La primera vez que leí que Alex de la Iglesia estaba preparando un proyecto titulado Las brujas de Zugarramurdi, pensé que iba a tratar un aspecto de nuestra historia escasamente visitado por el cine español (en realidad aquí podría abarcarse prácticamente cualquier episodio de nuestra historia, a excepción de la Guerra Civil). Se trata de un episodio de esos que alimentan nuestra leyenda negra, a pesar de que en aquella época la caza de brujas era práctica habitual en toda Europa. Sucedió en el año 1610 en Logroño, donde se celebró un famoso auto de fe en el que se quemó a siete mujeres en la hoguera, acusadas de brujería (más otras cinco que ya habían muerto o desaparecido, de las que se quemó una efigie). Como sucede en estos casos, había poca brujería y mucha maledicencia de los vecinos en un tiempo en el que cualquier acusación de ir en contra de la religión católica podía acabar muy mal para el acusado.
En cualquier caso, la película de Alex de la Iglesia poco tiene que ver con todo esto. Zugarramurdi se usa porque es un nombre vagamente conocido y suena muy bien para titular una historia de brujas. Pero igual podían haber sido vampiros, hombres lobos o extraterrestres, porque el guión no es más que una excusa para filmar el cine que le gusta a de la Iglesia: un híbrido entre comedia, terror y acción que en esta ocasión se le ha ido un poco de las manos y acaba siendo algo totalmente desmesurado, cansino y sin sentido. Y eso que Las brujas de Zugarramurdi tiene un comienzo prometedor. En estos tiempos en los que, al menos en mi ciudad, cualquier excusa es buena para volver a sacar los tronos a la calle y exhibir orgullosos las riquezas que atesoran las cofradías a mayor gloria de nuestro señor Jesucristo, es bueno que de vez en cuando podamos reirnos un poco de esta religión omnipresente en un Estado supuestamente laico y veamos a un atracador vestido de Jesucristo sacando una escopeta de la cruz que lleva a cuestas para asaltar - junto a compinches tan peligrosos como Bob Esponja o Minnie Mouse - un establecimiento de esos que compran oro a cualquier hora (otro de los grandes iconos de nuestro tiempo). Es en este comienzo donde el espectador puede apreciar al mejor Alex de la Iglesia, aquel que nos deleitó con pequeñas joyas como El día de la bestia, donde está presente un humor negrísimo que arremete sin piedad contra las creencias más arraigadas en nuestra sociedad. Además, todos los personajes han tenido problemas en sus relaciones sentimentales con mujeres, están arruinados por las pensiones que tienen que pasar a sus vástagos o no se atreven a romper con una vida familiar que ha destruido todas sus ilusiones. Quizá esto tenga que ver con el castigo que van a recibir más tarde...
Es una pena que, terminada la persecución, la llegada al pueblo de Zugarremurdi sea el comienzo de una película muy distinta, que usa y abusa del esperpento, del chiste fácil y de las persecuciones interminables y sin ningún sentido. Todos los personajes parecen competir en excentricidad, como si necesitaran en todo momento llamar la atención del espectador venga o no venga al caso, siendo el ejemplo más palpable la penosa actuación de Carolina Bang, que realiza el papel menos creíble (a mí me pareció que todo el rato miraba a la cámara como diciendo: "miren que buena estoy") en un film de personajes poco creíbles. Solo hubiera faltado que andara por allí la bruja Avería, dándole un toque aún más surrealista a la función. En su parte final, el guión parece haber sido escrito por los que diseñan los pasajes del terror en los parques de atracciones: todo muy previsible y demasiado fácil, como si a un espectador que ha pagado una entrada para ver una cinta de un director de prestigio no cupiera ofrecerle algo más que un producto que parece más concebido como un episodio convencional de una serie de televisión que como una película de gran presupuesto. Una lástima, Alex de la Iglesia es uno de los pocos directores verdaderamente originales que nos quedan y es capaz de hacerlo mucho mucho mejor.
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