En enero de 1942, el gueto de Varsovia era ya un infierno en el que morían numerosas personas todos los días debido al hambre y al frío. En estas circunstancias se ambienta la última película de Rodrigo Cortés, cuyos personajes son artistas que interpretan una obra de teatro que quiere ser una pequeña llama cultural que alimente la esperanza entre tanta tragedia. Lo original de esta obra es cómo se insertan las escenas de interpretación teatral en la trama, que consiste en el clásico triángulo amoroso en el que uno de sus miembros tiene la posibilidad de salvarse, huyendo del gueto esa misma noche. La labor del director es magnífica, aunque a veces se excede en mostrar los alardes técnicos de lo que es capaz. La acción es frenética, con unas emociones a flor de piel en los personajes - no en vano, se enfrentan a una situación límite - que se transmiten sabiamente al espectador, llegando a comprenderse muy bien lo que deben sentir en tan cruel encierro y cómo aprovechan la poca libertad que todavía les queda para seguir siendo artistas. El amor en su lugar exalta la grandeza del teatro, de la ficción, para, al menos por un rato, evadirse de la más terrible realidad.
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