"El revolucionario es un hombre perdido. No tiene intereses propios, ni causas propias, ni sentimientos ni hábitos, ni propiedades; no tiene ni siquiera un nombre. Todo en él está absorbido por un único y exclusivo interés, por un solo pensamiento, un una sola pasión: la revolución."
Para empezar, Los demonios, constituye un soberbio retrato de la sociedad rusa de la época, en concreto de una ciudad provinciana en la que el tradicional dominio de las clases altas se ve levemente amenazado por los rumores de la existencia de un célula terrorista y por la reivindicación de mejoras - pacífica, aunque brutalmente reprimida - por parte de los trabajadores de un fábrica. Para los más conservadores, la reciente abolición de la servidumbre ha abierto una brecha muy peligrosa que puede derivar en la idea revolucionaria de la igualdad entre todos los hombres. A pesar de todo, la vida sigue entre fiestas y opulencia: la sociedad zarista parece algo inamovible y sucesos como los que se producirán cuarenta años después se contemplan como algo inverosímil.
Varios son los personajes que resumen el alma - o almas - rusa de la época. Stepán Trofimovich es como el padre intelectual de los jóvenes nihilistas, aunque a la altura de la época de la novela es un hombre despreciado por éstos (sobre todo por su hijo) y ha alimentado un movimiento demoniaco sin ser consciente de ello. Es mantenido por una de las mujeres más ricas de la provincia, Varvara Petrovna. Piotr Stepánovich Verjovensi es el hijo de Stepán, el organizador en la sombra del grupo revolucionario-terrorista, un joven desequilibrado y manipulador que no conoce otra ideología que la destrucción total de lo antiguo como imprescindible semilla de lo nuevo, aunque todo ello bañado de un insano cinismo. Nikolái Stavroguin, el hijo de Varvara, es un joven amoral capaz de cometer las peores bajezas sin pestañear, pero es indudable que produce fascinación en todos los que le rodean, hasta el punto de que Verjovensi pretende utilizarlo como una especie de mesías de su movimiento. Un falso mesías a todas luces, entre otras cosas por lo que revela acerca de sí mismo en su confesión final. Es una suerte que Stavroguin, a diferencia de Verjovensi, sea finalmente un ser más autodestructivo que destructor.
Es muy interesante observar con atención al grupo de jóvenes nihilistas que actúan en la clandestinidad sin saber siquiera si existen grupos similares en el resto de Rusia. Son la semilla de las células terroristas actuales y las discusiones y el contenido de sus asambleas son equiparables a las de cualquier grupo radical de nuestro tiempo. Cuando uno de sus miembros les habla de su doctrina filosófica para llevar a la Humanidad al paraíso (que nueve décimas parte de los hombres sean esclavos del resto), los demás no son capaces de mostrarse críticos con tamaña barbaridad. Lo que en tiempos de Dostoyevski podía parecer un exceso retórico se convirtió en el siglo XX en tristes realidades lideradas por el terror de Stalin, de Mao o de Pol Pot, pesadillas engendradas por retorcidos sueños de la razón que se alimentan de la ceguera de regímenes, como el zarista, que no fue capaz de emprender reformas democráticas y de justicia social.
Otros muchos temas se dan cita en la gran novela del genio ruso: el suicidio, con ese Kirillov decidido a quitarse la vida, por motivos de conversión religiosa, ejercicio de una falsa libertad y de utilidad para el grupo. Un grupo que, como se ha visto en tantas ocasiones, hace del disidente, de aquel que quiere alejarse del mismo, el peor de sus enemigos, por lo que su principal divisa es la obligación permanente de vigilarse unos a otros. El otro gran tema es la religión: el ateísmo, concebido como una ideología antisistema, lleva a la creencia irracional en estos militantes de que ellos solos pueden ser la chispa que dé lugar a una gran explosión revolucionaria en todo el país. En este sentido son gente ingenua y absolutamente manipulable para el siniestro Verjovensi. Lo paradójico es que el plan para redimir a la Humanidad de sus ataduras actuales solo se basa en esclavizar a la gente mucho más profundamente:
"La vida es dolor, la vida es terror, y el hombre es infeliz. Ahora todo es dolor y terror. Ahora el hombre ama la vida porque ama el dolor y el terror. Así lo han hecho. La vida se da ahora para el dolor y el terror, y ahí está el engaño. El hombre todavía no es el que será. Habrá un hombre nuevo, feliz y orgulloso. A quien le dé lo mismo vivir o no vivir, ése será el hombre nuevo. El que conquiste el dolor y el terror, él mismo será un dios. Y el otro Dios ya no será."
La versión cinematográfica de Andrzej Wajda es ambiciosa pero absolutamente fallida, entre otras cosas porque una persona que no haya leído previamente la novela difícilmente podrá entender el argumento de la película. Es una producción que intenta ser épica, pero que se queda en algo muy oscuro y excesivamente teatral o televisivo, en el peor sentido del término. También es cierto que Los demonios no es una obra literaria de fácil traslación a la pantalla, ya que la profundidad de sus ideas solo pueden ser expresadas en toda su dimensión casi en exclusiva en forma escrita.
...LOS DEMONIOS...Te digo que los he visto de frente. En Venezuela se les llama chavistas, socialistas, comunistas etc. y son un verdadero terror, hasta que ese terror los atrapa a ellos y después los ves llorando y quejándose de algo que ellos mo¿ismos ayudaron a crear. Dios quiera que en España no se lleguen a entronizar.
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ResponderEliminarEsperemos que España se salve. ¡Saludos!