Durante muchos siglos la doctrina oficial religiosa, que todo el mundo debía acatar, predicaba que el concepto de felicidad no era algo que debía ganarse en este mundo, sino que había que esperar a la otra vida, en la que seríamos recompensados con una dicha eterna en compensación por el sufrimiento terrenal. Llegar a la conclusión de que la creencia en el cielo y el infierno ha sido utilizada por unos pocos como un instrumento de poder ha costado mucho tiempo, mucha infelicidad y muchos muertos. En nuestros días al fin se fomenta la búsqueda de la felicidad. En cualquier librería, los libros que nos proponen una vida mejor en pocos y sencillos pasos, tienen una sección propia, que suele denominarse autoayuda. El libro de Russell podría inscribirse en este género, sin lugar a dudas, pero con muchos matices. No se trata de un volumen que ofrece recetas mágicas, sino que apela más a los amplios conocimientos filosóficos y psicológicos de su autor y a su experiencia como agudo observador de la especie humana.
La conquista de la felicidad está dedicada a la gente normal de occidente. Gente con sus trabajos, con sus preocupaciones cotidianas y con un nivel razonable de salud y que no ha aprendido a gestionar de manera razonable su posición en el mundo. Hace ya muchas generaciones que la lucha por la vida no es, como antaño, la lucha por la mera supervivencia día a día. Mucho de lo que damos por sentado (tener un techo, comida todos los días, asistencia médica...) eran bienes impensables para nuestros antepasados. Nuestros combates cotidianos son muy distintos y se centran más en el prestigio social, en dar una buena imagen de nosotros mismos, así como adquirir cada vez más bienes, aunque no nos sean útiles:
"El animal humano, igual que los demás, está adaptado a cierto grado de lucha por la vida, y cuando su gran riqueza permite a un homo sapiens satisfacer sin esfuerzo todos sus caprichos, la mera ausencia de esfuerzo le quita a su vida un ingrediente imprescindible de la felicidad. El hombre que adquiere con facilidad cosas por las que solo siente un deseo moderado llega a la conclusión de que la satisfacción de los deseos no da la felicidad. Si tiene inclinaciones filosóficas, llega a la conclusión de que la vida humana es intrínsecamente miserable, ya que el que tiene todo lo que desea sigue siendo infeliz. Se olvida de que una parte indispensable de la felicidad es carecer de algunas de las cosas que se desean."
Uno de los males que detectó Russell en la sociedad del tiempo en el que fue escrito el libro, hace ochenta años, es el culto al dinero, que en nuestra época se ha multiplicado. La mayoría de la gente dedica sus mejores esfuerzos (hablo de quienes no trabajan meramente para subsistir) y casi todo su tiempo en ganar cuanto más dinero mejor. Nadie parece darse cuenta de que el tiempo libre, libre de angustias y de obligaciones, es un capital tan valioso como cualquier otra riqueza. El autor, en este tema como en otros muchos, tiende a la moderación: es mucho más feliz quien vive una vida desahogada, con un salario modesto y es capaz de pasar su tiempo de ocio de manera despreocupada que quien está absorbido por la preocupación constante de ganar más dinero (o perder el que ya tiene). La obsesión por el estatus economico es como una droga: produce grandes satisfacciones, que duran muy poco, a costa de una infelicidad duradera.
Hay en La conquista de la felicidad un pequeño párrafo que me ha llamado la atención, puesto que se refiere a la moda (esencialmente femenina) de asistir a clubes de lectura en Estados Unidos, pero no como fuente de placer o de ampliación de conocimientos:
"El hábito mental competitivo invade fácilmente regiones que no le corresponden. Consideremos, por ejemplo, la cuestión de la lectura. Existen dos motivos para leer un libro: una, disfrutar con él; la otra, poder presumir de ello. En Estados Unidos se ha puesto de moda entre las señoras leer (o aparentar leer) ciertos libros cada mes; algunas los leen, otras leen el primer capítulo, otras leen las reseñas de prensa, pero todas tienen esos libros encima de sus mesas (...) En consecuencia, se leen exclusivamente libros modernos mediocres, y nunca obras maestras. Esto también es un efecto de la competencia, puede que no del todo malo, ya que la mayoría de las señoras en cuestión, si se las dejara a su aire, lejos de leer obras maestras, leería libros aún peores que los que seleccionan para ellas sus pastores y maestros literarios."
Nada debe ser más penoso que leer algo porque es lo que toca en este momento, o porque todo el mundo lo hace. Lo mismo sucede con otros muchos aspectos de nuestra vida. Nosotros mismos nos esclavizamos: a la irracionalidad de ciertos preceptos religiosos o de ciertos usos sociales, a costumbres sociales ancestrales que resultan absurdas, pero que acatamos sin cuestionarlas jamás. Creemos vivir más hacia fuera, de cara al mundo, pero en el fondo nuestro gran mal es estar obsesionados con nosostros mismos, con la imagen que ofrecemos al exterior y toda nuestra vida interna se reduce a eso. Solo existe la realidad que gira alredor nuestra y no queremos ir más allá.
En cierto modo La conquista de la felicidad es también un libro contra el mal del egocentrismo, tratando de que nos quitemos de encima la sensación de ser el centro del universo y relativicemos nuestra posición en el mundo. Esto tiene también mucho que ver con el concepto de pecado que nos han inculcado desde la infancia, como si el universo se conmoviera cada vez que obramos mal (según los preceptos de nuestra religión o moral), cuando la mayoría de las veces estos errores apenas tienen importancia, pero nos angustian de forma desmesurada, como si estuviéramos siendo juzgados en cada instante. Cada uno de nosotros es importante, pero nadie es imprescindible. Una vez interiorizado esto, quizá podamos ver la realidad con ojos mucho más serenos, restando importancia a esos contratiempos triviales que suelen amargarnos la existencia, ya sean evitables o no:
"La felicidad auténticamente satisfactoria va acompañada del pleno ejercicio de nuestras facultades y de la plena comprensión del mundo en que vivimos."
"El secreto de la felicidad es éste: que tus intereses sean lo más amplios posible y que tus reacciones a las cosas y personas que te interesan sean, en la medida de lo posible, amistosas y no hostiles."
Esta tarea de conquista, heroíca en ocasiones, se enfrenta a cinco retos fundamentales: el miedo, la envidia, el sentimiento de pecado, la autocompasión y la autoadmiración. Nuestra felicidad depende de que sepamos dominarlos, de que afrontemos los malos momentos relativizando nuestra fortuna y administremos la buena suerte con mesura. Bien es cierto que ciertos aspectos - muy pocos en realidad - La conquista de la felicidad es un libro hijo de su época (su elogio del tabaco, la excesiva diferenciación entre hombres y mujeres, sus esperanzas en el comunismo soviético...), pero sigue estando plenamente vigente para nuestra forma de vida. Apliquémonos los sabios consejos del señor Russell y gozaremos un poco más de la existencia.
Muy bien observado lo de los detalles propios de su época. Y añadiría de su condición social (su preocupación por el aburrimiento y su idea acerca del trabajo) ya que Russell era un aristócrata.
ResponderEliminarEn todo lo demás, su defensa de las libertades de pensamiento, palabra y obra lo muestran como uno de los actores que contribuyó a la modernidad liberal que hoy tenemos, en una época en que tales conquistas aún no se habían consolidado.
Si, totalmente de acuerdo. Leyendo muchos de sus libros de artículos como "Por qué no soy cristiano" o "Elogio de la ociosidad", así como los dedicados a temas de educación o sexualidad se aprecia a Russell como un paladín de las libertades adelantado a su tiempo. Aunque pudo equivocarse, como es lógico, en algunas de sus apreciaciones, su figura adquiere proporciones gigantescas con la perspectiva del tiempo.
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