El rostro comienza con una compañía de artistas ambulantes, que parecen atormentados por algún tipo de maldición, llegando a una ciudad para realizar una actuación. La primera reacción de la gente es reírse de ellos y, extrañamente, son llamados por las autoridades del lugar para examinar la naturaleza de su arte a través de una representación privada. Aquí el gran tema que expone Bergman es la contraposición entre lo artístico o místico y lo racional, lo cual es una gran idea, pero no se encuentra bien materializada en la película debido a sus cambios de tono y de registro. El rostro es a la vez una película de terror, una comedia absurda y un drama profundo. Hay momentos, como el de la seducción de las muchachas a través de las pociones mágicas, que parecen sacados del más rancio cine de destape español de finales de los setenta. Además, las actuaciones de sus protagonistas son absolutamente teatrales (en el peor sentido del término), lo que hace que el espectador no se encuentre cómodo ante una historia en la que todo parece falso e impostado. Aun con todo esto, la película de Bergman tiene momentos muy conseguidos, como el enfrentamiento, con truco incluido, del doctor Vogler con el doctor Vergerus, que incluye una inteligente utilización de una de las obsesiones del director: los espejos.
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