Rossellini es el cineasta de la sencillez, de los escenarios desnudos de todo elemento superfluo, un artista cuyo mayor anhelo era hablar al pueblo a través de sus obras, por lo que era habitual que trabajara con actores no profesionales, para que sus personajes ganaran en autenticidad. Este es el caso del protagonista, Nazario Gerardi, y buena parte del resto del elenco, monjes franciscanos que aceptaron interpretar al fundador de su orden y a sus primeros discipulos.
Como es lógico, el autor de Roma, ciudad abierta, puso especial énfasis en las principales reglas de la revolución franciscana: la humildad y la pobreza. Los monjes son presentados como gente alegre, como juglares que van escandalizando (en el mejor sentido de la palabra) allá por donde van con su ejemplo de vida austera y en realidad revolucionaria: una hermandad radical entre los hombres, conjurados para ayudar a los pobres allá donde se encuentren. Para el crítico Alan Bergala, en esta película confluyen las grandes obsesiones de Rossellini:
"Los guiones de Rossellini giran fundamentalmente en torno a tres temas que no han dejado de atormentarle - la confesión, el escándalo, el milagro - y que representan tres figuras singulares de la forma en que la verdad puede emerger de la superficie lisa a la realidad, de la corteza de las ideologías y de los hábitos morales, de lo no dicho que asegura la posibilidad misma del vínculo social."
Hay dos asuntos que me llaman especialmente la atención en esta película. El primero es que el guión fuera firmado por Federico Fellini, cineasta que se distinguiría posteriormente por su tratamiento bufo de la religión católica. Y por otro la figura del discípulo de Francisco, Fray Junípero, que lleva hasta el extremo las enseñanzas de su maestro. Si Francisco enseña a ser desprendido y humilde, Junípero se desprende hasta de sus vestiduras por socorrer a los pobres y al final toma casi tanto protagonismo como aquel, cuando acude en solitario a predicar a los soldados que asedian un castillo.
La narrativa de Francisco, juglar de Dios no sigue un planteamiento lineal, sino que está conformada por pequeños episodios de la vida del santo y sus discípulos, algunos incluso improvisados durante el rodaje. Lo que más le interesa a Rossellini es indagar en el verdadero sentido de lo que debería ser la religión, en ese bien radical sin rastro de orgullo en sus practicantes, que aun así se sienten los mayores pecadores del mundo, aunque lo expresen con toda la alegría de quien consagra su existencia al servicio de la causa que cree justa. Francisco, juglar de Dios no es más que la expresión de una suerte de religiosidad laica, que a la postre no satisfizo ni a los sectores de izquierda ni a los próximos al Vaticano: la película fue un fracaso de taquilla en su momento, pero poco a poco se fue recuperando para quedar inscrita como uno de los grandes clásicos del séptimo arte.
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