sábado, 6 de diciembre de 2025

ESTO NO EXISTE (2025), DE JUAN SOTO IVARS. LAS DENUNCIAS FALSAS EN VIOLENCIA DE GÉNERO.

Hace ya más de veinte años que en nuestro país se encuentra vigente la Ley de violencia de género. Una ley que nació con el loable propósito de defender a las mujeres de lo que se define como una lacra, las agresiones y asesinatos por parte de la parte masculina de la pareja o expareja. Esto motivó que se modificase el código penal y se dispusieran penas diferentes por el mismo delito según su autor fuera hombre o mujer. Aunque ya pocos lo recuerdan, la nueva ley generó bastante polémica en su momento, polémica también protagonizada por jueces progresistas, que la estimaban inconstitucional, incompatible con el artículo 14 de nuestra Carta Magna. Además, pensaban que de algún modo infantilizaba a las mujeres y las consagraba como el sexo débil de la relación, además de no garantizar plenamente la presunción de inocencia del denunciado.

Estas voces disidentes fueron pronto silenciadas. El Tribunal Constitucional declaró su constitucionalidad y, a partir de entonces, cualquier crítica a la ley empezará a ser tildada de peligrosa para los derechos de las mujeres y de negacionista acerca de la existencia de la violencia de género. Juan Soto Ivars cuenta que, antes de emprender el proyecto de escritura de este libro, no fueron pocas las voces amigas que le advirtieron de que se iba a meter en problemas al publicar un ensayo de esta naturaleza, que cuestiona de manera muy argumentada el discurso oficial. Lo cierto es que las denuncias falsas sí que existen y no son un número irrisorio de las mismas, tal y como mantiene año tras año la Fiscalía General del Estado en las estadísticas que publica. Esto se debe es que la Fiscalía no investiga de oficio las denuncias con evidencias de falsedad, sino que absuelve al acusado y archiva los procedimientos. Entonces, la pregunta que habría que hacerse no es cuántas denuncias son falsas, sino cuántas son verdaderas. Examinando con atención esas estadísticas, muchos se llevarán una sorpresa, ya que la narrativa oficial machaca continuamente con el relato de que no existen mujeres que denuncien por intereses propios. Por ejemplo, para obtener ventajas inmediatas en un proceso de divorcio conflictivo. 

Lo único que sucede es que en un país tan políticamente polarizado como el nuestro es extremadamente difícil establecer un debate sereno y con argumentos acerca de los beneficios y los daños que han producido veinte años de aplicación de esta ley. Cualquiera que critique públicamente una sola coma de la misma será tachado de negacionista, ultraderechista y de poner en peligro la vida de las mujeres. El autor ha podido comprobar las pasiones que suscita este debate con los intentos de boicot que ha sufrido su presentación en Sevilla. Lejos de querer debatir, los defensores de que las cosas permanezcan igual insultan a cualquiera que ponga en cuestión sus postulados, aunque la violencia de género siga contando con unas cifras similares año tras año y cada vez sean mayores las cifras de hombres acusados en falso que son obligados a pasar una o más noches en el calabozo. El autor, que en ningún momento niega la existencia del fenómeno de la violencia de género, sostiene que la situación actual perjudica igualmente a las auténticas víctimas, que en muchas ocasiones no pueden acceder a los recursos que necesitan urgentemente por saturación de denuncias. Las otras perjudicadas son las parejas actuales o las madres de los hombres denunciados, que ven como empieza a pesar sobre ellos el estigma de ser maltratadores. No sería extraño que las abultadas cifras de suicidio masculino en España tengan que ver con ello, pero no existen estudios fiables que puedan certificar esta relación.

Los argumentos que expone Esto no existe se basan en numerosos testimonios bien acreditados y en el estudio de casos famosos como el de Juana Rivas. En su delirio y en su afán de rizar cada vez más el rizo, la izquierda comete excesos como considerar en algunas declaraciones que todos los hombres son potenciales violadores o promover el término violencia vicaria, por el cual, en una relación de pareja, la única parte capaz de hacer daño a los menores para hacer sufrir a la otra es el hombre. Evidentemente, el libro de Soto Ivars no es ciencia, se trata meramente de una concienzuda investigación periodística que saca una serie de conclusiones acerca de las cuales sería urgente debatir. Lo más curioso de todo esto es que, en la vorágine actual de noticias que se devoran unas a otras, estamos descubriendo que los máximos defensores de esta ley, quienes se proclaman máximos defensores de los derechos de las mujeres, tratan de dilatar, cuando no de ocultar los casos de acoso cuando ocurren en su propia casa, tal y como sucedió con el asunto de Íñigo Errejón. Una hipocresía que está delante de los ojos de cualquier ciudadano que quiera mirar la actualidad de una manera objetiva y que debería tener consecuencias políticas para sus promotores.

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