Todas las épocas necesitan contar con una mitología. Con una serie de héroes y villanos que ayuden a narrar la historia del mundo de forma metafórica. En nuestro tiempo se ha elegido a los superhéroes, unos personajes que ya se parecen poco a los de sus orígenes, allá por los años treinta, cuando Supermán representaba el anhelo de perfección de todo ser humano. Los héroes de los cómics de hoy día son sufridos e imperfectos, capaces de cometer graves errores y están sometidos a la presión de un universo cada día más cruel. Como dice el filósofo Tom V. Morris:
"Los cómics de superhéroes (...) han causado un impacto inconfudible en gran cantidad de culturas. Incluso el observador más despreocupado sabe que son relatos llenos de acción, aventuras, intriga y un trabajo artístico de primera. Pero lo que no se ha comprendido aún con la debida claridad es que merecen una atención intelectual seria, porque nos presentan temas e ideas hondamente filosóficos y lo hacen de un modo fascinante, al tiempo que desarrollan de forma vívida algunas de las cuestiones más importantes e interesantes a las que se enfrentan todos los seres humanos: cuestiones relativas a la ética, a la responsabilidad personal y social, la justicia, la delincuencia y el castigo, el pensamiento y las emociones humanas, la identidad personal, el alma, el concepto de destino, el sentido de nuestras vidas, cómo pensamos sobre la ciencia y la naturaleza, la función de la fe en nuestro turbulento mundo, la importancia de la amistad, el significado verdadero del amor, la naturaleza de la famila, virtudes clásicas como el coraje y otros muchos temas de relevancia."
Quizá las palabras del autor de El arte de vivir estoico puedan resultar algo exageradas, a tenor de que la mayoría de los cómics de superhéroes que se producen son un mero producto de consumo inmediato que recicla mil historias anteriores para justificar malamente el típico combate a puñetazos o a través de cualquier poder. Pero entre toda esta vulgaridad, a veces se encuentran joyas como El retorno del señor de la noche, de Frank Miller, Watchmen, de Alan Moore, Arma X, de Barry Windsor Smith o (a un nivel un poco inferior) la saga Civil War de Mark Millar, en la que quiere basarse la próxima película de Marvel, siguiendo ese meditado plan de ir desarrollando la mitología Marvel bebiendo directamente de la fuente de los cómics, pero mostrando a la vez una personalidad propia, más de nuestro tiempo, tal y como lo hacían las versiones Ultimate de los superhéroes.
Ya el comienzo de Los Vengadores: la era de Ultrón es toda una declaración de intenciones por parte de su director. El asalto a la fortaleza del barón Strucker, uno de los villanos clásicos de Marvel, es lo suficientemente adrenalínico como para conseguir lo que el director se propone: que el espectador se quede pegado al asiento y las dos horas y pico de película se conviertan en pura diversión, con hitos tan magníficos como la pelea entre Hulk e Iron Man o la presentación de un viejo conocido de quienes leíamos estos cómics de jovenes: el androide Visión.
Quizá el mayor problema de la propuesta de Whedon es que, si bien el protagonismo de personajes de tanto peso está bien equilibrado y existe muy buena química entre ellos (destacando quizá el desarrollo de Ojo de Halcón, que fue el gran relegado de la anterior entrega, hasta el punto de que podemos asomarnos a su vida cotidiana), este equilibrio no se mantiene entre las escenas de acción y las que requieren mayor sosiego, decantándose claramente el director por las primeras, lo que lleva a cierta saturación, aunque en cierto modo se trate de una gozosa saturación, que sigue con rigor la línea marcada en la primera parte en cuanto a la manera de filmarlas.
Lo que sí que resulta un poco decepcionante es el tratamiento dado al villano de la función, un Ultrón con una presencia física apabullante, pero cuyos planes son tan confusos y absurdos que lastran un poco el tercio final de una película que en general da lo que promete: un buen espectáculo mitológico de nuestro tiempo. Habrá que esperar al desarrollo de la Guerra Civil, de la que se atisban las primeras chispas, para evaluar el verdadero potencial de Los Vengadores en la gran pantalla.
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