Uno de las tragedias más íntimas del ser humano es la conciencia del paso del tiempo, tiempo que pasa cada vez más deprisa conforme se van cumpliendo años. En la película de Shyamalan, unos turistas en busca de experiencias exclusivas son llevados a una playa paradisiaca en la que pronto se dan cuenta de que están envejeciendo a pasos acelerados - su existencia completa va a durar una sola jornada - y de la que es imposible salir. Con esta premisa tan interesante, el famoso director construye una obra irregular, ya que dedica el mismo esfuerzo a narrar los intentos de fuga del grupo que a reflexionar sobre la angustiante situación que están experimentando, esa angustia por la muerte que conseguimos aplazar en el día a día y que para ellos, de pronto se ha acelerado. Además, alguna escena un tanto ridícula resta tensión a la trama, aunque lo peor es ese final anticlimático más interesado en ofrecer una explicación detallada a todo lo que ha sucedido que a mantener un halo de misterio mucho más conveniente si se quiere ser coherente con lo que ha sido hasta ese instante la película.
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