Si comparamos la Primera Guerra Mundial con la Segunda, resulta que aquella es una gran desconocida. Se han publicado infinidad de estudios analizando cada detalle de cada una de las batallas de la guerra del 39. La figura de Hitler produce fascinación como villano perfecto de un drama absoluto y además, en comparación con la Primera, la Segunda Guerra Mundial es vista popularmente como una guerra buena, plenamente justificada, siendo aquella una locura auspiciada por igual por todos los bandos, que no podían entender el apocalipsis que estaban desencadenando por su falta de entendimiento en julio de 1914. Además, como ya han muerto prácticamente todos sus participantes, solo la conmemoración del centenario ha reavivado el interés por este conflicto, que nos parece casi tan remoto como las guerras napoleónicas. Sin embargo, el mundo que habitamos es así debido a las consecuencias de la Primera Guerra Mundial que, entre otras cosas, dejó puestas las bases para que se iniciara la Segunda, solo dos décadas más tarde.
Respecto a la idea de que todos los contendientes fueron igualmente culpables del inicio de la contienda, habría que decir que en realidad Alemania fue la principal responsable. No porque la hubiera estado planificando desde años antes, sino porque su reacción al atentado de Sarajevo distó mucho de lo que podía esperarse de una potencia que desea la paz. En vez de sosegar los ánimos del Imperio Austrohúngaro, alentó la ofensiva contra Serbia, mostrando su apoyo incondicional a su Aliado, calculando que derrotaría enseguida a Francia para poder centrarse después en una presa más apetitosa: Rusia. Jamás pensó (como el resto de contendientes) que la guerra sería tan larga y penosa. En cualquier caso, para 1917 parecía que podía ganar. Rusia quedó fuera de juego, debido a la revolución que vivía en su seno y Alemania pudo ocupar extensos territorios en Ucrania e incluso en el Caúcaso, algo que fascinó a Hitler y más tarde usó como modelo para sus propios planes. Pero esto fue un espejismo, porque la apuesta final de los germanos, con las grandes ofensivas de principios de 1918 no fue concluyente y la ausencia de Rusia fue sustituida poco a poco por la llegada de soldados estadounidenses a Francia. La rendición final de Alemania fue interpretada por muchos posteriormente como una puñalada por la espalda, como una traición de elementos izquierdistas que debilitó a un ejército que no estaba ni mucho menos derrotado. En realidad la situación de Alemania era insostenible. Acosada por un bloqueo económico auspiciado por enemigos cada vez más poderosos, la población no podía resistir la cada vez mayor escasez de productos básicos. Después llegó el tiempo de los tratados, siendo el más famoso de ellos el de Versalles, la excusa principal de Hitler para desencadenar una guerra de desquite y de conquista de espacio vital para Alemania.
Para los soldados del frente vivir la guerra era algo muy distinto que para sus dirigentes. Si por algo se caracterizó el conflicto fue por su crueldad y por el desprecio absoluto de la vida humana. La guerra de trincheras era un punto muerto en el que las ofensivas no conseguían arrebatar, con suerte, más que unos pocos kilómetros cuadrados al enemigo, a costa de miles de muertos. El soldado estaba expuesto a enfermedades, bombardeos constantes, falta de higiene, ataques con gases y, sobre todo, a un miedo al que jamás lograba acostumbrarse. La gran tragedia de esta guerra es que los dirigentes, no sufriendo ninguna derrota catastrófica en sus ejércitos, veían siempre la oportunidad de nuevas ofensivas que decidieran finalmente la suerte a su favor, para poder negociar una paz ventajosa. Pero durante cuatro años, la línea de frente apenas sufrió modificaciones en occidente, mientras que en oriente sí que se produjo algo parecido a una guerra de movimientos que finalmente se decantó a favor de los alemanes. Mientras tanto, su aliado austrohúngaro sostenía a duras penas su frente, mientras los movimientos nacionalistas tomaban fuerza en su seno.
Acabado el conflicto, las potencias echaron cuentas de lo que había significado un acontecimiento jamás visto hasta entonces: millones de muertos, heridos y mutilados. Una generación perdida y una Alemania vencida y humillada que pronto reclamaría venganza. Stevenson ha escrito un ensayo amplio y detallado acerca de distintos aspectos de la Primera Guerra Mundial, reflexionando acerca de lo que significan para el hombre de hoy unos acontecimientos de apariencia tan remota, pero que en realidad abrieron la puerta a todos los horrores del siglo XX. Una guerra comandada por dirigentes que se comportaban como auténticos criminales con sus pueblos, a cuyos ciudadanos exigían enormes sacrificios para satisfacer su prestigio personal y sus ambiciones imperialistas. Como bien dice el autor, tanta crueldad significó una inhumanización progresiva:
"En esencia, la guerra es trauma y sufrimiento, pues conlleva la captura, la mutilación y el asesinato de seres humanos, con la consiguiente destrucción de sus propiedades, por muchos que sean los eufemismos con los que cualquier lengua intente enmascarar su verdadero significado. Además, implica un proceso recíproco carecterístico, una competición en crueldad que puede acabar convirtiendo al hombre más pacífico en un asesino consumado y también en una víctima."
Ahora los europeos asisten estupefactos a enormes tensiones en Ucrania y algunos comentaristas recuerdan lo que sucedió hace cien años. Es bueno sacar lecciones y tratar de no repetir errores, pero nunca se sabe por que senda va a encaminar sus pasos la historia. Esperemos que esta vez sea por la de la paz y el respeto entre naciones.
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