Aunque inmediatamente después de terminada la contienda se creó toda una mitología al respecto, en los primeros años de la ocupación nazi de Francia la Resistencia fue un movimiento formado por un puñado de hombres dotado de una organización precaria y mal abastecidos por los ingleses. El tono realista de la película de Melville, que transcurre durante el año 1942, cuando todavía los alemanes estaban ganando la guerra, ayuda a hacernos una idea de la vida cotidiana de unos seres que se sentían en constante peligro, que pasaban buena parte de su tiempo solos y asustados, entregados a una causa que el fondo de su corazón veían destinada al fracaso: al final la tortura y una muerte horrible eran el destino más probable en una Francia ocupada repleta de colaboracionistas y de gente que no se quería implicar en luchas clandestinas, solo sobrevivir. El ejército de las sombras cuenta con momentos tan terribles como el ajusticiamiento de un delator por parte de sus compañeros, que deben decidir en presencia del aterrorizado reo, con qué método deben darle muerte para no hacer ruido, el paseo por las siniestras estancias en la que los nazis encerraban a sus detenidos o el áspero asesinato final. Los miembros de la Resistencia no son retratados como seres puros y nobles, sino como gente permanentemente acorralada que deben tomar constantemente decisiones odiosas que cuestan vidas humanas. La película podría ser perfecta si no fuera por injustificada duración, que no se corresponde con la historia que cuenta y por algunas escenas poco verosímiles, como las dos fugas que protagoniza Gerbier, el máximo responsable de la Resistencia. La película funciona muy bien como un sentido homenaje a esos héroes franceses que lo dieron todo en momentos en los que la razón dictaba que la lucha era contra toda esperanza.
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