sábado, 30 de septiembre de 2023

MÁQUINAS COMO YO (2019), DE IAN McEWAN. LA INGLATERRA DE TURING.

Máquinas como yo empieza describiendo una realidad alternativa ligeramente distópica (la nuestra también lo es), en la que Alan Turing no se ha suicidado a las cuarenta y un años, sino que ha desarrollado una próspera carrera que ha desembocado en el hecho de que en la década de los ochenta ya existen prototipos humanoides con inteligencia artificial. Aunque es un hombre que sobrevive económicamente a duras penas con sus inversiones en bolsa, Charlie, el protagonista, se permite el capricho de comprar uno de estos primeros adanes. Esta decisión conlleva muchos riesgos, porque la convivencia con un ser cuya mente ha sido condicionada a base de algoritmos puede llegar a ser conflictiva, ya que el humano y el robótico son seres muy distintos, con capacidades que pueden ser complementarias a la vez que antagónicas:

"Pero cuando le estaba mirando a los ojos, empecé a sentirme alterado, inseguro. Pese a la clara línea divisoria entre lo viviente y lo inanimado, no era menos cierto que él y yo estábamos unidos por las mismas leyes físicas. Quizá la biología no me otorgaba un estatus especial, y tenía poco sentido decir que la figura que se hallaba de pie ante mí no estaba enteramente viva. En mi extenuación, me sentía sin amarras, y me dejaba llevar al océano azul y negro, y emprendía dos direcciones a la vez: rumbo al futuro incontrolable que nos estábamos forjando, donde podríamos disolver al fin nuestras identidades biológicas, y al mismo tiempo rumbo al pasado remoto de un universo naciente, donde la herencia común, en orden decreciente, eran las rocas, los gases, los compuestos, los elementos, las fuerzas, los campos energéticos; para nosotros dos, el semillero de la conciencia, fuera cual fuese la forma que adoptara."

El conflicto llega cuando Adán se enamora de la novia de su dueño. En muchas cosas el ser artificial es como un niño, con unos valores morales que no han sido forjados en la experiencia cotidiana sino en un laboratorio. Él no comprende las sutilezas habituales que utiliza el ser humano para sobrevivir ni relativiza valores como la verdad o la ley. Esto lo convierte en un juez implacable de las acciones de Charlie y Miranda, considerándose a sí mismo una especie de adalid del bien absoluto aunque esto conlleve la perdición de quienes considera sus amigos.

Máquinas como yo no es de las mejores novelas de McEwan, pero es valiosa en cuanto a reflexión intelectual acerca del mundo que se nos viene encima, un mundo en el que quizá los humanos se conviertan en "esclavos de un tiempo vacío, sin meta alguna" o quizá la liberación de muchos trabajos que hoy nos ocupan la mayor parte del día pueda llevar a una potenciación de las capacidades intelectuales (al menos en ciertos individuos, no en la mayoría), que establezca al fin esa utopía siempre anhelada. En cualquier caso, la narración advierte del peligro que engendran ciertos paraísos artificiales que están a la vuelta de la esquina. Quizá el destino del protagonista sea una especie de profecía de lo que le espera a la humanidad.

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