Quizá Río Bravo sea la mejor muestra de las virtudes de Howard Hawks como cineasta. Frente a la sencillez de su planteamiento tenemos la complejidad de unos personajes que son descritos magistralmente con pocos trazos, seres que deben tomar una serie de decisiones morales en las que pesa mucho - sobre todo en el protagonista - su condición profesional. El héroe debe enfrentar una situación peligrosa con la ayuda de su compañero alcohólico - en pleno proceso de radical rehabilitación - y un viejo tullido con mucha voluntad de ser útil, a los que posteriormente se les une un joven valiente, pero no temerario. La película de Hawks, a pesar de su duración, pasa ante el espectador como un suspiro, por la única razón de que es perfecta. Contiene multitud de momentos memorables: el mismo comienzo, contundente y sin un solo diálogo, el tiroteo con la dinamita, las pruebas que debe pasar el personaje de Dean Martin para volver a ser tomado en serio en su condición de excelente tirador... Además contiene un precioso canto a la amistad y al sacrificio: el sheriff Chance está dispuesto a lo que sea por ayudar a su amigo a rehabilitarse, pero necesita en primer lugar la voluntad de éste. Todos esos sentimientos podemos palparlos, así de prodigiosa es la narrativa que imprime Hawks a esta historia memorable cuyo planteamiento ha sido repetido posteriormente en varias ocasiones.
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