Si hace unos años nos hubieran avisado sobre la situación que estamos viviendo en estos momentos, no nos lo hubiéramos creído. Saramago, con la sabiduría que da la edad, lo veía venir y por eso nos dejó esta fábula, que nos hace reflexionar acerca del verdadero significado de la palabra democracia. Unos ciudadanos descarriados deciden votar masivamente en blanco en unas elecciones. Las consecuencias serán terribles, puesto que el Estado se verá acorralado por un poder insospechado de la ciudadanía. ¿Tenemos una verdadera democracia o un obsoleto sistema de partidos que nos piden que les votemos cada cuatro años? ¿Hemos cedido el poder originario de nuestro Estado a instituciones y organismos cuyos fines nada tienen que ver con el bienestar de los ciudadanos? Es una pena lo de estas elecciones. Los partidos no ofrecen ilusión ni esperanza, sólo miedo y aceite de ricino. Aquí el artículo sobre este libro, cuya lectura considero imprescindible en estos días:
La figura de José Saramago no hace sino agrandarse con el paso del tiempo. Hace unos días, en la presentación del libro José Saramago, un retrato apasionado, del periodista y escritor Armando Baptista-Bastos, su viuda, Pilar del Río recordaba que en una conversación poco antes de morir, el escritor afirmaba que los que decían que la crisis actual tiene una base económica se quedaban en la epidermis. En realidad, según él, nos encontramos ante una crisis moral. En marzo de 2004, recién publicada la novela, Saramago se expresaba de esta manera, absolutamente premonitoria en una entrevista publicada por El País:
"¿Cómo
voy a calificar un sistema que me permite únicamente quitar un gobierno
y poner otro pero no me permite absolutamente nada más? Digo, y lo
repito, hoy los gobiernos no mandan. Los gobiernos son los comisarios
políticos de los bancos. Nos soy el único que critico esto, hay mucha
gente que lo está diciendo, lo que pasa es que quizá mi forma de decirlo
sea más explícita."
"Mal tiempo para votar", con esta frase premonitoria que pronuncia uno de sus personajes comienza este Ensayo sobre la lucidez, que, como casi todas las obras de su autor, puede leerse como una fábula de contenido moral. Por motivos desconocidos, en las elecciones municipales de una gran capital, la gran mayoría de la población vota en blanco. Ante tan insólita situación, el gobierno se siente agredido por un enemigo invisible y declara el estado de sitio, dejando aislada a la ciudad, como si sus habitantes estuvieran enfermos y hubiera que establecer una cuarentena.
Nada hay más desconcertante para un gobernante que nadar a ciegas en un mar desconocido. ¿Hasta donde puede llegar el Estado para defenderse? Aquí el terrorismo y la mentira son usados de manera despiadada para hacer entrar en razón a los ciudadanos, algo que recuerda poderosamente al gobierno de Aznar enfrentado, durante los días que siguieron al atentado del 11 de marzo, a una verdad aterroradora que pretendía negar para defender mezquinamente sus intereses electorales.
En realidad los gobernantes esperan de los ciudadanos que cumplan fielmente su papel de electores cada cuatro años y no den problemas el resto del tiempo. Además, como bien decía Saramago, el voto del ciudadano poco tiene que ver con los verdaderos centros de poder, bancos, empresas de calificación de riesgos e instituciones internacionales opacas, que han conseguido acorralar a los gobiernos y, en muchos casos, imponerles su voluntad. Las elecciones actuales, en las que las palabras más citadas son mercados, deuda soberana, recortes y sacrificios, están protagonizadas por un factor indeseable: el miedo, que hace que ya no se busque la mejor opción, sino el mal menor en un ambiente de derrotismo muy pernicioso para el sistema democrático.
La realidad que retrata Saramago se parece mucho a la nuestra, pero siempre cuenta con un elemento de distorsión, algo que produce una sensación de extrañeza en el lector y a la vez le seduce. La ciudad de Ensayo sobre la lucidez, una Lisboa apenas disimulada, parece haber recuperado una rara serenidad después de haber ejercitado su protesta pacífica a través del voto masivo en blanco. Las autoridades se retiran, dejan a sus habitantes a su suerte, pero no se producen desórdenes, ni sube el índice de criminalidad, es decir que la vida sigue como si los políticos no fueran necesarios. Así que es el gobierno el que ha de actuar para que la gente recupere la cordura y asuma su papel en el sistema democrático, aunque sea a través de un acto terrorista o acusando falsamente a inocentes de ser los instigadores de la rebelión.
Los policías que son enviados a la ciudad para recopilar evidencias de la conspiración e identificar a sus cabecillas se ven desconcertados al no lograr ninguna, como si el voto en blanco se hubiera producido por una confluencia de voluntades individuales:
"(...) la prueba de que existe una conspiración reside precisamente en el hecho de que no se hable de ella, el silencio, en este caso, no contradice, confirma."
Uno de los hallazgos más interesantes de Ensayo sobre la lucidez, se produce en el hecho de que no está emparentada con Ensayo sobre la ceguera sólo por la similitud de sus títulos, sino que los personajes de esta última vuelven a aparecer, como si la ceguera blanca sucedida hace unos años hubiera sido el detonante de esta nueva ceguera política.
¿Es el voto en blanco una manifestación de lucidez? ¿No se convierte en este libro el comunista Saramago en un ingenuo anarquista? Cuando se publicó, la novela provocó una gran polémica, sobre todo porque se alzaron muchas voces argumentando que se trataba de una crítica demasiado feroz a las democracias occidentales, que habían demostrado ser el menos malo de los sistemas. “cuanto más viejo, más libre me siento y cuanto más libre, más radical”, contestó el autor de Caín, “no faltará quien diga que acabo de hacer demagogia barata. La demagogia siempre nos parece cosa de los otros." Ocho años después, Ensayo sobre la lucidez cobra una vigencia inaudita, cuando asistimos a un espectáculo de crisis sistémica sazonada con gravísimos casos de corrupción que apuntan incluso a la cúspide del Estado.
Saramago no decepciona con esta novela de ideas, como todas las suyas, escrita con un estilo denso pero sin artificios literarios. El libro es capaz de transmitir pesimismo y optimismo a la vez. Pesimismo, porque presenta unas instituciones democráticas corruptas hasta la médula, a las que sólo les interesa permanecer en el poder. Optimismo, porque presenta la lucidez de la revolución pacífica de los ciudadanos como garante del necesario cambio para hacer el sistema más permeable a las necesidades y deseos de la población. Un libro de plena actualidad, de un escritor que conocía la zozobra a la que nos íbamos a enfrentar desde mucho antes de que se manifestaran los primeros síntomas.
"Mal tiempo para votar", con esta frase premonitoria que pronuncia uno de sus personajes comienza este Ensayo sobre la lucidez, que, como casi todas las obras de su autor, puede leerse como una fábula de contenido moral. Por motivos desconocidos, en las elecciones municipales de una gran capital, la gran mayoría de la población vota en blanco. Ante tan insólita situación, el gobierno se siente agredido por un enemigo invisible y declara el estado de sitio, dejando aislada a la ciudad, como si sus habitantes estuvieran enfermos y hubiera que establecer una cuarentena.
Nada hay más desconcertante para un gobernante que nadar a ciegas en un mar desconocido. ¿Hasta donde puede llegar el Estado para defenderse? Aquí el terrorismo y la mentira son usados de manera despiadada para hacer entrar en razón a los ciudadanos, algo que recuerda poderosamente al gobierno de Aznar enfrentado, durante los días que siguieron al atentado del 11 de marzo, a una verdad aterroradora que pretendía negar para defender mezquinamente sus intereses electorales.
En realidad los gobernantes esperan de los ciudadanos que cumplan fielmente su papel de electores cada cuatro años y no den problemas el resto del tiempo. Además, como bien decía Saramago, el voto del ciudadano poco tiene que ver con los verdaderos centros de poder, bancos, empresas de calificación de riesgos e instituciones internacionales opacas, que han conseguido acorralar a los gobiernos y, en muchos casos, imponerles su voluntad. Las elecciones actuales, en las que las palabras más citadas son mercados, deuda soberana, recortes y sacrificios, están protagonizadas por un factor indeseable: el miedo, que hace que ya no se busque la mejor opción, sino el mal menor en un ambiente de derrotismo muy pernicioso para el sistema democrático.
La realidad que retrata Saramago se parece mucho a la nuestra, pero siempre cuenta con un elemento de distorsión, algo que produce una sensación de extrañeza en el lector y a la vez le seduce. La ciudad de Ensayo sobre la lucidez, una Lisboa apenas disimulada, parece haber recuperado una rara serenidad después de haber ejercitado su protesta pacífica a través del voto masivo en blanco. Las autoridades se retiran, dejan a sus habitantes a su suerte, pero no se producen desórdenes, ni sube el índice de criminalidad, es decir que la vida sigue como si los políticos no fueran necesarios. Así que es el gobierno el que ha de actuar para que la gente recupere la cordura y asuma su papel en el sistema democrático, aunque sea a través de un acto terrorista o acusando falsamente a inocentes de ser los instigadores de la rebelión.
Los policías que son enviados a la ciudad para recopilar evidencias de la conspiración e identificar a sus cabecillas se ven desconcertados al no lograr ninguna, como si el voto en blanco se hubiera producido por una confluencia de voluntades individuales:
"(...) la prueba de que existe una conspiración reside precisamente en el hecho de que no se hable de ella, el silencio, en este caso, no contradice, confirma."
Uno de los hallazgos más interesantes de Ensayo sobre la lucidez, se produce en el hecho de que no está emparentada con Ensayo sobre la ceguera sólo por la similitud de sus títulos, sino que los personajes de esta última vuelven a aparecer, como si la ceguera blanca sucedida hace unos años hubiera sido el detonante de esta nueva ceguera política.
¿Es el voto en blanco una manifestación de lucidez? ¿No se convierte en este libro el comunista Saramago en un ingenuo anarquista? Cuando se publicó, la novela provocó una gran polémica, sobre todo porque se alzaron muchas voces argumentando que se trataba de una crítica demasiado feroz a las democracias occidentales, que habían demostrado ser el menos malo de los sistemas. “cuanto más viejo, más libre me siento y cuanto más libre, más radical”, contestó el autor de Caín, “no faltará quien diga que acabo de hacer demagogia barata. La demagogia siempre nos parece cosa de los otros." Ocho años después, Ensayo sobre la lucidez cobra una vigencia inaudita, cuando asistimos a un espectáculo de crisis sistémica sazonada con gravísimos casos de corrupción que apuntan incluso a la cúspide del Estado.
Saramago no decepciona con esta novela de ideas, como todas las suyas, escrita con un estilo denso pero sin artificios literarios. El libro es capaz de transmitir pesimismo y optimismo a la vez. Pesimismo, porque presenta unas instituciones democráticas corruptas hasta la médula, a las que sólo les interesa permanecer en el poder. Optimismo, porque presenta la lucidez de la revolución pacífica de los ciudadanos como garante del necesario cambio para hacer el sistema más permeable a las necesidades y deseos de la población. Un libro de plena actualidad, de un escritor que conocía la zozobra a la que nos íbamos a enfrentar desde mucho antes de que se manifestaran los primeros síntomas.
No he leído el libro, y normalmente tengo por norma no leer nada sobre política cuando quien lo escribe es un partidario de los estados totalitarios, como es el caso de Saramago, que apoyaba la dictadura cubana. La verdad es que creo que nos merecemos respuestas más imaginativas a la hora de cuestionarnos las deficiencias de la democracia parlamentaria y del capitalismo.
ResponderEliminarPor cierto, que me parece que otro demagogo (aunque de prosa muy inferior a nivel literario), ya escribió algo sobre un gobierno que abandonaba sus funciones y cuya dejación de funciones tenía también como resultado que todo iba estupendamente: Fernando Vizcaíno-Casas.
otra vez me ha salido el otro nombre. Estos de google son un caso... soy fran
ResponderEliminarFran, no creo que haya que dejar de leer ningún libro por causa de la ideología de su autor. Por esa regla de tres, tampoco habría leído este verano "Viaje al fín de la noche", de Céline. Aquí Saramago no está haciendo ninguna fábula comunista o totalitaria, sino simplemente denunciando a unos poderes que se alejan cada vez más de sus ciudadanos y que ceden la soberanía a entes no democráticos. ¿Cuál es la novela de Vizcaíno Casas que mencionas? Por cierto, yo tampoco creo que si el Estado hiciera dejación de sus funciones todo fuera estupendamente como por arte de magia.
ResponderEliminarSaludos.
La verdad es que nunca he leído una novela de Vizcaíno-Casas, pero recuerdo que hablaron de eso en una entrevista. Cuando había muchas huelgas, escribió una novela donde el Gobierno se ponía en huelga y todo iba estupendamente. Por lo demás, una cosa es leer un libro que trata de política y sociedad escrito por alguien que está a favor del totalitarismo, y otra leer un libro que trata de cualquier otra cosa. De todas formas, siempre puede haber interés "antropológico" en leer determinados libros.
ResponderEliminarBueno, Saramago no deja de ser un premio Nobel y, sólo por eso, ya merece la pena acercarse a sus escritos. Como curiosidad, a Bélgica le ha ido estupendamente estar un año sin gobierno.
ResponderEliminarhttp://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2011/06/110613_belgica_gobierno_rg.shtml
Saludos.