En 1940, después de la caída de Francia y de la evacuación milagrosa del ejército en Dunquerque, Inglaterra se enfrentaba sola a la aparentemente invencible maquinaria bélica hitleriana. Muchas voces en el gobierno británico abogaban por una rendición honrosa, pero el recién nombrado Primer Ministro, Churchill, no quería oír hablar de pactos con el dictador alemán y el país se disponía a resistir con todos los medios a su alcance, una más que probable invasión marítima.
Mientras sucedían estos hechos, unas pocas personas libraban una guerra oculta, casi tan importante como la de los campos de batalla, en el apartado rincón de Bletchley Park, un grupo de matemáticos y criptógrafos trataban de descifrar la clave de la máquina Enigma, el instrumento por el cual los alemanes cifraban todos sus mensajes. Fue el talento de Alan Turing, en el que Churchill confió personalmente, el que encontró la clave: construir la primera computadora de la historia, destinada a evaluar rápidamente los millones de posibilidades que presentaban los códigos cifrados alemanes. Esta victoria secreta, de la que el público no tuvo noticia hasta finales de los años sesenta, permitió acortar la guerra dos años, entre otras cosas porque la información se utilizó sabiamente, sin que los alemanes se percataran de que sus secretos habían quedado al descubierto. Sin Ultra, los Aliados probablemente hubieran ganado igualmente, pero el coste hubiera sido mucho más alto.
La película de Tyldum se dedica a glosar la figura de Turing, y tiene mucho de homenaje a una figura que sufrió uno de los destinos más injustos y humillantes: cuando se descubrió que era homosexual, se le impuso la castración química, si no quería pisar la cárcel. El héroe secreto que había prestado tan inmenso servicio a las democracias, se veía fustigado por una ley que parecía más propia del régimen nazi. Las sustancias que se vio obligado a tomar, acabaron con él: su capacidad intelectual se vino abajo y él prefirió el camino del suicidio.
The imitation game está sostenida por la prodigiosa interpretación de Benedict Cumberbatch, que compone un personaje con muchos puntos en común con el Sherlock que tanta fama televisiva le ha otorgado. Su rostro expresa las contradicciones de un hombre apasionado por la ciencia, por el desarrollo del lenguaje de la máquina y a la vez distante de otros seres humanos, aunque con su trabajo salvara a millones. Es triste que a mediados del siglo XX, en un país como Inglaterra, estuvieran vigentes esas leyes inquisitoriales. Esta película contribuye a arrojar luz sobre el personaje y popularizarlo. No en vano, se trata del padre de la informática, de esa ciencia que se ha hecho imprescindible en nuestra vida cotidiana y sin la cual yo no podría difundir este humilde artículo.
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