Madame Bovary es una de esas novelas que uno va leyendo en diferentes momentos de la vida, cuya cualidad principal es la de aportar siempre algo nuevo, como si el autor hubiera empleado los años transcurridos entre una y otra lectura en modificar el texto precisamente para sorprenderme con la fragilidad de mis recuerdos. Ante una obra así, que nunca termina de decir todo lo que tiene que decir, lo lógico es querer saber más, buscar las interpretaciones de otros, a través de ediciones críticas, de adaptaciones cinematográficas o de estudios tan penetrantes como La orgía perpetua, de Mario Vargas Llosa. Hace ya tiempo que es universalmente aceptada la idea de que un buen cómic puede proporcionar sensaciones tan profundas como las de la mejor literatura. Un buen ejemplo es esta descontextualización de la obra de Flaubert, llevada a cabo por Posy Simmonds, a la que yo conocía por alguna que otra referencia, pero sin haberme acercado todavía a ninguna obra suya.
La protagonista de Gemma Bovery guarda muchos puntos en común con el personaje de Flaubert, incluso en su psicología y su retrato está casi tan cuidado como el de la heroína literaria. Lo original aquí es que el relato está narrado desde el punto de vista de un vecino del matrimonio Bovery, que ha trasladado su residencia desde Londres a un tranquilo pueblo de la Normandía francesa. Gemma ha convencido a su pareja buscando los encantos de la vida tranquila en el campo. Lo que va a encontrar, al igual que su coétanea literaria, es un inmenso aburrimiento, del que intentará salir viviendo una aventura con un amante bastante más joven que ella. El panadero sigue los pasos de Bovery y narra lo que ve (ayudándose de los diarios de Gemma, que ha robado después de su muerte) como un auténtico voyeur (los lectores también hemos de considerarnos voyeurs) y nos descubre a una mujer absolutamente egoista, pero a la vez dotada de un encanto muy especial del que no puede sustraerse el lector.
Los dibujos de Posy Simmonds, sencillos y muy expresivos son ideales para este relato que se mueve entre el cómic y la literatura y que a veces nos da la impresión de ser una novela con ilustraciones, pero realizada con la mejor técnica del cómic. Gemma Bovery es un juego continuo entre realidad y literatura, un goce y a la vez un suplicio para el panadero que atisba la fatalidad, como si, a sus ojos, Gemma y Charles estuvieran destinados a vivir los mismos hechos que los personajes literarios, aunque él no acabe de creerse que tales coincidencias sean posibles. Como él mismo dice en cierto momento: "la Vida rara vez imita al Arte. El Arte siempre tiene un porqué, mientras que la Vida..."
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