Desde hace unos pocos años, los aficionados a la Segunda Guerra Mundial en España están disfrutando de una edad dorada en cuanto a traducciones de ensayos rigurosos dedicados al estudio del conflicto. De entre todos los especialistas, Antony Beevor se ha erigido por derecho propio en el más popular. Sus libros son las más vendidos y comentados. Tras títulos como "La batalla de Creta", "Stalingrado" o "Berlín, 1945", su último reto ha sido ofrecer una nueva visión de la batalla de Normandía, de la que ya existían muy buenos estudios, como el clásico "El día más largo", de Cornelius Ryan o el magnífico "El día D" de Stephen Ambrose.

La receta de Beevor para mantener el interés del lector es muy sencilla: combina el rigor en la descripción de las operaciones militares con una escritura de gran calidad literaria, y, sobre todo, desciende hasta los sentimientos del soldado de a pie, el que verdaderamente padece la batalla, logrando transmitir sus terribles sufrimientos cotidianos.

Como sabe cualquier aficionado a la historia, los tres primeros años de la Segunda Guerra Mundial estuvieron marcados por las constantes victorias alemanas: a través de la llamada "guerra relámpago", Hitler conquistó en rápidas operaciones Polonia, Noruega, Bélgica, Holanda, Luxemburgo, Yugoslavia, Grecia y gran parte de la Rusia europea.

Solo Reino Unido resistía a duras penas. Entre finales de 1941 y el año 1942 se sucedieron una serie de acontecimientos que fueron cambiando poco a poco las tornas de la guerra: la entrada de Estados Unidos en el conflicto, la batalla de Stalingrado y los desembarcos aliados en el Norte de África. En el año 1943 continuó esa tendencia y la iniciativa siguió en manos de los Aliados, que pusieron pie en Italia, mientras la Unión Soviética seguía avanzando en la reconquista de su propio territorio.

Aunque Alemania estaba perdiendo la guerra, a principios de 1944 todavía no estaba del todo derrotada. En la Unión Soviética, aunque en retroceso, mantenía un frente bastante firme contra los rusos. En Italia consiguió atascar el avance Aliado en Montecassino. Y mientras tanto, esperaba sólidamente fortificada detrás de la llamada "muralla del Atlántico", los previsibles desembarcos de británicos y estadounidenses en el norte de Francia.

Ya desde 1942, los generales estadounidenses pretendieron desembarcar en el norte de Francia, pero los británicos le convencieron, con buen criterio, de que una operación de tal envergadura necesitaba de una preparación mucho más sólida. A cambio, desembarcaron en el norte de África, tomando entre dos fuegos a las tropas de Rommel, que huía del VIII Ejército deMontgomery a través de Libia. Aunque la posterior operación anfibia en Sicilia fue exitosa, los americanos tuvieron que aprender lecciones de los desastrosos desembarcos en Salerno y Anzio, para no repetir errores en la decisiva operación de Normandía.

Realmente, el éxito o fracaso de la invasión de Francia iba a resultar decisivo para el curso de la guerra. Un fracaso hubiera permitido a Hitler trasladar un gran número de divisiones al frente del Este y plantar cara al Ejército Rojo de manera mucho más contundente. La principal decisión a la que se enfrentaban los generales aliados era la elección de la zona de desembarco.
Básicamente tenían dos opciones: la zona de Calais, que presentaba la ventaja de su cercanía a las costas de Inglaterra y a la frontera alemana, aunque se encontraba sólidamente fortificada o la zona de Normandía que, a pesar de encontrarse a muchos más kilómetros de los puertos ingleses, no se encontraba tan bien defendida como Calais.

La elección de Eisenhower recayó en Normandía, pero, astutamente, se decidió mantener un ejército fantasma, comandado por el general Patton (operación Fortitude), como permanente amenaza a las costas de Calais, con el fín de que los alemanes no retirasen los ejércitos de la zona y los trasladasen a Normandía una vez comenzado el desembarco.

Los planes aliados contemplaban que el día D se hubiera producido un día antes, el 5 de junio, pero un repentino empeoramiento de las condiciones meteorológicas obligó a retrasarlo. Beevor describe perfectamente la tensión reinante en el cuartel general de Eisenhower en aquellas horas decisivas, en la que todo dependía de los informes meteorológicos. Afortunadamente, el tiempo mejoró para el día 6 y los barcos pudieron partir. Un aplazamiento más largo, hubiera sido desastroso para la moral.
A la invasión de las playas le precedió una operación paracaidista, cuyos resultados fueron irregulares ya que, sí bien logró desconcertar a los alemanes, no consiguió del todo sus objetivos al caer los soldados muy dispersos y sufrir numerosas bajas en escaramuzas que a veces superaban en brutalidad a la guerra en el frente del Este:

"Entre los supervivientes se contarían muchas historias acerca de las atrocidades cometidas, historias sobre soldados alemanes que habían acabado con la vida de sus compañeros colgados a golpe de bayoneta o incluso dirigiendo contra ellos sus lanzallamas. Otras hablaban de cuerpos obscenamente mutilados". (pag. 81).

La invasión de las playas en la zona británica resultó bastante exitosa, si bien no consiguieron conquistar Caen, hecho que lamentarían durante las semanas siguientes. En la zona estadounidense, si bien las cosas fueron bastante bien en la playa Utah, no sucedió lo mismo en Omaha, donde los bombardeos preparatorios de la aviación y de la marina cayeron muy tierra adentro y dejaron prácticamente intactas las formidables defensas alemanas.

Los hombres llegaron a las playas mareados y vomitando y las compuertas de muchas lanchas fueron abiertas a muchos metros de la playa, por lo que gran cantidad de ellos murieron ahogados debido al excesivo peso de sus mochilas. En ciertos sectores de Omaha los americanos cayeron como moscas, víctimas del denso fuego de artillería y metralletas y solo iniciativas individuales de algunos soldados lograron que las tropas no fueran devueltas al mar.

En el sector británico, la acumulación de divisiones acorazadas de las SS y las indecisiones del vanidoso y sobrevalorado general Montgomery hicieron que el frente estuviera prácticamente estabilizado durante semanas. Beevor hace hincapié en el brutal bombardeo de Caén, en el que murieron cientos de civiles y prácticamente ningún soldado alemán. Solo sirvió para que los nazis pudieran parapetase mejor tras sus ruinas.

En la zona de los estadounidenses, aunque con menos tropas alemanas en la defensa, los americanos se encontraron con un enemigo inesperado: el bocage, unos inmensos setos propios de la región que constituían formidables posiciones defensivas. Fue en esta zona donde se produjo la decisiva ruptura del frente (operación Cobra), lográndose posteriormente el cerco de un buen número de soldados alemanes en la bolsa de Falaise, que a la postre resultaría decisiva en el avance hacia París.

Si bien para los generales el reto es ganar batallas mediante la estrategia en los mapas, para el soldado individual la cuestión se reduce a vivir o morir mediante la mera suerte. Beevor es un maestro en transmitirnos las sensaciones del soldado en medio de la batalla, los horrores que le podía tocar sufrir: un balazo, pisar una mina (las había de las llamadas "castradoras", que saltaban hasta el abdomen al ser pisada), caer víctima de la artillería, abrasado por un lanzallamas... Muchos soldados simplemente no resistían la presión y causaban baja psicológica.

En buena parte de la tropa el espíritu combativo era nulo y los errores de los altos mandos no hacían sino acentuar la situación. Debido a la gran cantidad de bajas, se daban situaciones de reemplazos que apenas habían sido entrenados como soldados de infantería. Sus propios oficiales les recibían diciéndoles que su esperanza de vida era más o menos de tres semanas. El autor lo resume así:

"Normandía fue muy salvaje. Y también está el asunto de la muerte de prisioneros y las bajas psicológicas. (...) Cuando tienes a un soldado muy joven, que se enfrenta por primera vez al combate y se encuentra con explosiones por todos lados, es normal que esté desorientado. (...) Jamás diría que un soldado que se derrumba en mitad de la batalla es un cobarde, es una reacción muy humana" (El País, 5/09/09).

La Segunda Guerra Mundial fue especialmente despiadada con la población civil y la batalla de Normandía no fue una excepción. En los primeros pueblos y ciudades liberados, la población raramente salió a recibir a sus liberadores. El impacto de ver sus viviendas en ruinas y el miedo al regreso de los alemanes eran sentimientos demasiado fuertes. El asunto de las bajas civiles de esta operación es un aspecto poco estudiado, en el que Beevor pone especial énfasis, pues murieron varios miles de franceses inocentes atrapados entre dos fuegos, cuando no en represalias de los nazis tras las acciones de la Resistencia.

Normandía fue la región mártir, destruida para que se pudiera salvar el resto de Francia, que tardó muchos años en recuperarse y en la que siguieron muriendo civiles debido a minas y bombas sin estallar. La gloria de la liberación de París la pagaron los normandos a un alto precio. También hay que señalar que la liberación desató una implacable oleada de venganzas dirigidas a los colaboracionistas y a las mujeres que habían tenido "trato horizontal" con los soldados alemanes. Cientos de ellas fueron rapadas, golpeadas y vejadas por sus propios vecinos.

Un libro altamente recomendable, ameno, iluminador de muchos aspectos inéditos de este episodio y sobre todo humanizador, lleno de escenas conmovedoras y a veces casi insoportables de concebir por parte del lector, al que se le transmite lo que significa estar presente en una batalla despiadada, en la que las reglas caballerescas de la guerra son anuladas casi totalmente de lado por uno y otro bando.