Así comienza la novela del último Premio Nobel, un escritor desconocido para la mayoría pero cuya lectura constituye un auténtico descubrimiento, ya que es uno de esos creadores que saben transmitir situaciones complejas a través de un estilo literario sencillo. Porque al final la novela nos adentra en el África profunda en uno de esos arriesgados viajes comerciales que organiza Aziz y asistimos, a través de los ojos de un protagonista que debe ir madurando lo más rápidamente posible, al terror de una naturaleza opresiva y de unas tribus salvajes que se dedican a depredar a viajeros incautos. En la cúspide de la pirámide está el dominio absoluto y cruel ejercido por esos hombres de piel blanca como la leche y rubios venidos desde tierras remotas y que manejan una tecnología bélica impensable para los nativos: los alemanes que colonizaron el territorio.
Aunque ya empiece a ser un poco tópico decirlo, Paraíso funciona muy bien como evocación de El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, aunque en esta ocasión somos testigos de los horrores no a través de un europeo, sino de un africano que nació en un lugar con relativa paz y modesta prosperidad, que no solo tiene que lidiar con los peligros del viaje, sino con el deseo que despierta su cuerpo adolescente entre diversos personajes. También tiene mucho interés el hecho de que la narración nos acerca a una cultura muy remota, aquella que tiene algunas noticias acerca del resto del mundo, pero no puede otorgar veracidad a todo lo que se cuenta, por lo que debe completar las numerosas lagunas e inverosimilitudes de los relatos a base de imaginación.
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