En la segunda fase de la batalla de Stalingrado, cuando los
alemanes se encontraban cercados por los rusos y su situación se hacía cada día
más desesperada, algunos soldados germanos se evadían tocando un piano que
había quedado abandonado entre las ruinas. La música del piano evocaba la
civilización humana frente al caos de la guerra y, sobre todo, recordaba a un
hogar al que la gran mayoría sabía que no iba a volver.
Cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial, el 1 de septiembre
de 1939, Wladyslaw Szpilman era un músico famoso en Polonia y trabajaba para la
Radio Nacional Polaca. A finales de ese septiembre fatídico, Szpilman perdió su
trabajo, al estallar una bomba en las instalaciones de la radio mientras
interpretaba a Chopin: los alemanes se hallaban a las puertas de la ciudad. El
pianista pronto descubriría que la pérdida de su empleo iba a constituir la
menor de sus preocupaciones en el futuro. En su condición de judío, era
consideraba automáticamente un enemigo a exterminar por parte del invasor. Lo
más valioso del testimonio de Szpilman es que fue escrito inmediatamente
después de sucedidos los hechos, como si el autor tuviera la necesidad de
conjurar su dolor a través de la escritura. El libro, cuyo primer título fue Muerte de una ciudad, fue censurado en
1946 por las nuevas autoridades comunistas polacas, por lo que su difusión fue
mínima.
La represión contra los judíos de Varsovia fue un proceso
gradual, parecido al que ya se había producido en la propia Alemania. Los
nuevos amos fueron imponiendo restricciones en su vida mediante decretos cada
vez más severos, hasta que ordenaron confinar a los judíos en los límites de un
gueto. La miseria, el hambre y las enfermedades pronto hicieron acto de
presencia en tan reducido espacio. Además, los alemanes comenzaron a hacer
selecciones, para ir trasladando a la población de gueto a campos de trabajo y
de exterminio. En una de estas ocasiones Szpilman tuvo que contemplar como los
nazis introducían a su familia en un vagón de ganado para no volver a verlos nunca
más. Él se salvó en el último instante, cuando un conocido, que trabajaba como
policía judío, le sacó del grupo que estaba a punto de partir.
Uno de los puntos más dolorosos tratados en El pianista del gueto de Varsovia es la
colaboración del Consejo judío, a través de su propia policía, en la
deportación de la población del gueto hacia un destino que en la mayoría de los
casos significaba la muerte. Sus miembros colaboraban, aun a sabiendas de que
su destino futuro sería parecido, con tal de vivir un poco más en unas
condiciones soportables. Pero, en cualquier caso, no podían competir en
crueldad con los amos alemanes, cuyo comportamiento en ocasiones recuerda la
definición de banalidad del mal que
ofreció la filósofa Hannah Arendt años más tarde:
“Un chico de unos diez
años llegó corriendo por la acera. Estaba muy pálido, y tan asustado que olvidó
quitarse la gorra ante un policía alemán que iba hacia él. El alemán se detuvo,
sacó su revólver sin decir una palabra, se lo puso en la sien al chico y disparó.
El niño cayó al suelo agitando los brazos, se quedó rígido y murió. El policía
devolvió con calma el revólver a la funda y siguió su camino. Lo miré; no tenía
unos rasgos especialmente brutales ni parecía enfadado. Era un hombre normal,
apacible, que había cumplido con una de sus obligaciones menores cotidianas y
la había apartado de la mente al instante, porque le esperaban asuntos de mayor
importancia.”
Wladyslaw Szpilman pudo sobrevivir a la guerra escondiéndose
durante años en Varsovia gracias a la colaboración de algunos amigos que
formaban parte de la resistencia, lo cual lo convirtió en un testigo extraño y
privilegiado de diversos horrores, entre ellos los levantamientos de gueto y,
posteriormente, de los nacionalistas polacos, cuando ya los rusos se hallaban
muy cerca de la capital polaca. Ya casi al final, Szpilman conoció a otro
personaje que no encajaba en la cruda realidad de la guerra: el oficial alemán
Wilm Hosenfeld, que lo ocultó dentro del edificio del cuartel general alemán y
le proporcionó víveres cuando su cuerpo estaba al límite de su resistencia. El
pianista no tuvo oportunidad de ayudar a su benefactor cuando éste fue
capturado, ya que desapareció en uno de los inmensos campos de prisioneros en
la Unión Soviética.
En el año 2002, Roman Polanski dirigió una película basada
en las memorias de Szpilman, logrando una pequeña obra de arte cinematográfica
repleta de imágenes estremecedoras. Adrien Brody fue el actor encargado de dar
vida a Szpilman, logrando quizá la mejor interpretación de su carrera. En El pianista, el gueto de Varsovia es
retratado como una pequeña sucursal del infierno por cuyas calles pasean miles
de futuros mártires. Acreedora de numerosos premios, la obra de Polanski
contribuyó decisivamente a que la historia de Szpilman fuera conocida en todo
el mundo. Una historia de supervivencia en las más condiciones más horribles,
que constituye uno de los mejores testimonios que se han escrito contra los
totalitarismos.
Existe toda una colección de libros de testimonios sobre el Holocausto. Después del interés masivo por el Holocausto como espectáculo a partir de los años 70s (que también tuvo sus cosas buenos, al fin y al cabo) uno se siente especialmente atraído por estos testimonios muy anteriores que, en su época, no llamaban especialmente la atención.
ResponderEliminarEl Holocausto es aún nuestro gran mito cultural contemporáneo. El Paradigma, porque aúna brutalidad primitiva y sofisticación social.
Sí, desde luego el gran valor del testimonio de Szpilman es el haber sido escrito inmediatamente después de los hechos, en una situación política que no favorecía este tipo de escritos. Nada más finalizar la guerra, nadie hizo mucho caso al tema del Holocausto.
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