Una dotación de bomberos ha sido avisada para que acuda a un domicilio parisino, debido al mal olor que emana de la vivienda. Después de llamar a la puerta y no obtener respuesta, fuerzan la misma, para encontrar lo que se espera en una situación así: el espectáculo de la muerte de unos ancianos solitarios.
Pero llegar hasta la muerte, hasta ese presunto descanso, no es una tarea fácil en la mayoría de las ocasiones. Viajamos al pasado inmediato. Vemos como la pareja formada por Anne y Georges sobrelleva bien su ancianidad. Llevan una existencia marcada por la lentitud, sabiamente sazonada por emociones profundas, como la música. Casi todo su tiempo transcurre en el interior de un piso burgués en el centro de París. El espectador descubre enseguida que se trata de una pareja culta: han sido profesores de música clásica y poseen una vistosa biblioteca. Sus salidas al exterior, además de las lógicas para hacer la compra, son especiales cuando asisten al concierto de algún antiguo alumno, lo cual les enorgullece y da sentido a la labor realizada en el pasado. Así transcurre la recta final de sus vidas, con resignación y sosiego, hasta que un día aciago la enfermedad empieza a acosar a Anne. La reacción de Georges, ante el reto que supone cuidar de una mujer moribunda, que va dejando atrás progresivamente su salud y su memoria, justifica plenamente el título de la cinta. No hay mayor prueba de amor que acompañar en la muerte al ser con el que se ha compartido íntimamente la vida.
El otro personaje importante de Amor es Eva, la hija de la pareja. Aunque quiere mostrarse compresiva con la situación de sus progenitores, jamás alcanza a comprender la intensidad del drama que están viviendo y, sobre todo, el profundo significado del sacrificio que está llevando a cabo su padre, que está gastando sus últimas fuerzas en cuidar a una mujer que tiende cada vez más hacia el estado vegetativo. Georges acaba cediendo en parte y contrata a una enfermera a tiempo parcial, pero se niega a internar a su esposa. Eva también asiste con impotencia al drama, pero solo en visitas esporádicas. Luego puede salir y continuar su vida, quizá con algunos remordimientos. Pero ¿qué se puede hacer contra la vejez y la decadencia? ¿la asumiremos nosotros cuando nos toque el turno? Es una etapa de la vida del ser humano que ha sido reflejada escasamente en el cine y en la literatura y, cuando se hace, se tiende a mostrar a ancianos amables y sabios y no a gente que sufre enfermedades degenerativas. Por eso la película de Haneke es tan perturbadora. Siguiendo el parsimonioso ritmo de la terrible recta final de la existencia de los ancianos nos damos cuenta de lo lenta y penosa que es a veces la muerte. Todo está mostrado con tal nivel de detalle que casi podemos oler las secreciones de Anne y sentir la impotencia de Georges. Como espectadores a veces queremos apartar la mirada ante el exceso de realidad que nos muestra el director austriaco. En nuestra vida cotidiana solo pensamos en la muerte en momentos íntimos, pero enseguida desechamos esa idea. Que se nos muestre el proceso con esa minuciosidad no es plato de gusto, pero no está mal recordar de vez en cuando lo que somos en realidad.
Haneke podía haber ido aún más lejos. Podría haber mostrado el mismo proceso en una pareja de ancianos pobres, que no contaran con ayuda de ningún tipo. Pero quizá nos está intentando mostrar que al final la decadencia es igual para todos y que el dinero no marca una gran diferencia para quien está agonizando. Amor puede ser visionada como metáfora de esa vieja Europa de la que hablaba el canalla de Donald Rumsfeld cuando intentaba que países como Francia secundaran a Estados Unidos en la invasión de Irak. Nuestro continente se parece en estos momentos a esa pareja de ancianos, viviendo en un hogar todavía digno, pero decadente, guardando el tesoro de la cultura clásica, pero a la vez asediados por una implacable senectud. Pero olviden todo lo dicho y admiren las últimas imágenes de la película, el mejor final posible para una obra dura y angustiosa.
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