A pesar de las más de cuatro décadas transcurridas desde la publicación de este famoso ensayo y de los consiguientes avances en el estudio antropológico de la especie humana, la lectura de El mono desnudo sigue siendo una experiencia muy grata. Testimonio elocuente del éxito de ventas que fue en su tiempo son la cantidad de ejemplares que llegan regularmente a Más Libros Libres. Además, la semana pasada casualmente llegó un ejemplar de ¿Mono desnudo u Homosapiens? de John Lewis y Bernand Towers, una especie de réplica desde un punto de vista cristiano al libro de Morris.
Leyendo El mono desnudo uno no puede evitar una cierta sensación de extrañeza, como si el autor estuviera diseccionando en verdadero yo que todos llevamos más o menos oculto y que a la menor oportunidad sale a la superficie. Porque en realidad no somos más que animales muy inteligentes, que han ganado la partida de forma abrumadora al resto de las especies en la competencia por ser imperantes. Y de que manera. El hombre se ha extendido por los cinco continentes, ha creado entornos artificiales para su comodidad, ha explotado industrialmente los recursos naturales, ha domesticado especies y ha cazado masivamente otras para su sustento. Y rizando, el rizo, empieza a conquistar el espacio y a soñar con establecerse en otros planetas. Este éxito no debe hacernos olvidar de donde venimos. Los predecesores del hombre vivían cómodamente instalados en los frondosos bosques de la prehistoria. Un cambio en las condiciones ambientales, suscitó que tuviéramos que buscarnos la vida en la mucho más peligrosa sabana africana. Seguramente en este punto es en el que comenzó a desarrollarse nuestra más poderosa arma: el cerebro. Nuestra única posibilidad de supervivencia era la cooperación con los semejantes, formando tribus de hasta ciento cincuenta individuos, habituados a cazar en grupo. Esta lealtad absoluta a la cuadrilla provocaba conflictos cuando dos tribus se disputaban un mismo territorio de caza: este el origen de la guerra, de esa agresividad que sigue estando presente en nuestros instintos más primarios cuando vemos amenazados nuestros intereses.
Así pues, el triunfo de la especie humana se debe en buena parte a que ha conseguido desarrollar su cerebro de manera mucho más intensa que cualquier otro animal (y en este desarrollo ha sido decisivo nuestro bipedismo) y a su organización social. Además las costumbres sociales imperantes han tendido hacia la monogamia, aunque los instintos presenten tendencias distintas. Según Morris es la indefensión de la crías de humanos la que hace necesario tener un padre y una madre para criarlos y enseñarles, aunque bien es cierto que esa función podría ser realizada por la organización tribal. Por eso nuestro cuerpo fue moldeándose con un sentido erótico. Por ejemplo: la forma de los labios evoca al sexo femenino, el lóbulo de la oreja es un centro de placer... Todo diseñado para hacer atractivo el sexo y la procreación, para sentir amor por la pareja y por el hijo, ofreciéndoles protección y alimento. Quizá también todo esto tiene que ver con nuestra insólita ausencia de pelo, enigma que no se aclara del todo en las tesis del autor.
Hay otros aspectos muy curiosos en el ensayo de Desmond Morris: el despiojamiento que practican los primates, que es el equivalente a ofrecer una copa entre nosotros, un acto de cohesión social, el origen de la religión, resultado de nuestra tendencia biológica a someternos a un miembro del grupo semejante a nosotros, pero mucho más poderoso, que nos sirva de guía y al que obedecer, lo que deriva inevitablemente en el creencia en otra vida en la que volvamos con nuestros antepasados y seamos acogidos por dicho ser. Es un error afirmar que el ser humano es la única especie que cuenta con cultura. Otros animales también la poseen, pero de forma muy limitada. El hombre cuenta a su favor con un poderoso pensamiento simbólico que le ayuda decisivamente a desarrollar su capacidad de adaptación, de resolver problemas de toda índole. Además, hay que matizar las posturas estrictamente racionalistas que postulan un abandono total de nuestros instintos. Ahora está de moda el concepto de inteligencia emocional, que precisamente invita a potenciar y usar en nuestro beneficio y de los demás esos sentimientos (positivos) que a veces no podemos controlar del todo.
Uno de los errores del autor es el desprecio por los estudios
antropológicos de las tribus primitivas actuales y centrar su teorías en
un acusado etnocentrismo europeo, como si los usos y costumbres de la
sociedad occidental de hoy día fueran la consecuencia lógica de la
evolución humana y las tribus aisladas hubieran llegado a meros
callejones sin salida. Y no tiene por qué ser así. Todos somos ejemplares igualmente valiosos de una misma especie, que hemos desarrollado la cultura a distintas velocidades por diversas circunstacias. Bien es cierto que la cima de nuestro pensamiento se halla en el arte, en la literatura, en la ética y en el desarrollo de los derechos humanos, en la identificación con el semejante:
"Este es, pues, el mono desnudo en toda su erótica complejidad: una especie intensamente sexual, formadora de parejas y con muchos rasgos singulares; una complicada combinación de antecedentes primates con grandes modificaciones carnívoras. Ahora, tenemos que añadirle un tercero y último ingrediente: la civilización moderna. El cerebro aumentado, que acompañó la transformación del sencillo morador de los bosques en cazador cooperativo, empezó a interesarse en las mejoras tecnológicas. Las simples residencias tribales se convirtieron en grandes pueblos y ciudades. La era del hacha dio paso a la era espacial. Pero ¿qué influencia han ejercido todos esos oropeles en el sistema sexual de la especie? Al parecer, muy poca. Todo ha sido demasiado rápido, demasiado súbito para que se produjesen fundamentales avances biológicos. Cierto que superficialmente parecen haberse producido; pero todo esto es más que nada una ilusión. Detrás de la fachada de la ciudad moderna, sigue morando el viejo mono desnudo."
Muchos años después del "Mono desnudo" han aparecido muchísimos más libros que profundizan en la "naturaleza humana", y hay que decir que muchas de las cuestiones que planteaba Morris ya las había planteado el mismo Darwin, que escribió "The Descent of Man" y otros trabajos. Con todo, el formidable éxito de este libro supuso todo un hito por el que tenemos que estar agradecidos a este excelente zoólogo de buena pluma.
ResponderEliminarSobre el librito mencionado que pretendía nada menos que contestar el buen juicio divulgativo del libro de Morris, yo le eché un vistazo y, entre otras cosas, afirmaba que no es cierto que entre los instintos humanos se encuentre la agresividad, el deseo de posesión y la avidez sexual. Semejante barbaridad, de ser aceptada por el pensamiento oficial de un país, acabaría llevando a un absoluto descuido de los necesarios controles sociales. Si sabemos que somos intuitivamente agresivos, posesivos y lujuriosos podemos elaborar formas de ayudar a las personas a conseguir el autocontrol. Si lo ignoramos, forzamos a muchas personas al desconcierto, la frustración y el abandono, porque ni la represión ni la "fuerza de voluntad" bastan para controlar el poderoso instinto.
Claro, seguramente se basan en que Dios no puede haber creado un ser con malos instintos. Es evidente que es mejor aceptar nuestra verdadera naturaleza, para no cometer el error de negar la evidencia.
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