Nunca podremos agradecer lo suficiente a los ilustrados franceses del siglo de las luces su lucha constante contra el oscurantismo religioso, en una época en la que todavía era peligroso atacar a la iglesia católica. Voltaire, Rosseau, Diderot o D´Alembert son ejemplos de una confianza total en el espíritu humano, en la cultura y la ciencia como medio de mejorar a la humanidad, desterrando para siempre a la superstición. La mejora de nuestras condiciones de vida, los derechos humanos que ahora podemos invocar sin temor a ser encarcelados, son hijas de esta época.
El origen de La religiosa es cuanto menos curioso. Diderot tuvo noticia del proceso al que se había sometido a una monja que pretendía renunciar a sus votos. El marqués de Croixmare también se interesó por el caso, intentando ayudar a la muchacha, circunstancia que fue aprovechada por Diderot para gastarle una broma, escribiendole una carta haciéndose pasar por la religiosa, solicitando su favor. Al final la misiva dio pie a que el escritor francés concibiera un relato, en el que el personaje principal, Susanne Simonin, era una religiosa que había sido ingresada en un convento en contra de su voluntad, por ser hija bastarda de una familia que no contaba con medios para otorgarle una dote.
La estancia de Susanne en el convento, esa ciudad de Dios regida por normas demasiado humanas, será un auténtico suplicio: privada de su libertad y sometida a los caprichos dictatoriales de su superiora, la religiosa va a conocer los sinsabores de la vida conventual, una sociedad aparte con reglas propias. Encerrada tras los muros del convento, Susanne va a intentar alcanzar su libertad por medios judiciales, algo auténticamente complicado en una época en la que todavía se confundían derecho y religión. Al menos sí que consigue que la trasladen a otro convento. Esta vez el pecado de la superiora es una lujuria que se traduce en un deseo incontenible por Susanne, que intenta disfrazar de fraternidad.
La religiosa no funciona tan solo como una crónica íntima de la tragedia de su protagonista, sino también como la denuncia de una institución religiosa que enterraba a jóvenes en la flor de la vida tras los fríos muros de los conventos. Como en toda sociedad, las religiosas no eran ajenas a los conflictos internos, en los que acababan sucumbiendo las más débiles o, paradójicamente, las más creyentes, las que querían sobrevivir tan solo a base de amor al prójimo. Susanne sabe que en el exterior no le espera nada bueno, ya que, si logra liberarse, carecerá de medios económicos y quizá acabe siendo una perdida, aunque ella prefiera morir de hambre antes que llegar a eso. Lo que tiene claro es que quiere su libertad, que la vida religiosa no es para ella, aun cuando atesore un carácter mucho más virtuoso que la mayoría de sus compañeras. Así lo manifiesta continuamente en este largo monólogo, el grito desesperado de un alma encerrada:
"¿Todas las oraciones rutinarias que allí se hacen, valen acaso lo que una limosna que la conmiseración da a un pobre? Dios, que creó sociable al hombre, ¿aprueba que se le encierre? Dios, que lo creó tan inconsciente y frágil, ¿puede autorizar la inseguridad de sus votos? Estos votos, contrarios a la inclinación general de la naturaleza, ¿pueden nunca ser cumplidamente observados, excepto por algunas criaturas mal constituidas en las que los gérmenes de las pasiones están marchitos, y que con razón serían consideradas como monstruos si nuestras luces nos permitieran conocer tan fácilmente y tan bien la estructura interior del hombre como su forma exterior? (...) Hacer voto de pobreza es comprometerse mediante juramento a ser perezoso y ladrón; hacer voto de castidad equivale a prometer a Dios la infracción constante de la más sabia y más importante de sus leyes; hacer voto de obediencia es renunciar a la prerrogativa inalienable del hombre: la libertad. Si uno observa estos votos es un criminal; si no los observa, perjuro. La vida claustral es propia de un fanático o de un hipócrita."
Yo leí esta historia hace tiempo y no solo me parece muy entretenida también para el lector de hoy, sino que daría buen juego en un "club de lectura", a mi parecer.
ResponderEliminarPor cierto, cuando se escribe "el pecado de la superiora es una lujuria que se traduce en un deseo incontenible por Susanne, que intenta disfrazar de fraternidad", un término más propio que "fraternidad" sería "sororidad"...
Bueno, puede ser sororidad, pero en un grado muy especial y muy intenso, que la iglesia confundiría con el pecado capital de la lujuría. Es verdad que sería un buen libro para celebrar un club de lectura. Este u otros de Diderot, como Jacques el fatalista.
ResponderEliminar