"Internet ha puesto algo en el mercado que parecía inalcanzable antes de su invención: el comercio de masas, el consumo de masas. Hombres tras las cosas, cosas que se consumen, hombres consumidos, hombres-cosas. La sociedad uniformada. Internet es producto de un capitalismo que lo nutre a niveles exponenciales."
La realidad del presente ha echado por tierra todas las teorías económicas clásicas acerca del trabajo retribuido. Ahora la recompensa por el trabajo que realiza el consumidor no es dinero, sino el placer del consumo. Todo lo que creemos que es gratis repercute económicamente en los beneficios de las grandes multinacionales, que se han convertido en las auténticas dueñas del mundo. Las máquinas no nos liberan, como se llegó a pensar hace ya bastantes años, sino que se posicionan a favor de los intereses de quienes las programan, que usan al consumidor como conejillo de indias para ir renunciando a cada vez más costes laborales. Si comprar un billete de avión, por ejemplo, se ha convertido en un proceso angustioso y dotado a veces de una intolerable incertidumbre es gracias a que nos hemos acostumbrado a hacer estas cosas solos, estimulados por la idea de que así ciertos productos y servicios nos saldrán más económicos.
Así pues, la idea de libertad de elegir se ha ido transformando en una especie de docilidad por parte del consumidor, que tolera ciertos tratos por parte de las empresas que jamás hubiera permitido en el pasado. Indudablemente no hay marcha atrás en este proceso. Como la rana que nada en el agua hirviendo, poco a poco nos han ido acostumbrando a todos estos desmanes que al final identificamos con comodidad y abundancia de oferta. Pero esto es solo la punta del iceberg. La verdadera riqueza que extraen las multinacionales de nuestros comportamientos son datos muy valiosos que serán traducidos a nuevos beneficios económicos. Vivimos en un mundo distópico que contribuimos a consolidar ¿libremente? día a día.

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