Estamos inmersos en la época dorada de las series. Algunas de ellas, como la que nos ocupa, cumplen la misma función de exposición de todos los niveles de la realidad, de retrato de clases sociales, que cumplían las grandes novelas del siglo XIX. Porque Breaking Bad, por encima de todo, parte de un guión prodigioso, que no decae en ningún momento de las - y se dice pronto - cinco temporadas de las que consta. A partir de aquí seguramente desvelaré algunos elementos de la serie que no querrán ser leídos por quien todavía no la haya visionado y tenga intención de hacerlo, o quien todavía no haya llegado a su último episodio. Mejor no sigan leyendo si están en ese caso.
El primer episodio nos presenta a Walter White, un hombre gris que enseña química en un instituto de Albuquerque, Nuevo México. Además, para completar ingresos, debe echar horas en un trabajo humillante en un lavadero de coches. Poco a poco iremos descubriendo algunos elementos del pasado de White: que fue socio fundador de una empresa que vale ahora cientos de millones de dólares, pero vendió en su momento su participación por una cifra ridícula y que está sobrecapacitado para su empleo: en realidad el protagonista es un genio de la química, pero su carácter retraido le hace conformarse con lo que tiene. El estímulo que va hacerle despertar, descubrir partes de su personalidad que están ocultas, es el diagnóstico de cáncer de pulmón que, en principio, le da solo algunos meses de vida. Así que Walter tiene que empezar a pensar en el futuro de su familia, poco prometedor económicamente cuando él falte.
¿Cuál es el método para ganar, de la forma más rápida posible, obscenas cantidades de dinero? El tráfico de drogas. El protagonista lo comprende así y se pone manos a la obra. Sabe que sus conocimientos químicos le van a permitir fabricar la sustancia más pura del mercado. Pero necesita de alguien que conozca ese mercado, que sepa distribuirla y sepa moverse por ese peligroso submundo. Este será Jesse Pinkman, un antiguo alumno suyo, adicto a la metanfetamina y un perdedor como él, aunque en su caso no se esfuerza en ocultarlo. A partir de aquí empieza la nueva vida de Walter, su descenso, peldaño a peldaño, a un mundo mucho más cruel y oscuro de lo que podía imaginar. A diferencia de otro personaje icónico, protagonista de otra serie, Tony Soprano, que dirige una organización criminal porque desde pequeño ha mamado ese mundo, Walter White no conoce bien su nuevo rol. Deberá ir improvisando, aprendiendo y encontrando salidas a diferentes situaciones, sin llegar a controlar prácticamente en ningún momento los acontecimientos que suceden a su alrededor. Si el protagonista sobrevive, si logra hacerse una posición en ese mundo es debido a tres factores: su suerte, su inteligencia y, la más importante de todas, su habilidad sin par para cocinar la mejor meta.
Esta dualidad del protagonista hace visitar al espectador dos mundos muy distintos. Por un lado, la vida cotidiana de Walter, con su mujer Skyler, que no se traga las mentiras de su marido y tendrá que acabar participando en el negocio, muy a su pesar. Si la esposa de Tony Soprano, Carmela, no pensaba demasiado en las actividades de su marido y se dedicaba a disfrutar de sus beneficios, para Skyler se hace muy cuesta arriba asumir la decisión de Walter y el choque de la nueva realidad con su estricta moral le hará caer en una depresión. Skyler está muy unida a su hermana, Marie, que está casada con Hank Schrader, un miembro destacado de la policía antidroga, hombre íntegro que cree en su trabajo y que jamás podría imaginar que tiene al enemigo tan cerca. Consideración especial merece Walter junior, el hijo mayor del protagonista. A pesar de ser un personaje secundario, su presencia es muy importante como auténtico acicate de la decisión de Walter. Afectado por una parálisis cerebral que afecta a su movilidad, se trata de un ser cándido y puro, incapaz de maldad alguna y a la vez de un muchacho muy inteligente, que mueve a piedad constantemente al espectador, ayudando a que éste justifique las acciones de Walter, ya que el joven será a la postre el inocente beneficiario de las mismas. Otro personaje magnífico - aunque este tiene pie y medio metido en el lado oscuro - es Saul Goodman, el abogado que conoce todo tipo de argucias y trapicheos para burlar a la justicia.
El otro mundo por el que se mueve el protagonista es el que permanece oculto, o al menos no se muestra en toda su dimensión sino a quienes pertenecen plenamente a él. Primero conocemos a Tuco Salamanca, un narcotraficante propenso a ataques violentos y adicto él mismo a su producto. Pero después, rizando el rizo, los guionistas inventan al personaje perfecto. Se trata de Gustavo Fring, aparentemente el propietario de una exitosa cadena de comida rápida, que no es más que la tapadera de un increíble imperio de la droga, del que Walter va a ser invitado a formar parte, como imprescindible chef de la mejor metanfetamina del mercado. Gustavo es un ser con una dualidad plenamente desarrollada. Ante la sociedad es un hombre amable y extremadamente educado, que oculta su auténtica condición mostrándose en todos los eventos solidarios, perteneciendo al Consejo del Hospital de Albuquerque o proporcionando comida gratis en los eventos de la policía. Todo una tapadera para el verdadero Gus, un tipo frío y calculador, un estratega implacable en las guerras subterráneas de la droga que, como se nos insinúa, pertenece a una organización mucho más grande. La interpretación de este personaje, de la mano de Giancarlo Espósito, es sencillamente sublime.
Así pues, el principal tema de Breaking Bad, es la corrupción de un hombre normal, un hombre que, ante las puertas de la muerte, se da cuenta de que lo único que lo hace sentir vivo es la excitación de realizar actividades ilegales y peligrosas, hasta el punto de que poco a poco, su ambición va subiendo enteros hasta pretender sustituir a Gustavo como el rey de la meta en el sur de Estados Unidos. Al final, la excusa de Walter, proveer a su familia para el futuro, va perdiendo sentido en beneficio del poder puro y la codicia, dejando paso a Heisenberg, el personaje que ha inventado (¿o llevaba tiempo en el interior de Walter, esperando su oportunidad para salir?) destinado a convertirse en una leyenda entre los narcotraficantes. Para cualquier observador objetivo, la vida de Walter es una pesadilla, pero para él parece ser algo euforizante, una inyección de adrenalina antes de cruzar las puertas de la muerte. Walter tiene varias oportunidades de dejarlo, quedando en buena posición económica, pero parece que sus demonios o el destino le incitan siempre a seguir su viaje suicida hacia delante, destruyéndose él, atormentando a sus seres queridos y dejando muchos cadáveres en el camino, alguno en edad infantil.
Breaking Bad, la serie perfecta, nos recuerda que es imposible entender nuestro mundo sin echar un vistazo al tráfico ilegal de drogas, esa actividad negligentemente combatida por un Estado que se abstiene de ejercer sus auténticas responsabilidades: legalizar el producto y controlar el mercado.
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