura su protagonista:

"...su amante queda horrorizada de él cuando ve la glacial serenidad con la que tortura a reales o supuestos culpables para obtener información"

Serie altamente recomendable, plenamente situada en el mundo actual, fiel reflejo de los miedos y amenazas colectivas a las que se enfrenta el hombre de hoy.

lunes, 23 de noviembre de 2009

CELDA 211 (2009), DE DANIEL MONZÓN. HIJOS DE MALA MADRE.


El género carcelario suele basar la efectividad de sus propuestas en la creación de un particular clima penitenciario que a veces acaba asfixiando al espectador. Daniel Monzón no solo consigue esto, sino que por momentos ha hecho que me sienta tan angustiado y atrapado como el protagonista, un funcionario de prisiones que en su primer día se va a encontrar de bruces con la realidad del submundo en el que pensaba desarrollar su vida laboral.

La creación del ambiente idóneo para la narración no estaría completa sin unos buenos figurantes y todos los personajes de "Celda 211" transmiten grandes dosis de realidad por los cuatro costados, haciendo especial mención a Luis Tosar, que compone a un "Malamadre" con unas grandes dosis de humanidad. Eso sí, humanidad en el peor sentido del término, pues la película ofrece una visión desoladora de la naturaleza humana. Los presos son la escoria, seres asociales perdidos para siempre en el laberinto de su pasado, de sus errores y, seguramente, de su total falta de oportunidades pasadas, presentes y futuras. Los funcionarios aparecen como seres en guerra permanente con los internos, cuando no como sádicos torturadores (veáse el personaje de Antonio Resines) y los representantes del gobierno parecen exclusivamente preocupados por la apariencias, por minimizar los hechos ante la opinión pública. La constante presencia de trozos de telediarios y la cadena de consecuencias que acarrea el motín solo vuelve a confirmar como funciona el mundo de hoy: todo depende del grado de publicidad que seas capaz de conseguir para tu causa. Si no sales en televisión, simplemente no existes.

Si bien nos encontramos ante una realización muy sólida, sí que es cierto que el espectador se siente a veces desamparado ante la dureza de lo que se le muestra en pantalla. No hay ningún referente moral. Incluso al protagonista se le cae pronto la máscara y suelta a la bestia que lleva dentro. Este es, a mi parecer, uno de los puntos flacos de la película. Es poco creíble la actuación desmesurada de un muchacho que literalmente, pasaba por allí y se encontró en el lugar menos adecuado el día menos indicado.

Lo cierto es que siempre me ha parecido bastante risible la pretensión legal de que la cárcel sea un lugar de rehabilitación del delincuente. Más bien es una universidad del delito, cuando no un lugar de hundimiento para quien cometió un error.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

MOON (2009), DE DUNCAN JONES. TRES AÑOS DE SOLEDAD.


Particularmente, tengo una relación amor-odio con el cine de ciencia-ficción. Si bien en el ámbito literario existe gran abundancia de obras maestras, tanto en su vertiente sociológica como en la más tecnológica, si miramos a la historia del cine, tradicionalmente, o al menos hasta los años 70 se le consideró un género menor, un divertimento de serie B.

Cierto es que la llegada de "2001, una odisea del espacio" (1968), de Stanley Kubrick supuso una auténtica revolución otorgando al género un halo intelectual del que, salvo honrosas excepciones, había carecido hasta ese momento. A esta le siguieron una serie de producciones que intentaban jugar con los relatos de especulación futura trasladando sus mensajes al presente. Títulos como "Capricornio uno" (1978) (ya comentada en este blog) "Atmósfera cero" (1981), de Peter Hyams, o "Naves misteriosas", de Douglas Trumbull, dignificaron el género y contaron en ocasiones con generosos presupuestos que ambientaban perfectamente la historia. Cierto es que la irrupción de "La guerra de las galaxias" en 1978, a pesar de constituir en sí misma una gran película de aventuras (y aún mejorada en la posterior "El imperio contraataca") fue en cierto sentido un paso atrás en la tendencia del género hasta ese momento, pues finalmente acabaría derivando en los años ochenta en "space operas", más o menos espectaculares, con excepciones, como las películas de Ridley Scott, que aunaban a la perfección efectos especiales y contenido filosófico y especulativo.

"Moon" quiere ser una especie de homenaje a toda esa época del cine de ciencia ficción, por lo que el espectador que ya haya visto alguna de las películas anteriormente mencionadas no dejará de tener una sensación de déjà vu durante buena parte de su metraje, pues las referencias son constantes e incluso acaban tragándose su argumento principal.

La idea del astronauta solitario que cuida una planta de energía vital para la Tierra en la cara oculta de nuestro satélite es ciertamente original. Ciertamente, da una nueva dimensión a la idea de encontrarse "lejos del mundanal ruido". Los problemas terrestres quedan muy lejos, allá en el horizonte, lo que no impide que el astronauta viva obsesionado con ellos, con su vuelta a la realidad tras tres años de soledad. Lo que resulta fastidioso es que el principal misterio de la trama se nos desvele a mitad de metraje, pareciéndome el resto del mismo un alargamiento innecesario. Poco más se puede decir de su contenido sin desvelar puntos esenciales del argumento y no me gustaría hacerlo. Sí que es cierto que no se trata de una propuesta cinematográfica enteramente desdeñable. Al director (hijo de David Bowie, por cierto, por si alguien no lo sabe todavía) se le nota garra y oficio y resulta ciertamente original en nuestros tiempos que filme sin efectos digitales. Para quien sienta nostalgia de las mágicas maquetas de antaño, esta es su película. En cualquier caso, habrá que seguir la carrera de Duncan Jones.

domingo, 15 de noviembre de 2009

LOS LIBREROS ANTE EL LIBRO ELECTRÓNICO.


El libro electrónico se asoma por la esquina como un Leviatán que amenaza con engullirlo todo y provocar un auténtico apocalipsis en la cultura tal y como la veniamos conociendo hasta ahora.

Al igual que ha sucedido con el negocio musical y, en gran medida, con el cinematográfico, sabemos que en cuanto se generalice el uso de este nuevo artefacto no tardarán en aparecer copias de libros descargables directamente por internet, por lo que, virtualmente, el poseedor de un e-book va a gozar de una biblioteca casi infinita, de un mundo de posibilidades enormes, de acceso, con el tiempo, a cualquier obra que se haya editado, ya sea hace siglos o ayer mismo. Esta es una realidad incontestable
, que va a superar los más locos sueños borgianos de cualquier aficionado a la lectura. Ya Javier Marías está advirtiendo en sus últimos artículos que esta va a ser la puntilla de la literatura, pues, una vez que no se vendan libros, habrá pocos autores que trabajen exclusivamente por amor al arte.

¿Es esto lo que nos espera? ¿El acceso a toda la cultura del pasado a cambio del anquilosamiento de la misma en el futuro? Difícil es hacer predicciones en un mundo que avanza tan rápido. Desde luego, la literatura no va a ser fulminada, al igual que la música no lo ha sido por las descargas ilegales. Los editores y libreros tendrán que afrontar la situación y poner en valor ese producto que tanto amamos: el libro de papel.

Nada, y repito, nada, va a poderse comparar nunca con la gozosa sensación de sostener un volumen de papel, de acariciar su textura, olerlo, descubrir antiguas anotaciones en un libro de segunda mano, contemplar una estantería llena de obras que son en cierto modo el resumen de la propia vida... Los libreros tienen la misión de transmitir esto a los lectores, hacerles ver que cada libro individual es un objeto valioso en sí mismo y, a veces, incluso un objeto artístico. Las librerías han de dejar de ser meros comercios para convertirse en auténticos centros culturales donde el libro sea objeto de homenaje constante, a través de talleres de lectura, presentaciones, debates... El cliente ha de dejar de ser un mero cliente para convertirse en un colaborador implicado en la dinámica de las actividades de la librería. Complementar la tradicional lectura individual y solitaria con la lectura compartida, pero no a través de los fríos foros de internet, sino añadiendo el contacto humano, tan necesario en nuestra época.

El libro electrónico está aquí para quedarse. Y si sabemos utilizarlo sabiamente, será un complemento ideal en nuestra vida lectora habitual. Pero no acabemos por ello con nuestras formas tradicionales de lectura, enriquezcámoslas y unámonos en torno a ellas.

ATENCIÓN, SILENCIO.


Del artículo de ayer de Antonio Muñoz Molina en Babelia, acerca de la necesidad de pararnos de vez en cuando a escucharnos a nosotros mismos, de dejar los reproches del pasado y los temores del futuro y atender al presente:

"Todo conspira cada vez más para distraernos, para aturdirnos, para dejarnos sordos con una incesante cacofonía de reclamos. Pero la sensación de rapto que nos sucede igual en la invención estética y en la pasión amorosa no existe sin la perseverancia en una atención que puede bruscamente transmutarse en algo parecido a un milagro, el único posible, el de la plenitud de lo real."

viernes, 13 de noviembre de 2009

EL DÍA D. LA BATALLA DE NORMANDÍA (2009), DE ANTONY BEEVOR. TEMPESTADES DE ACERO.


He pasado buena parte de la tarde escribiendo la reseña del último y apasionante libro de Antony Beevor para "Suite 101". Me ha salido tan larga que he tenido que dividirla en dos partes. El libro ofrece una visión nueva y más al pie del cañón del ya muy tratado tema del desembarco de Normandía. Aquí los enlaces:

Desde hace unos pocos años, los aficionados a la Segunda Guerra Mundial en España están disfrutando de una edad dorada en cuanto a traducciones de ensayos rigurosos dedicados al estudio del conflicto. De entre todos los especialistas, Antony Beevor se ha erigido por derecho propio en el más popular. Sus libros son las más vendidos y comentados. Tras títulos como "La batalla de Creta", "Stalingrado" o "Berlín, 1945", su último reto ha sido ofrecer una nueva visión de la batalla de Normandía, de la que ya existían muy buenos estudios, como el clásico "El día más largo", de Cornelius Ryan o el magnífico "El día D" de Stephen Ambrose.

La receta de Beevor para mantener el interés del lector es muy sencilla: combina el rigor en la descripción de las operaciones militares con una escritura de gran calidad literaria, y, sobre todo, desciende hasta los sentimientos del soldado de a pie, el que verdaderamente padece la batalla, logrando transmitir sus terribles sufrimientos cotidianos.

Como sabe cualquier aficionado a la historia, los tres primeros años de la Segunda Guerra Mundial estuvieron marcados por las constantes victorias alemanas: a través de la llamada "guerra relámpago", Hitler conquistó en rápidas operaciones Polonia, Noruega, Bélgica, Holanda, Luxemburgo, Yugoslavia, Grecia y gran parte de la Rusia europea.

Solo Reino Unido resistía a duras penas. Entre finales de 1941 y el año 1942 se sucedieron una serie de acontecimientos que fueron cambiando poco a poco las tornas de la guerra: la entrada de Estados Unidos en el conflicto, la batalla de Stalingrado y los desembarcos aliados en el Norte de África. En el año 1943 continuó esa tendencia y la iniciativa siguió en manos de los Aliados, que pusieron pie en Italia, mientras la Unión Soviética seguía avanzando en la reconquista de su propio territorio.

Aunque Alemania estaba perdiendo la guerra, a principios de 1944 todavía no estaba del todo derrotada. En la Unión Soviética, aunque en retroceso, mantenía un frente bastante firme contra los rusos. En Italia consiguió atascar el avance Aliado en Montecassino. Y mientras tanto, esperaba sólidamente fortificada detrás de la llamada "muralla del Atlántico", los previsibles desembarcos de británicos y estadounidenses en el norte de Francia.

Ya desde 1942, los generales estadounidenses pretendieron desembarcar en el norte de Francia, pero los británicos le convencieron, con buen criterio, de que una operación de tal envergadura necesitaba de una preparación mucho más sólida. A cambio, desembarcaron en el norte de África, tomando entre dos fuegos a las tropas de Rommel, que huía del VIII Ejército deMontgomery a través de Libia. Aunque la posterior operación anfibia en Sicilia fue exitosa, los americanos tuvieron que aprender lecciones de los desastrosos desembarcos en Salerno y Anzio, para no repetir errores en la decisiva operación de Normandía.

Realmente, el éxito o fracaso de la invasión de Francia iba a resultar decisivo para el curso de la guerra. Un fracaso hubiera permitido a Hitler trasladar un gran número de divisiones al frente del Este y plantar cara al Ejército Rojo de manera mucho más contundente. La principal decisión a la que se enfrentaban los generales aliados era la elección de la zona de desembarco.
Básicamente tenían dos opciones: la zona de Calais, que presentaba la ventaja de su cercanía a las costas de Inglaterra y a la frontera alemana, aunque se encontraba sólidamente fortificada o la zona de Normandía que, a pesar de encontrarse a muchos más kilómetros de los puertos ingleses, no se encontraba tan bien defendida como Calais.

La elección de Eisenhower recayó en Normandía, pero, astutamente, se decidió mantener un ejército fantasma, comandado por el general Patton (operación Fortitude), como permanente amenaza a las costas de Calais, con el fín de que los alemanes no retirasen los ejércitos de la zona y los trasladasen a Normandía una vez comenzado el desembarco.

Los planes aliados contemplaban que el día D se hubiera producido un día antes, el 5 de junio, pero un repentino empeoramiento de las condiciones meteorológicas obligó a retrasarlo. Beevor describe perfectamente la tensión reinante en el cuartel general de Eisenhower en aquellas horas decisivas, en la que todo dependía de los informes meteorológicos. Afortunadamente, el tiempo mejoró para el día 6 y los barcos pudieron partir. Un aplazamiento más largo, hubiera sido desastroso para la moral.
A la invasión de las playas le precedió una operación paracaidista, cuyos resultados fueron irregulares ya que, sí bien logró desconcertar a los alemanes, no consiguió del todo sus objetivos al caer los soldados muy dispersos y sufrir numerosas bajas en escaramuzas que a veces superaban en brutalidad a la guerra en el frente del Este:

"Entre los supervivientes se contarían muchas historias acerca de las atrocidades cometidas, historias sobre soldados alemanes que habían acabado con la vida de sus compañeros colgados a golpe de bayoneta o incluso dirigiendo contra ellos sus lanzallamas. Otras hablaban de cuerpos obscenamente mutilados". (pag. 81).

La invasión de las playas en la zona británica resultó bastante exitosa, si bien no consiguieron conquistar Caen, hecho que lamentarían durante las semanas siguientes. En la zona estadounidense, si bien las cosas fueron bastante bien en la playa Utah, no sucedió lo mismo en Omaha, donde los bombardeos preparatorios de la aviación y de la marina cayeron muy tierra adentro y dejaron prácticamente intactas las formidables defensas alemanas.

Los hombres llegaron a las playas mareados y vomitando y las compuertas de muchas lanchas fueron abiertas a muchos metros de la playa, por lo que gran cantidad de ellos murieron ahogados debido al excesivo peso de sus mochilas. En ciertos sectores de Omaha los americanos cayeron como moscas, víctimas del denso fuego de artillería y metralletas y solo iniciativas individuales de algunos soldados lograron que las tropas no fueran devueltas al mar.

En el sector británico, la acumulación de divisiones acorazadas de las SS y las indecisiones del vanidoso y sobrevalorado general Montgomery hicieron que el frente estuviera prácticamente estabilizado durante semanas. Beevor hace hincapié en el brutal bombardeo de Caén, en el que murieron cientos de civiles y prácticamente ningún soldado alemán. Solo sirvió para que los nazis pudieran parapetase mejor tras sus ruinas.

En la zona de los estadounidenses, aunque con menos tropas alemanas en la defensa, los americanos se encontraron con un enemigo inesperado: el bocage, unos inmensos setos propios de la región que constituían formidables posiciones defensivas. Fue en esta zona donde se produjo la decisiva ruptura del frente (operación Cobra), lográndose posteriormente el cerco de un buen número de soldados alemanes en la bolsa de Falaise, que a la postre resultaría decisiva en el avance hacia París.

Si bien para los generales el reto es ganar batallas mediante la estrategia en los mapas, para el soldado individual la cuestión se reduce a vivir o morir mediante la mera suerte. Beevor es un maestro en transmitirnos las sensaciones del soldado en medio de la batalla, los horrores que le podía tocar sufrir: un balazo, pisar una mina (las había de las llamadas "castradoras", que saltaban hasta el abdomen al ser pisada), caer víctima de la artillería, abrasado por un lanzallamas... Muchos soldados simplemente no resistían la presión y causaban baja psicológica.

En buena parte de la tropa el espíritu combativo era nulo y los errores de los altos mandos no hacían sino acentuar la situación. Debido a la gran cantidad de bajas, se daban situaciones de reemplazos que apenas habían sido entrenados como soldados de infantería. Sus propios oficiales les recibían diciéndoles que su esperanza de vida era más o menos de tres semanas. El autor lo resume así:

"Normandía fue muy salvaje. Y también está el asunto de la muerte de prisioneros y las bajas psicológicas. (...) Cuando tienes a un soldado muy joven, que se enfrenta por primera vez al combate y se encuentra con explosiones por todos lados, es normal que esté desorientado. (...) Jamás diría que un soldado que se derrumba en mitad de la batalla es un cobarde, es una reacción muy humana" (El País, 5/09/09).

La Segunda Guerra Mundial fue especialmente despiadada con la población civil y la batalla de Normandía no fue una excepción. En los primeros pueblos y ciudades liberados, la población raramente salió a recibir a sus liberadores. El impacto de ver sus viviendas en ruinas y el miedo al regreso de los alemanes eran sentimientos demasiado fuertes. El asunto de las bajas civiles de esta operación es un aspecto poco estudiado, en el que Beevor pone especial énfasis, pues murieron varios miles de franceses inocentes atrapados entre dos fuegos, cuando no en represalias de los nazis tras las acciones de la Resistencia.

Normandía fue la región mártir, destruida para que se pudiera salvar el resto de Francia, que tardó muchos años en recuperarse y en la que siguieron muriendo civiles debido a minas y bombas sin estallar. La gloria de la liberación de París la pagaron los normandos a un alto precio. También hay que señalar que la liberación desató una implacable oleada de venganzas dirigidas a los colaboracionistas y a las mujeres que habían tenido "trato horizontal" con los soldados alemanes. Cientos de ellas fueron rapadas, golpeadas y vejadas por sus propios vecinos.

Un libro altamente recomendable, ameno, iluminador de muchos aspectos inéditos de este episodio y sobre todo humanizador, lleno de escenas conmovedoras y a veces casi insoportables de concebir por parte del lector, al que se le transmite lo que significa estar presente en una batalla despiadada, en la que las reglas caballerescas de la guerra son anuladas casi totalmente de lado por uno y otro bando.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

EL EXPRESO DE MEDIANOCHE (1978), DE ALAN PARKER. EL INFIERNO CIRCULAR.


Basada en hechos reales, la película cuenta la historia de Billy Hayes, un joven norteamericano que es detenido en el aeropuerto de Estambul por posesión de drogas. A partir de ahí, el muchacho conocerá el infierno de las cárceles turcas. Es bien sabido que las autoridades turcas protestaron por la visión de su país que daba la película. Ciertamente, todavía hoy quien viaja a Estambul se acuerda de ella. Sus imágenes han permanecido en la retina de mucha gente.

Alan Parker es un director cuyas obras han envejecido mal, muy asociado al efectismo de los años ochenta. Esta no es una excepción, aunque sí que hay que tener en cuenta otros factores que la hacen una buena película, sobre todo la continua sensación de angustia que consigue transmitirnos. El espectador se siente plenamente identicado con el infierno personal del protagonista, al que encierran en una cárcel podrida, que se cae a pedazos, junto a compañeros que languidecen allí por largos años, cuyos rostros se han vuelto cenicientos por la falta de esperanzas. Pero lo peor de todo son los guardianes: unos sádicos aficionados a la tortura. Alan Parker deja a Turquía en muy mal lugar.

El viaje de Billy es como el de Dante por los círculos del infierno. Si bien al principio puede tener esperanzas, las circunstancias se encargan de ir machacando su moral poco a poco, de arrebatarle sus posibilidades de volver a su país, hasta desembocar en la podredumbre de un psiquiátrico penitenciario.

Película crudísima, algo sobrevalorada, pero que es capaz de atenazar al espectador en su asiento y hacerle sufrir. Y todo por un asunto de hachís. El de las drogas es un problema que debía estar resuelto desde hace tiempo...

martes, 10 de noviembre de 2009

MI QUERIDA SEÑORITA (1971) DE JAIME DE ARMIÑÁN. EL HOMBRE HEMBRA.


La mejor manera de homenajear a un actor no es realizar un reportaje de tres minutos en el telediario con los consabidos tópicos referentes al mismo y conectar en directo con la cola de ciudadanos que van a darle su último adiós en la capilla ardiente, para comprobar su extensión. La mejor manera de homenajear a un actor es visionar alguna de sus películas y disfrutar con atención de su trabajo, comprobar por qué, en este caso, José Luis López Vázquez, con tantas de las llamadas "españoladas" en su haber, en las que solía interpretar al mismo personaje, es uno de los mejores intérpretes que ha dado nuestro cine. "Mi querida señorita" constituye un ejemplo de actuación prodigiosa, que queda en la memoria hasta mucho tiempo después de su visión, de las que uno se promete volver a ver de vez en cuando.

Cuenta Jaime de Armiñán que la película fue concebida única y exclusivamente para ser interpretada por él. El actor tenía sus dudas y estuvo varios días pensándoselo. No era para menos, pues se trataba de un personaje sorprendente: un varón que se ha creído mujer durante toda su vida y actúa en consecuencia. Su mayor lucha es la represión de su atracción sexual hacia el sexo femenino: toda un torpedazo a la linea de flotación de la moral franquista. Al director le causó una sorpresa absoluta que la censura no tocara ni una linea del guión: en estas cosas de la censura, como en todo, había que tener suerte, pero, visto desde la lógica franquista, o el censor encargado era un liberal encubierto o andaba algo despistado ese día, pues el caso es que no realizó correctamente las (siniestras) tareas que tenía encomendadas.

La visión de "Mi querida señorita" resulta una actividad fascinante, y puedo imaginarme que en su día sería piedra de escándalo para mucha gente. José Luis López Vázquez hace creible un papel a priori inverosímil y dota a su personaje de una humanidad absoluta.
La valiente decisión de Adela/Juan constituye un triunfo de la verdadera identidad y un alegato a favor de la libertad individual, dibujado en un clima de final de franquismo perfectamente conseguido. Su final es tan sorprendente como lógico, pues cierra un círculo que ha durado muchos años. Aunque el peso de la trama es llevado por la increible actuación de su protagonista, no hay que olvidar a sus memorables secundarios: Julieta Serrano, Antonio Ferrandis , Lola Gaos o Chus Lampreave. Una rara joya del cine español.

lunes, 9 de noviembre de 2009

ANIVERSARIO AGRIDULCE.


Veinte años ya de aquella sorprendente jornada en la que asistimos atónitos, por una vez, al triunfo de la voluntad de un pueblo sediento de libertad, mientras las figuras de los políticos se empequeñecían. Para mí fue la primera gran noticia a la que asistí con plena conciencia de su significado. Yo tenía por entonces la tierna edad de quince años y, como precoz aficionado a la Segunda Guerra Mundial, me parecía estar asistiendo a su auténtica conclusión en riguroso directo.

El muro de Berlín fue hijo del resultado de la Segunda Guerra Mundial. Alemania debía ser castigada y dividida, para que nunca pudiera resurgir. Al caer el muro, algunos políticos de peso de la época, como Margaret Tatcher o François Mitterrand maniobraron para que la unificación alemana no fuera posible. Los miedos de estos dirigentes, un poco mezquinos, no estaban justificados. La situación de división alemana era una anomalía histórica que dividía a familias enteras (sin ir más lejos, a la de la esposa de mi tío). Según cuenta Helmut Kolh, solo contó con el apoyo firme de Felipe González para su empresa. Al final la Alemania unida ha sido fundamental para el avance de la Unión Europea (locomotora, la llaman) y la incorporación de gran cantidad de países del este ha doblado su tamaño.

El proceso no ha estado exento de problemas: los alemanes del este siguen considerándose discriminados respecto a los del oeste. Hoy mismo El País habla del desencanto de los ciudadanos de los países del este de Europa respecto a las ilusiones puestas hace veinte años. El capitalismo, salvo excepciones, penetró de manera salvaje en sus vidas y solo benefició a los más avispados. En mi viaje a Hungría del año pasado pude comprobar que en gran cantidad de barrios del mismo Budapest no han cambiado mucho las cosas desde la era soviética. Fuera de la capital la situación es aún peor. Hoy Hungría está viviendo una crisis económica brutal que empobrece aún más a la población.

Hace veinte años, en una situación surrelista como solo es capaz de crear el ser humano, una ciudad enorme estaba dividida por un grueso e impenetrable muro que había construido la política. El capitalismo y el comunismo se hallaban a unos metros de distancia, pero para los ciudadanos de uno y otro lado era como si les separara un enorme océano. El muro fue destruido por esos mismos ciudadanos y sus fragmentos repartidos por el mundo como objetos de recuerdo. Hoy siguen quedando otros muchos muros por destruir, que en gran parte son más económicos que políticos, por lo que son más difíciles de abatir, pues todos vamos sabiendo que hace tiempo que los poderes económicos están muy por encima de los políticos.

Lo mejor es rememorar aquellos recuerdos mágicos de 1989, un momento de esperanza, en la que la historia, por una vez, pudo remontar y enderezarse, tal y como lo cuenta su mejor cronista, Timothy Garton Ash:

http://www.elpais.com/articulo/opinion/1989/fue/momento/dorado/Europa/elpepiopi/20091107elpepiopi_11/Tes

domingo, 8 de noviembre de 2009

CUENTOS (1939), DE ERNEST HEMINGWAY. LA ESCRITURA DE LA EXPERIENCIA.


Acabo de publicar un artículo en Suite 101 en el que analizo las narraciones de Hemingway y su relación con sus propios episodios biográficos, así como su famosa afirmación del iceberg aplicada a los cuentos. Lo cierto es que la lectura me ha revelado muchos altibajos en su escritura: algunos son perfectos, otros casi insufribles, pero sí que me ha enseñado que hay que ser valiente y escribir constantemente acerca de las propias experiencias. Somos nosotros mismos el mejor material de escritura. Aquí el enlace:


La biografía de Ernest Hemingway es la envidia de cualquier escritor ávido de experiencias: herido en el frente italiano en la Primera Guerra Mundial, periodista, vividor, mujeriego, tímido y a la vez exhibicionista, sediento de emociones, amante de la caza y de la pesca, aficionado a las armas, alcohólico, vecino de París en los años 20 y libertador de la misma ciudad en la Segunda Guerra Mundial, tuvo una relación especial con nuestro país, del que le fascinaban los toros y su espíritu festivo, siendo cronista de nuestra Guerra Civil en la que trabajó como corresponsal de guerra desde el lado Republicano.

Hemingway es un escritor puro, que necesita la escritura para vivir. Como él mismo declaró en una entrevista concedida a la revista París Review: "Una vez que escribir se ha convertido en el vicio principal y en el mayor placer, solo la muerte puede ponerle fín".

Sus vivencias son registradas regularmente en sus obras en una especie de exhibición impúdica que quizá le servía para autojustificar sus propias acciones. Todo tiene aquí cabida: relatos de primeros amores, de experiencias sexuales frustradas, de caza y pesca, de comunión con la naturaleza o de personajes moralmente degradados, como los de "Los asesinos", uno de sus mejores cuentos donde los dos profesionales de la muerte se definen perfectamente por sus diálogos más que por descripción física, en una escena que parece adelantar a las películas actuales de Tarantino.

Existen dos magníficas adaptaciones cinematográficas de este cuento: "Forajidos" (1946), de Robert Siodmak y "Código del hampa" (1964), de Don Siegel.

En el prólogo de la edición de los "Cuentos" editada por Debolsillo, escribe Gabriel García Márquez:

"Lo mejor que tienen sus cuentos es la impresión que causan de que algo les quedó faltando, y es eso precisamente lo que les confiere su misterio y su belleza.

La obra de Hemingway está llena de esos hallazgos simples y deslumbrantes que demuestran hasta qué punto se ciñó a su propia definición de que la escritura literaria - como el iceberg - solo tiene validez si está sustentada debajo del agua por los siete octavos de su volumen".

Toda una declaración de principios que, para bien o para mal, impregna su obra literaria. Se suele decir de Hemingway que a sus novelas le sobran muchos pasajes y que da lo mejor de sí en sus narraciones breves. Esto es cierto hasta cierto punto, pues no pueden juzgarse sus relatos como un conjunto heterogéneo, ya que hay saltos de calidad bastante importantes entre ellos y en algunos se abusa de la teoría del iceberg, dándonos quizá demasiada poca información.

Otros son sencillamente perfectos, como el ya citado "Los asesinos" o "Las nieves del Kilimanjaro", objeto en 1952 de una adaptación cinematográfica con el mismo título por parte de Henry King, donde se evidencian las propias dudas vitales del propio Hemingway, la búsqueda de un método como escritor: si es conveniente ser más comercial o ser fiel al propio estilo, si el auténtico escritor se forja trabajando constantemente en el despacho o saboreando experiencias que luego serán plasmadas en el papel.

Evidentemente, Hemingway eligió la segunda opción y eso se evidencia en una escritura que, si bien carente de auténtico estilo literario en ocasiones, acaba seduciendo al lector por la particular fuerza de su escritura.

En conclusión, la obsesión del Hemingway relatista es la eliminación de lo superfluo. Es interesante constatar como algunas de las adaptaciones cinematográficas de sus cuentos no son más que exploraciones de las partes del iceberg que permanecen ocultas, con lo cual su visionado inmediatamente después de la lectura constituye un fascinante ejercicio de indagación de lo que no se ha mostrado, un verdadero reto para cualquier guionista.

Si lo usual en las adaptaciones cinematográficas es la simplificación del argumento respecto a la versión literaria, en los cuentos de Hemingway necesariamente sucede lo contrario.

Para cualquier aspirante a escritor, se trata de piezas fundamentales, que animan a anotar compulsivamente nuestras propias experiencias para ser pulidas posteriormente en la serenidad de la mesa de trabajo.

No tienen por qué ser vivencias comparables a las de Hemingway. También el escritor puede explorar lo extraordinario en su vida cotidiana.

SIEMPRE A TU LADO (HACHIKO) (2009), DE LASSE HALLSTRÖM. CUANDO EL HOMBRE ENCONTRÓ AL PERRO.


Existe un interesante libro escrito en 1950 por el etólogo Konrad Lorenz titulado "Cuando el hombre encontró al perro". En el mismo se habla de la especial relación que ha existido, desde tiempos muy remotos entre los hombres y ese animal tan especial llamado perro. Cualquiera que haya convivido con uno de estos nobles animales (unos más nobles que otros, todo hay que decirlo) sabrá de lo que hablo, sin necesidad de leer el libro, si nombro la palabra fidelidad. Cuando el perro escoge o es escogido por un amo, le seguirá donde haga falta. He conocido a perros muy felices y agradecidos cuyo dueño era un mendigo. Me atrevo también a afirmar que quien disfruta de la compañía de una de estas mascotas goza de mucha mejor salud, tanto física como mental, que quien no lo tiene. Acariciar a un perro es la mejor terapia para relajarnos ante los problemas cotidianos.

El perro Hachiko es un héroe nacional en Japón. Su dueño era un médico al que iba a esperar todos los días a la estación de trenes cuando volvía de trabajar. Un día el médico murió y no volvió. Hachiko se quedó esperándole en la estación durante diez años. Semejante prueba de fidelidad fue acogida como un símbolo de la lealtad de los japoneses a su patria y a su emperador y utilizado por la propaganda durante la Segunda Guerra Mundial. De hecho, la estatua dedicada a Hachiko fue fundida para fabricar armas. Seguramente el pobre Hachiko no quería convertirse en héroe, solo anhelaba volver a ver a su amo, la fuente de felicidad de su sencilla existencia. La vida del perro queda en suspenso cuando falta su amo, que es lo que le da sentido y solo podría reanudarse con su regreso, por lo que su eterna espera tiene sentido. Los periódicos informan de vez en cuando de casos similares, perros que se quedan esperando en la puerta de un hospital o velando una tumba en el cementerio.

Tenía muchas reticencias con esta película. A pesar de que el director es prestigioso, el planteamiento de la historia y la presencia como protagonista de un Richard Gere que había calificado de no-humano a quien no llorara durante su visión me echaban para atrás. Lo cierto es que entramos a verla porque llegamos tarde a "Celda 211", pero no me he arrepentido de ello. El planteamiento de Hallström es sencillo y no se anda por las ramas: se dedica a explorar la relación de este hombre de vida acomodada y carácter bondadoso con el perro que encontró en la estación, apenas sin conflictos humanos de por medio, llenando la pantalla de hermosas imágenes que reivindican la felicidad de una relación entre hombre y animal que es casi una simbiosis. Realmente constituyen una atractiva pareja. Cierto es que la película apela de manera directa a la sensibilidad del espectador, que poco puede hacer para evitar emocionarse, sobre todo porque sabe que lo que está viendo en la pantalla durante la espera de Hachiko es pura realidad. El perro se hace viejo ante la puerta de la estación y es capaz de imaginarse como será el tan largo esperado regreso de su dueño. El momento culminante llega con un Hachiko ya anciano y cansado pero fiel hasta la muerte en su misión autoimpuesta.

Una película redonda, contra lo que pudiera parecer, con un Richard Gere comedido y que hace una de las mejores utilizaciones que yo he visto de un animal en el cine. Eso sí, no puedo ser objetivo del todo. Los perros son mi debilidad...

miércoles, 4 de noviembre de 2009

CLUBES DE LECTURA EN MÁLAGA. NOVIEMBRE.

Seguimos informando acerca de los clubes de lectura existentes en la capital. Cualquiera que quiera asistir, será bienvenido.

En la Biblioteca Provincial para esta semana está prevista la última sesión de "La soledad de los números primos", de Paolo Giordano, ya comentado en este blog. Para el resto del mes, la gran novela de Gabriel García Márquez "El amor en los tiempos del cólera", que en mi caso leí hace un par de años. En mi opinión, una novela muy bien escrita, deslumbrante en este aspecto, pero un poco reiterativa en sus contenidos. Demasiado larga, quizá, para lo que cuenta. Sé que mi opinión no es compartida por mucha gente
. Yo considero a García Márquez un gran escritor, pero no es de mis favoritos. Las sesiones comienzan a las seis de la tarde todos los jueves. Hay quien, por motivos laborales, llega más tarde. La Biblioteca se encuentra situada en la Avenida de Europa y los libros de cada mes se ofrecen en préstamo a los miembros del club, por lo que las plazas son limitadas.

En el denominado "grupo de estudios" de la librería Cincoechegaray vamos a leer al siempre caústico y polémico Rafael Sánchez Ferlosio, uno de los grandes escritores vivos en castellano que nunca se muerde la lengua a la hora de expresar sus opiniones. Será "God & Gun, apuntes de fenomenología", recopilación de artículos de los que seguramente yo ya habré leído algunos cuando salieron calentitos en las páginas de "El País". Seguro que el debate será muy interesante. En este grupo, al que no pude asistir el mes pasado, somos todavía muy poquitos, debido a que el ensayo es un género literario bastante menos popular que la narrativa. Sería interesante que se fuera incorporando más gente. La cita es el martes día 24 en la librería Cincoechegaray, situada en la céntrica calle del mismo nombre, a las ocho de la tarde.

Y en el ya tradicional club de lectura de la misma librería Cincoechegaray seguimos leyendo literatura en lengua alemana. En esta ocasión se trata de todo un clásico de principios de las primeras décadas del siglo XX: "Berlín Alexanderplatz" de Alfred Döblin, situado en la Alemania de entreguerras. Para los tres próximos meses se anuncian títulos de literatura italiana contemporánea. Como es habitual, el último jueves del mes (en este caso el día 26) a las ocho de la tarde.

Respecto a otros clubes de la provincia, en Nerja la Asociación "La aventura de escribir" pretendía retomar el suyo, pero todavía no se saben fechas ni el título que se va a elegir. Y en Vélez-Málaga todavía no se ha reanudado desde el verano el de los Amigos de la Cultura de Vélez-Málaga, siempre interesante. Cuando tenga noticias de ambos las transmitiré.

Pueden encontrarse otros clubes de lectura, tanto en las bibliotecas de los barrios como en las de los pueblos. Los interesados pueden acercarse y preguntar. Me consta que en lugares como Archidona o Benalmádena existen clubes muy activos.

A los que nunca hayan asistido a este tipo de eventos, les recomiendo encarecidamente que prueben, al menos una vez. Descubrirán una manera de leer totalmente diferente a la habitual.

martes, 3 de noviembre de 2009

SIN NOMBRE (2009), DE CARY FUKUNAGA. LAS MARAS O LA BARBARIE.


Acabo de publicar un nuevo artículo en Suite 101, esta vez dedicado a la que sin duda va a ser una de las mejores películas del año, una durísima visión de la vida en las maras (bandas) de latinoamérica y de la desesperación de los inmigrantes que parten hacia Estados Unidos como a su tierra prometida. Imprescindible.

Aquí el enlace:



La lógica dicta que si un espectador pretende ver una película de terror, compre una entrada de una de las muchas producciones del género que salpican nuestra cartelera. De alguna manera este espectador está firmando un pacto implícito con los creadores de la película: a cambio de su dinero le van a ofrecer una serie de "escenas fuertes" mil veces vistas anteriormente y de sustos prefabricados a gusto del consumidor, que saldrá de la sala satisfecho, porque ha visto realmente lo que quería ver y se ha evadido de lo cotidiano.

Si este espectador se confundiera de sala y entrara en la que proyecta "Sin nombre", seguramente quedaría paralizado por el horror y se plantearía seriamente sus certidumbres acerca de lo que significa pasar miedo en la sala oscura. Y es que nada mejor que la realidad para inquietar al espectador, hacerle removerse en su asiento y salir con el corazón en un puño.

Una vez vista la película, se podría sacar la conclusión de que el estudio de las maras, o al menos la que se retrata, la Mara Salvatrucha, podría ser realizado más bien desde el punto de vista de la antropología que el de la mera sociología.

Sus ritos y su salvajismo coinciden con los de muchos pueblos primitivos. Como ya nos contó William Golding en "El señor de las moscas" (1954) la falta de referentes morales y sociales hacen caer fácilmente a los jóvenes marginales en el salvajismo más elemental, que constituye la naturaleza atávica del hombre, atemperada por la vida en sociedad.

La ceremonia de iniciación para los chiquillos es sencillamente brutal. El candidato, un niño, debe aguantar una soberana paliza de sus futuros compañeros. Después de aprender a recibir, tendrá que aprender a dar, por lo que el siguiente paso consiste en matar a un miembro de una banda rival, cuyo cadáver es arrojado como comida a los perros.

Una vez hecho esto, el nuevo afiliado puede considerarse hermano de sangre del resto. La fidelidad eterna al grupo es lo más importante, tal y como sucede en las organizaciones mafiosas. Poco a poco irán reforzando esta fidelidad mediante pruebas de obediencia a los superiores.

La progresiva inserción de agresivos tatuajes en el propio cuerpo sirven a la vez como identificación grupal y pinturas de guerra. En una realidad tan despiadada como la de latinoamérica, donde los jóvenes de los suburbios no tienen apenas esperanza de salir adelante, la pertenencia a esta hermandad significa un poco de calor humano, aún cuando las reglas del grupo sean inhumanizantes de por sí.

El cineasta Christian Poveda autor de "La vida loca", documental de acertado título acerca de estas bandas fue asesinado por miembros de las mismas. Esta película constituye un involuntario homenaje a su figura. Estremece poder visitar aún hoy su página dentro de una red social de periodistas iberoamericanos.

La otra opción que tienen los jóvenes latinos es la inmigración. Precisamente, en paralelo a la de los maras, conocemos la historia de tres emigrantes hondureños que inician un viaje de pesadilla en el tren que atraviesa México con la esperanza de llegar a los Estados Unidos. Sus vidas se van a cruzar con la de un joven mara que huye de sus compañeros. A partir de ahí la película narra las esperanzas frustradas de tantos jóvenes que se juegan el físico ante la posibilidad de cambiar de vida.

Fukunaga no concede respiro al espectador y le lanza a la cara un mensaje durísimo: mientras en occidente intentamos resguardarnos de la crudeza de la crisis, en otros países a una buena parte de los jóvenes solo les queda la opción de ingresar en una sociedad paralela al margen de las reglas establecidas, vivir en la miseria o huir.

Difícil disyuntiva que en demasiadas ocasiones termina de la peor manera posible. Una película imprescindible en la cartelera actual, un retrato preciso y descarnado de las zonas, cada vez más extensas, dominadas por el corazón de las tinieblas.

lunes, 2 de noviembre de 2009

EL (ETERNO) PROBLEMA DE LA VIVIENDA.


Una de mis secciones favoritas de los periódicos son las cartas al director. Los escritos de los lectores son la mejor manera de tomar el pulso a la realidad y escuchar la voz de quienes sufren los problemas más corrientes. Un político puede hablar sobre las necesidades de la gente, teniendo las suyas bien cubiertas o un periodista económico escribir sobre la desesperanza de los parados cobrando una espléndida nómina todos los meses, pero nadie va a comentar mejor las miserias cotidianas que quienes las sufren. En el diario El País de ayer tenemos un magnífico ejemplo referente al problema de la vivienda. La carta está firmada por David Martínez Piedra, de Barcelona:

"Cada vez que sale algún "entendido" en el tema de la economía, la construcción y las finanzas, nos avisan de que es un buen momento para comprar un piso. Se basan en la teoría de que ahora se puede "regatear" puesto que no se vende. Y yo digo, estimados ciudadanos, que es precisamente porque no se vende, por lo que pretenden animar a los pocos que puedan conseguir hipotecas en el banco a que se aventuren en la esclavitud española del siglo XXI.

Es cierto que los pisos han bajado algo, ahora en lugar de costar 50 millones de pesetas cuestan 45. Hace 12 años el mismo piso costaría ocho millones, pero con el "borreguismo" que tanto nos caracteriza a los pobladores de la península Ibérica hemos conseguido y apoyado que se haya llegado a tal abuso sin precedente.

Ahora yo animo a los posibles compradores de ese bien necesario para vivir (no para invertir) que no compremos, que no nos dejemos engañar. En época de subida de precios y ventas nos decían que jamás bajarían, que era una inversión segura. ¿Ahora nos tenemos que creer lo de que es el momento de comprar? Si no compramos conseguiremos que los pisos a precio astronómico consigan bajar bastante más. Por una vez en la vida pongámonos de acuerdo en hacer algo juntos. Tenemos la sartén cogida por el mango y la unión hace la fuerza. Aprendamos de esta crisis. Basta ya."

LA SOLEDAD DE LOS NÚMEROS PRIMOS (2008), DE PAOLO GIORDANO. HISTORIA DE DOS AUSENTES.


A veces uno se pregunta cuales son los mecanismos que hacen que un libro llegue a ser un best seller. No me refiero a las campañas publicitarias masivas que llegan incluso a los que no han leído un libro en su vida y les hacen comprar el libro de moda como motivo decorativo. He estado en casas en las que literatura brilla por su ausencia, pero en las que la trilogía Millenium en edición de Círculo de Lectores, con su envoltura de plástico todavía puesta para que no se estropeen, destacaba en la estantería de un mueble repleto de fotos familiares y objetos más o menos inútiles. A lo que me refería es al enigma del criterio que utilizan los editores y magnates de las grandes editoriales para elegir a la que va a ser la estrella del año literario. A veces se trata directamente de literatura basura, como la de Dan Brown, un escritor que ni siquiera es capaz de situar correctamente a sus personajes en las avenidas más conocidas de París. Otras veces se trata de literatura más pastosa es decir, de difícil digestión para quien está acostumbrado a platos más delicados. En esta categoría podría incluirse el libro que nos ocupa.

"La soledad de los números primos" pretende ser una historia de amores imposibles entre dos seres marginales: el chico, un genio de las ciencias casi autista, hombre de pocas, poquísimas palabras y la chica, una muchacha un poco más despierta que no sabe muy bien lo que quiere, pero que es hostil al mundo y a sí misma, pasión que manifiesta en sí misma castigándose a través de una anorexia cuya descripción resulta altamente angustiosa para el lector. Lo que a priori podría haber dado pie a una historia interesante (todas pueden serlo en manos del escritor adecuado), al final se difumina en cuantas escenas presuntamente trascendentes pero vacías de contenido.

En realidad la profesión de Giordano, físico teórico, se nota y mucho en la concepción del libro. Sus mejores hallazgos son la metáfora que compone el título de la novela y algunos pensamientos de Mattia que denotan su obsesión continua por las ciencias teóricas en oposición a su mínimo interés por la vida práctica, pero a la hora de definir personajes y situaciones se decide por trazos demasiado débiles que apenas aportan nada al lector. Respecto a los personajes secundarios, son meros comparsas de los desdibujados protagonistas. Un mérito sí que hay que reconocerle a Giordano: de algún modo ha conseguido dar a conocer su obra y colocarla como una de las más vendidas en toda Europa, por encima de miles de novelas de calidad muy superior a la suya. Hay que felicitarle por ello.