Drama judicial filmado en la estela del Me too, El acusado presenta la realidad de los delitos sexuales en toda su complejidad. Alexandre, el hijo perfecto de una pareja de personas influyentes, es acusado de agresión por una joven con la que ha salido una noche (se trata de la hija de la nueva pareja de su madre). A partir de aquí, la película de Yvan Attal no toma los derroteros del drama fácil, sino que se convierte en un sólido y realista retrato de lo que supone un proceso judicial en el país vecino. Lo mejor de El acusado es que no se decanta por ninguno de los protagonistas. Existen dos versiones del hecho y el espectador jamás sabrá quien tiene razón, pues el presunto acontecimiento delictivo es presentado con tonos grises, mientras las familias disputan acogiéndose a la versión más favorable a sus intereses. Y no importa si para ello tienen que renunciar a los más sólidos principios de los que hacían gala hasta la fecha. Desde luego el consentimiento es lo que está en el centro de la trama, pero el mismo concepto no es sencillo y puede ser interpretado de manera ambigua según las circunstancias en las que se produce, pues tiene mucho que ver con la apreciación subjetiva de los hechos. Lo que queda claro es que estamos una película en la que el mensaje tiene más que ver con las garantías judiciales y la existencia de jueces imparciales que con mensajes radicales.
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