jueves, 26 de junio de 2014
ORLANDO (1928), DE VIRGINIA WOOLF Y DE SALLY POTTER (1992). EL HOMBRE HEMBRA.
Decía Vicente Molina Foix en el artículo que dedicó a esta novela que "Orlando es nuestra vida soñada, la biografía que todos, mujeres y hombres, desearíamos algún día tener, descritos en sus imaginarias páginas como seres que han vencido al tiempo, a la estrechez del lugar, al sexo limitado y al amor rutinario, a la odiosa costumbre de morir". No se puede expresar mejor. Como lector he sentido un poco de envidia por la vida venturosa de Orlando, ese ser que no tiene que ganarse su libertad, su inmortalidad o su eterna juventud, porque le han sido otorgadas como un don. A lo único que tiene que dedicarse Orlando es a vivir, en el sentido más amplio de la palabra. Y puede permitirse el lujo de una existencia sosegada, saboreando las experiencias cuando llega el momento idóneo, ya que además ha nacido en una familia de la alta nobleza británica. El (o la) protagonista puede llamarse a sí mismo sabio, con la seguridad que otorgan siglos de existencia.
Orlando fue concebido por Virgina Woolf en un periodo bastante feliz, casi como homenaje a su amante Vita Sackville-West. Para ella era un gozo describir la existencia de un personaje tan ambiguo y, en el fondo, misterioso. Ella describe muy bien estos sentimientos en un pasaje de su diario de aquellos días:
"Y me abandoné a la pura delicia de esta farsa, que disfruto tanto como haya disfrutado nunca cosa alguna; y me he provocado una semijaqueca de tanto escribir y he tenido que detenerme, como un caballo cansado, y tomar un pequeño somnífero anoche, lo que hizo que nuestro desayuno fuese tormentoso. No terminé el huevo. Estoy escribiendo Orlando en un estilo burlón, muy claro y sencillo, de modo que la gente entienda cada palabra. Pero el equilibrio entre verdad y fantasía ha de ser muy cuidado".
Atendiendo a estas directrices tan prometedoras, la novela se muestra como una expresión de arte literario que a veces se toma tanto tiempo como el propio protagonista para describir los afectos, ternuras y pesares de su biografia. Hay pasajes que son pura poesía optimista, pues se basan en dos búsquedas incesantes a través de décadas: el amor y la belleza. Es curioso que el conocimiento del amor le surja a Orlando durante una de las peores heladas sobre Inglaterra, como si quisiera compensar el frío ambiente con su ardor interior. Y llamativo es también que las frustraciones amorosas las compense a través del ejercicio literario. Si algo va a ser una constante en su larga vida será el no desprenderse jamás de la considera su obra más lograda: La Encina. Además hay espacio para una exquisita metáfora en la que puede verse reflejado el propio lector:
"Así era, y Orlando se quedaba solo, leyendo, un hombre desnudo."
Orlando tiene algo de cada uno de nosotros. Como bien sabemos los que experimentamos la extrañeza de estar vivos, no siempre somos los mismos, hay más de un ser habitando dentro de nosotros. Esta experiencia es radical en Orlando. Puede convertirse en hombre o mujer según va transcurriendo el tiempo y se adapta con naturalidad a cualquier época, quizá porque - el traductor es Borges - es consciente de estar viviendo una existencia circular. Y no se conforma con sus propias e infinitas vivencias. Necesita absorber también las que le ofrece la literatura.
La adaptación cinematográfica de Sally Potter es una propuesta muy arriesgada, por lo que opta por la mejor alternativa: estética depurada e interpretaciones algo teatrales, dando una impresión de irrealidad muy apropiada para esta historia con toques de realismo mágico. El Orlando interpretado por la hermosa Tilda Swinton es un personaje que difícilmente puede ocultar su profunda condición femenina, un ser andrógino de apariencia flemática, pero que guarda grandes pasiones en su interior y es capaz de desatarlas en otros y otras. La metáfora de la liberación de la mujer se encuentra aquí aún más claramente expuesta que en el original literario, quizá porque en el tiempo en el que fue publicado aquel (1928), esta lucha apenas daba sus primeros pasos. Al final casi se puede decir que el Orlando cinematográfico acaba más plenamente liberado que el original.
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Pues Orlando es totalmente inocuo, y optimista (a lo más, melancólico), pero yo no lo encuentro ambiguo. Como otros comentaron cuando se discutió su lectura, siempre parece femenino. Y una feminidad libre, que no depende de las pasiones masculinas.
ResponderEliminarPara mí es ambiguo, sobre todo el de la película, aunque también apunto que es un personaje que difícilmente puede ocultar su auténtica dimensión femenina.
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