Las decisiones vitales que toman algunas personas son inescrutables, sobre todo cuando cualquier observador objetivo podría advertir que son altamente perjudicales para quien ha decidido llevarlas a cabo. Pero la decisión de algunas jóvenes occidentales de partir a vivir al Estado Islámico para casarse con alguno de los fanáticos combatientes que lo habitan roza la demencia. Pero esta película no es una fábula, sino que está basado en hechos reales, puesto que fueron bastantes mujeres las que decidieron, como sucede con la protagonista, que la verdadera libertad se hallaba en aquellos desiertos lejanos donde las reglas son más estrictas y habitan hombres de verdad que las iban a hacer felices. Como es previsible, la llegada al Califato es una auténtica trampa para estas chicas, que se ven sometidas a una auténtica restricción de sus libertades para pasar a ser parte de una especie de casa de citas dirigida por mano firme por Madame, una mujer madura francesa y culta que ha decidido establecerse en aquellas tierras con este lucrativo negocio. Porque aquí el islam se interpreta a mayor gloria de unos combatientes que necesitan desfogarse sexualmente con frecuencia y cuyos matrimonios con estas jóvenes inocentes pueden derivar en historias de maltrato de las que no se puede huir si no es a través del suicidio. Las hijas del califato es una historia muy dura que nos habla de lo radical que puede volverse el ser humano en uno u otro sentido, de un fanatismo que es una de las principales amenazas a los valores de un Occidente cuya idea de libertad debería seguir siendo faro para todo el mundo frente a religiones opresoras que se venden como liberadoras. A destacar la estupenda interpretación de su protagonista, Megan Northam.
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