domingo, 14 de julio de 2024

MOTEROS TRANQUILOS, TOROS SALVAJES (1998), DE PETER BISKIND. LA GENERACIÓN QUE CAMBIÓ HOLLYWOOD.

Desde finales de los años sesenta hasta principios de los ochenta Hollywood experimentó una época revolucionaria, en la que un grupo de geniales directores tomó el control de los estudios y empezó a entregar un cine de estilo verdaderamente independiente, un cine creativo y libre que fue acogido de manera muy irregular por los espectadores. Mientras algunas películas fueron legendarios éxitos de taquilla, otras se convirtieron en épicos fracasos que hundieron estudios e hicieron recapacitar a los directivos sobre la conveniencia de volver a tomar el control. Los setenta siguen siendo recordados como la época más libre del cine norteamericano, en la que se produjeron obras que hubieran sido impensables pocos años atrás:

"Fue la última vez que Hollywood produjo obras de riesgo y de alta calidad —un auténtico corpus, algo opuesto a la obra de arte aislada o irregular—, películas más centradas en los personajes que en el argumento, que desafiaban las tradicionales convenciones narrativas y la tiranía de la corrección técnica, que rompían los tabúes del lenguaje y del comportamiento, que se atrevieron a tener un final no feliz. Eran, a menudo, películas sin héroe, sin romance, sin —en el léxico de los deportes, que ha colonizado a Hollywood— nadie «por quien gritar». En una cultura habituada incluso al impacto de lo novedoso, en la cual la noticia de hoy ya es historia mañana y, si no cae en el olvido, se recicla de una manera degradada e inimaginable, las películas de los años setenta aún conservan su inquietante poder; el tiempo no ha pasado para ellas, y son tan provocativas hoy como lo fueron el día de su estreno."

En realidad una época tan caótica como los años setenta tuvo un perfecto reflejo en el espejo del cine. Hacer películas, que siempre ha sido una actividad compleja, se convirtió en ocasiones en toda una epopeya, al mando de directores perfeccionistas que querían dejar su huella a base de ideas y originalidad. Francis Ford Coppola, por ejemplo, cuya carrera fue una montaña rusa en la que, después del inmenso éxito de El Padrino, era capaz de arriesgar cantidades obscenas de dinero para conseguir la obra que tenía en mente u otros como Scorsese que se embarcaron en una orgía de consumo de toda clase de drogas. Las drogas fueron fundamentales en este periodo porque ofrecían ideas delirantes, pero también grandes dosis de creatividad y ruptura de los valores convencionales. Así podemos disfrutar hoy de la obra de visionarios como los ya nombrados Coppola y Scorsese además de Paul Schrader, Peter Bodganovich, Al Ashby o William Friedkin, que recogieron el testigo de la revolución que ya había comenzado mucho antes en Europa.

Fueron éxitos como Tiburón y sobre todo La guerra de las galaxias los que dieron la puntilla al nuevo Hollywood. Los espectadores empezaron a darle la espalda a un cine sórdido y violento y a preferir historias más maniqueas y sencillas, protagonizadas por héroes puros que protagonizaban aventuras de evasión, no fábulas sociales. Los estudios volvieron a tomar el control e intentaron evitar desastres financieros como el de La puerta del cielo volviendo a impulsar un cine para toda la familia con guiones poco arriesgados. Atrás quedó la década más prodigiosa de Hollywood, destruida por una espiral de excesos financieros y de consumo de drogas. Martin Scorsese lo resumió muy bien:

"Nos volcábamos enteros en una película, y si no dábamos en el blanco, toda nuestra carrera se hundía con ella. Hay directores a los que, después de ciertos títulos, ya no les quedó nada, ya no tuvieron fuerzas para seguir luchando."

No hay comentarios:

Publicar un comentario