Conforme la humanidad ha ido avanzando en el arte de la guerra, los progresos han sido espectaculares, hasta el punto de que un conflicto mundial que se produjera en nuestros días podría resolverse en pocas horas con el resultado de la destrucción casi total de la vida en nuestro planeta. La Segunda Guerra Mundial fue un paso decisivo en esa dirección. Si bien la artillería del conflicto del catorce había probado ya su poder de devastación, en esta ocasión los daños se limitaron prácticamente a la zona de combate, que fue inamobible durante casi toda la guerra. Eso sí, cuando terminaron los combates la línea de trincheras, desde el norte hasta el sur de Francia, quedó como un paisaje lunar. A partir de 1939 las cosas fueron distintas, debido a la mayor movilidad de los ejércitos y, sobre todo, al perfeccionamiento de los bombardeos aéreos, que podían acabar con cientos de miles de víctimas en una ciudad en una sola noche. Así pues, con estos medios de destrucción masiva en manos de los gobiernos, el patrimonio histórico de Europa estaba en peligro. Solo hay que dar un paseo por el centro de Budapest, repleto de antiguos palacios con marcas de balazos y detonación de explosivos para comprobar que las cicatrices de la Segunda Guerra Mundial son aún visibles en muchas ciudades. Además, los nazis habían saqueado las colecciones de arte de los potentados judíos (sobre todo en Francia) y Hitler planeaba construir un museo en Linz con estos fondos, que mientras tanto se hallaban ocultos.
Sin haber leído todavía el ensayo de Robert Edsel en el que se basa la película de Clooney, la premisa de Monuments Men daba para filmar una obra muy interesante. Y mis anteriores experiencias con este director me hacían estar muy esperanzado en cuanto al resultado, a pesar de las críticas negativas que ya había leído. Desgraciadamente, tengo que unirme a los que opinan que se trata de una película fallida. Su tono general es extraño: parece que se quiera ofrecer un homenaje al cine bélico clásico en clave de comedia con un gran toque patriótico. En general, todo resulta poco creíble en Monuments Men, empezando por el personaje protagonista, interpretado por el propio Clooney, una especie de Hannibal del Equipo A, siempre sonriente, que primero convence a sus superiores para organizar una brigada que se encargue de proteger el arte europeo con una lección de historia digna de un colegio de Primaria y luego recluta a sus hombres de la manera más burda. Más tarde el guión se subdivide en varias tramas, a cual más absurda, protagonizadas por grandes actores en su momento más bajo de carisma, pues no transmiten nada prácticamente en ningún momento y la química entre ellos resulta inexistente, siendo especialmente sangrante el caso de Matt Damon, que parece estar interpretando a su personaje con total desgana.
A falta, como ya he dicho, de leer la fuente original en la que se basa el film, la premisa narrativa que ha seguido Clooney me parece poco creíble, quizá porque su guión quiere abarcar demasiado y no profundiza en nada, dejando al espectador con muchísimas preguntas, sobre todo porque la película parece pretender no ir más allá del elogio del ejército estadounidense en la guerra, que no solo se preocupaba de acabar con el nazismo, sino que también se esforzaba en salvaguardar la cultura europea, para que la sociedad que surgiera en la postguerra pudiera preservar su pasado. Todo esto está muy bien, pero en estos tiempos el tono patriótico que impregna toda la película (especialmente vergonzoso en la escena final) parece querer abundar en una idea, ya felizmente superada, de que los estadounidenses ganaron la guerra casi en solitario. No está de más recordar que esos rusos a los que se retrata en la única escena en la que aparecen casi como estúpidos perdieron veinticinco millones de personas en la lucha contra Alemania, aunque su dirigente fuera casi tan criminal como el propio Hitler. Y, tampoco estaría mal hacer memoria y reflexionar acerca de otras actuaciones del ejército americano respecto al patrimonio europeo a las que no se alude en ningún momento en la película. Solo nombraré la ciudad de Dresde, la llamada Florencia del Elba, una urbe indefensa con un rico patrimonio artístico que desapareció en un par de noches de bombas incendiarias. Mientras la brigada de Monuments Men realizaba su loable trabajo en busca de patrimonio desaparecido, una ciudad patrimonio de la humanidad dejaba de existir por orden de los mismos patrocinadores. Y es que las guerras no son un ejercicio tan limpio de buenos contra malos, como se nos quiere hacer ver. Y los soldados no mueren tan elegantemente, con una sonrisa en los labios, como lo hace el miembro francés del equipo. Qué diferencia con Salvar al soldado Ryan, un film también patriótico, pero a la vez realista, que no toma atajos a la hora de retratar la crueldad de lo que estaba sucediendo en la vieja Europa en aquellos meses.
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